martes, 24 de diciembre de 2013
lunes, 16 de diciembre de 2013
Cómo detectar a un mentiroso
Activar subtítulos en castellano abajo a la derecha
Etiquetas:
Curiosidades,
Psicología
martes, 3 de diciembre de 2013
miércoles, 20 de noviembre de 2013
viernes, 15 de noviembre de 2013
jueves, 31 de octubre de 2013
Amor en la oficina
El amor es como ese pedo inconveniente que empuja la puerta de salida con la fuerza de un millón de caballos desbocados en la reunión más importante del año. Nunca sabes cuándo te va a llegar. Pero te llega. Siempre te llega el amor. El amor le llega a todo el mundo, sin excepción. Para cada roto hay un descosido. Yo estaba cabreado como una mona con la cabeza metida en el suelo técnico intentando aclarar una maraña de cables que no iban a ningún sitio para ver si servían para algo o no. Lo cierto es que me estaba divirtiendo bastante. Tenía a Daisy dos plantas más abajo junto a los switches, jugando al latiguillo ruso a mi orden sin ningún remordimiento. Además de obedecer mis órdenes sin titubear, sé que estaba experimentando el placer de desconectar equipos al buen tuntún porque a cada poco oía gritos furiosos de usuarios desconectados. Algunos vinieron a la zanja donde me encontraba para recriminarme que los desconectase por las buenas, pero al incorporarme y girarme lentamente con sonrisa de maníaco y un manojo de cables grueso como maromas de crucero en cada mano reculaban, palidecían y salían corriendo. Algunos, más valientes aún, permanecían mudos sosteniendo mi mirada, pero huían despavoridos cuando por el walkie sonaba la voz inhumana, fría y aséptica de Daisy diciendo “¿A quién le toca ahora?”. Ensimismado como estaba, no pude darme cuenta antes. El amor había llegado a mi lado y no me había enterado. Me di cuenta tarde, tal vez, y por ello me perdí momentos irrepetibles que no podré narrar, pero al menos os puedo contar lo que pude vivir con el corazón encogido en el hueco de la palma de la mano, con ese miedo a respirar por si se rompe la magia.
-Daisy-, dije por el walkie-talkie. -Qué-, sonó inerte, como siempre. -Deja eso. Luego seguimos.Y luego silencio en el aparato. Daisy nunca se despide ni te confirma que ha recibido el mensaje. Es la máxima expresión en un ser humano de la verdad incontestable “no news, good news”. Até los cables que tenía separados con dos vueltas de cinta y los solté en el fondo del hueco del suelo. Sali con sigilo y me acerqué un poco. Allí estaba ella. El ojo inexperto la hubiese considerado una de tantas. Nada más lejos. Blanca como la nieve, apenas un metro cincueta y ciento treinta kilos de peso, coronados por un deslumbrante azul intenso que te destrozaría los ojos del alma más negra. Una monstruosa impresora multifunción hacía incansablemente su trabajo al otro lado de la habitación. De los despachos aledaños salía gente a recoger sus papeles sin fijarse siquiera en ella. Pero todo el mundo tiene un alma gemela. Y el alma gemela de esta impresora, que tras este día de gloria pasó a llamarse Juliet en el inventario; resultó ser un señor bajito y anodino, de pelo relamido y gafas de concha ovaladas. Rondando los cincuenta años, con su traje planchado a conciencia, con mimo y atención al detalle, su corbata de espigas de trigo ordenadamente diagonales. Él vino por el pasillo y se quedó a su lado. Juliet pareció notar su presencia porque dejó de imprimir unos segundos, chasqueó la grapadora y después siguió con su tarea. El Romeo de nuestra Juliet, que resultó llamarse Protoceo Sansinvida, reclamador de impagados. Profesión de futuro y partidazo para quien lo supiera ver. El amor flotaba en el aire , entre Romeo y Juliet se sentía electricidad estática desde un kilómetro de de distancia. Un vigoroso campo magnético pugnaba por hacer saltar por los aires las convenciones sociales y dejar que el amor fluyese entre máquina y luser con el ímpetu y la desesperación ansiosa del millón de copias de ella y los cincuenta años de él. Protoceo Sansinvida permaneció a diez centímetros de Juliet con la ansiedad dibujada en su rictus. En su interior, su corazón pujaba para que su mano estableciese el contacto prohibido con su amada. Pero no lo hizo, se quedó junto a ella mientras los demás lusers llegaban a recoger papeles y se marchaban por donde habían venido. Otros venían con papeles, pulsaban unos botones para poner a Juliet a escanear y se marchaban de nuevo. Pero él no. Sansinvida se quedó allí, junto a ella. Durante mucho tiempo permanecieron uno junto al otro, sin hablarse, como sólo los amantes verdaderos saben hacer. Ella imprimía sin descanso mientras él lanzaba miradas de odio a quienes la hacían trabajar. Al cabo de un tiempo, el led indicador de trabajo en curso dejó de parpadear en Juliet. Sansinvida sonrió lleno de gozo y salió corriendo hacia su despacho, no sin antes realizar un grácil fouetté incapaz de contener su alegría. En todos los departamentos entraba y gritaba a voz en grito, incapaz de ocultar la sonrisa que le decoraba la cara:
-¡Imprimo! ¡Imprimo yo! ¡Cuidado! ¡Voy a imprimir!Con la emoción, el pobre infeliz entró incluso dos veces en algunos departamentos. Cuando su alegría se lo permitió, se metió en su despacho, se sentó en su puesto unos segundos y salió corriendo de nuevo hacia Juliet. Pensé que se fundirían en un abrazo, pero Sansinvida simplemente llegó y esperó a que Juliet parpadease con su led y después expulsase su impreso. Sansinvida la recogió con devoción y acarició el papel tibio . Lo sujetó contra su pecho y volvió a proclamar a los cuatro vientos que iba a imprimir. Sin importarle los gritos de envidia que le reprobaban su efusividad al anunciar su amor incondicional, volvió a su despacho y mandó imprimir de nuevo. Juliet le esperó parpadeando con su led verde y luego, cuando su amado llegó hasta ella, emitió un pitido y mostró un mensaje en su pantalla, que Sansinvida leyó con arrobo. Picado de curiosidad accedí a la interfaz web de la impresora sintiéndome sucio por entrometerme en las intimidades de una pareja de enamorados. Pero tan emocionada estaba ella que ni siquiera lo notó, y si lo notó no lo demostró. En su azul pantalla mostraba: “Bandeja uno vacía. Alimente bandeja y pulse para continuar” Vaya. Así que era eso. Ella había dado el primer paso y le pedía contacto. Pero Sansinvida no se decidía y miraba en derredor, tímido tal vez, temeoroso quizá. Tan absorto estaba yo con la escena que no me percaté de que me podían ver claramente. Sansinvida se acercó corriendo. Temí que fuese a hacer otro fouetté.
-¡Hola! ¿Tú eres Wardog, verdad? -Sí. -¡Qué bien que estés aquí! ¡Ven!-Y se fue dando saltitos y mirando alternativamente a su amada y a mí.Cuando llegamos junto a Juliet, Sansinvida señaló la pantalla con un dedo corto y huesudo.
-Mira lo que dice. ¿Qué hago?- me preguntó. -Pues no sé. ¿A tí qué te pide el cuerpo? -Hombre, pues yo tocaría, claro. -Pues si es lo que te dice el corazón, adelante-. Pensé en ese momento en mi fama de tipo insensible, frío y bestia. En que la estaba echando por tierra. En que ya nadie se creería mi papel de tipo duro. En que dejaría de ser un BOFH. Pero ese amor era tan fuerte, que cualquier precio a pagar por que se consumase era nimio en comparación. -Pero es que no puedo-, me dijo en voz baja. -¿Por qué no puedes?- se acercó un poco más a mi. -Porque no me dejan. -¿Cómo que no te dejan? ¿Quién no te deja? -Barrabás. Dice que cuando la toco la estropeo y se la desconfiguro. Y yo no hago nada, sólo hago lo que ella me pide-, dijo con las lágrimas a punto de desbordarle los párpados.- Dice que sólo él la puede tocar, que es suya.Qué poco me esperaba yo un triángulo amoroso. Juliet se debatía entre dos amores. Uno fuerte y enérgico, impulsivo y violento; mientras que el otro era un tierno, un dulce y blando baño de decadencia respetuosa. No pude hacer otra cosa. Tuve que tomar parte.
-Tócala tú. -¿Y si la rompo? -No la romperás. Seréis muy felices. -¿Eh? Bueno, lo que tú digas. Pulsaré.Y con reverencia, paladeando el momento, pulsó el botón verde. El mundo daba vueltas alrededor de Sansinvida, embriagado de amor. El dedo permaneció sobre el botón unos segundos, hasta que Juliet volvió a pitar y mostró el mismo mensaje que antes en pantalla. Quería que la tocase otra vez. Ella ya había decidido. Una y otra vez Sansinvida pulsaba el botón y una y otra vez Juliet le pedía más y más. Así siguieron hasta que no pude más, y, aunque azorado, dije con voz firme:
-Pero ponle papel, animal, que te vas a quedar sin yema en el dedo. -Ah.Le puso papel y Juliet imprimió los cinco folios con más amor que imprimió en su vida, y juraría que al terminar, incluso, hizo parpadear la luz de datos una vez más de la cuenta. Ambos, exhaustos, se quedaron en silencio uno junto al otro unos minutos. Volví a mi agujero a separar cables tras localizar de nuevo a Daisy y sonreía cada vez que Protoceo Sansinvida proclamaba su amor a los cuatro vientos e imprimía y tocaba a Juliet por fin, con alegría y sin miedo. Barrabás imprimió también algunas veces y maldijo e incluso golpeó a la pobre Juliet en alguna ocasión, absolutamente despechado. Pero Juliet y Sansinvida ya eran felices. Yo, henchido de alegría, volví luego a mi despacho y me puse a bucear en documentación para hacer aún más feliz a la nueva pareja. Cada vez que Sansinvida mandaba algo para imprimir, Juliet, la impresora, sacaba después un folio con un corazón al pie y, en letra manuscrita:
Te amo, Protoceo. Siempre te he amado. -tuya siempre, Juliet.Y, cada vez que Barrabás imprimía algo, Juliet añadía:
Jódete, Barrabás, Sansinvida es mucho más hombre que tú. No te mereces nada. Juliet.Y desde entonces, cada vez que Barrabás y Sansinvida se cruzan por un pasillo, o junto a Juliet, se miran desafiantes, sabedores de su victoria y su derrota respectivas, pero, con total seguridad, sin resignarse a luchar por su amada.
Wardog
miércoles, 30 de octubre de 2013
martes, 15 de octubre de 2013
lunes, 23 de septiembre de 2013
El Saco de Carbón
Un día, un niño entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto.
- Papá, ¡Te juro que
tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo! Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: - Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela. El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso: - ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó. El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. Cuando, el padre regresó y le preguntó: - Hijo ¿Qué tal te sientes? - Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de la mano y le dijo: - Ven conmigo quiero mostrarte algo. Lo colocó frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo. ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo: - Hijo, como pudiste observar la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos. Ten mucho cuidado con tus pensamientos porque ellos se transforman en palabras. Ten mucho cuidado con tus palabras porque ellas se transforman en acciones. Ten mucho cuidado con tus acciones porque ellas se transforman en hábitos. Ten mucho cuidado con tus hábitos porque ellos moldean tu carácter. Y ten mucho cuidado con tu carácter porque de él dependerá tu destino.
tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo, ¡Tengo ganas de matarlo! Su padre, un hombre simple, pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo quien continuaba diciendo: - Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela. El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje de la casa, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso: - ¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó. El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como la tendedera estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa. Cuando, el padre regresó y le preguntó: - Hijo ¿Qué tal te sientes? - Cansado pero alegre. Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa. El padre tomó al niño de la mano y le dijo: - Ven conmigo quiero mostrarte algo. Lo colocó frente a un espejo que le permite ver todo su cuerpo. ¡Qué susto! Estaba todo negro y sólo se le veían los dientes y los ojos. En ese momento el padre dijo: - Hijo, como pudiste observar la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos. Ten mucho cuidado con tus pensamientos porque ellos se transforman en palabras. Ten mucho cuidado con tus palabras porque ellas se transforman en acciones. Ten mucho cuidado con tus acciones porque ellas se transforman en hábitos. Ten mucho cuidado con tus hábitos porque ellos moldean tu carácter. Y ten mucho cuidado con tu carácter porque de él dependerá tu destino.
viernes, 20 de septiembre de 2013
Loco
Estoy loco. Muy loco. Pero no loco como esos que se ponen un cucurucho en la cabeza y dicen que son Napoleón o Jesucristo. No, loco de verdad. Aunque me avergüenza reconocer que alguna vez he dicho que era Cleopatra para que me tomen en serio. A los locos no nos toman en serio. Nada en serio. Estoy yendo a terapia, aunque mi mujer no quiere. Dice que no nos lo podemos permitir, que es muy caro. Pero yo sé cuál es su verdadera razón. Está liada con mi terapeuta, y se siente mal si voy a verle. Mi terapeuta es majete. Muy majete. Es caro , pero yo insisto en ir a él y le pago el doble por cada sesión. Cuando me encierren, él se tendrá que hacer cargo de mi mujer y mis hijos, y le vendrá bien el dinero. Es tan buena persona que intuye mis motivos y no se niega a cobrarme el doble. Realmente no me lo puedo permitir. Somos pobres. Muy pobres. Pero pedí un préstamo. Había oído que hay que estar loco para pedir un préstamo, así que me fue fácil.
Mi terapeuta es bueno. Muy bueno. Su método es la autosugestión. Dice que con la sugestión de nuestro subconsciente podemos conseguirlo todo. Yo ya lo estoy dominando. Me autosugestioné para que Scarlett Johansson quisiera acostarse conmigo. Funcionó. Los primeros días dudé de que hubiera tenido éxito y se lo dije a mi terapeuta. Él me explicó que Scarlett se moría de deseo por mi pero que no conocía mi dirección. Se ofreció a contactar con ella y dársela, a cambio del precio de dos sesiones. Accedí. Ella debe estar a punto de llegar en cualquier momento. Pero ya sabemos que el tráfico está mal. Muy mal.
Me cae muy bien mi terapeuta. Me alegro de que se acueste con mi mujer. Mi mujer no es la mujer más hermosa del mundo, ni está entre las cien más atractivas. Realmente es fea. Muy fea. Y asquerosa. Muy asquerosa. Al principio no comprendí a mi terapeuta. Ahora sí. Estoy seguro de que utiliza la autosugestión para convencerse de que es una top model.
A veces tengo momentos de lucidez y me dan ganas de vengarme de ellos. Pienso en autosugestionarme y convertirme en homosexual y acostarme con él. Afortunadamente pocas veces estoy lúcido. De mi locura no avanzo mucho. Mi terapeuta dice que es porque realmente no quiero curarme y que necesita que aumentemos las sesiones. No sé si tiene razón. Por si acaso he pedido otro préstamo.
Ahora tengo que dejar de escribir. Llaman a la puerta. He estado autosugestionándome toda la tarde y debe ser Scarlett. Es atractiva. Muy atractiva.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
miércoles, 28 de agosto de 2013
domingo, 25 de agosto de 2013
One Last Dive
" One Last Dive "es una película de terror de un minuto.Un corto escrito y dirigido por Jason Eisener
viernes, 5 de julio de 2013
sábado, 29 de junio de 2013
El escritor
Mi nombre es Edmundo Cortés y soy escritor, aunque ninguna de las dos cosas es cierta. He publicado cinco libros, aunque no he escrito ninguno de ellos, ni siquiera los he leído ni tengo el más mínimo interés en hacerlo. La respuesta a este galimatías es sencilla: el amor. Mi verdadero nombre es Eloy de la Sagra, millonario de nacimiento y sin otra profesión conocida ni requerida. El origen de todos mis desvelos se sitúa en una mañana de hace unos meses en que desperté en mi cama entre tres mujeres esculturales, a cada cual más hermosa, tras una noche de lujuria, a pesar de lo cual sentía un hondo vacío en mi interior. Tras despertarlas y hacerles de nuevo el amor sin intercambiar ni una frase de más de tres palabras, confirmé mis temores: aquella vida que llevaba no me satisfacía y estaba matándome por dentro. Decidí tomar cartas en el asunto. Necesitaba encontrar una mujer que me aportara algo más que sexo y con la que pudiera hablar de cualquier cosa, vestida o desnuda y a la que yo le atrajese por mí mismo y no por mi dinero. Analicé cómo era yo y tras un largo rato llegué a la conclusión de que ninguna mujer se interesaría por nada de mí que no fueses mi dinero, así que decidí dar de alta un perfil falso en facebook. Me inventé el nombre, Edmundo Cortés, por sí solo ya me parecía interesante. A continuación pensé en una profesión que disuadiera a cualquier caza fortunas: escritor. Además siempre desee vestir una chaqueta de tweed, aunque solo fuese para saber lo que era. Fui a una sastrería, me compré una y me hice unas fotos medio en penumbra y mirando al vacío, como si pensara en algo, completando la escena con unas gafas negras de pasta. Lo colgué todo y empecé a unirme a diversos grupos literarios. Al día siguiente comprobé que mi idea había funcionado. En mi cuenta se acumulaban las solicitudes de amistad. Fui aceptando una tras otra hasta que una brilló por encima de las demás: Palmira O´Connor. Una fotografía en blanco y negro mostraba a una muchacha de mirada penetrante a través de unas gafas negras de pasta. No era ni guapa ni fea, sólo era ella. Estuve mirando más de una hora la fotografía, discerniendo si era una sombra o era pelusilla lo que tenía sobre el labio, hasta que me convencí: no podía aguantar más. Tenía que conocerla, ella era lo que estaba buscando. Le mandé un mensaje y empezamos a chatear. Me dijo que era una estudiante de lengua española, apasionada de los libros. Necesitaba impresionarla, así que a su pregunta de si había publicado algo contesté que sí. Replicó que no me conocía y se interesó por dónde conseguir un libro mío. Salí del paso diciendo que estaba a punto de ponerse a la venta. Seguimos chateando varios días, no quise forzarla a conocernos en persona ni le pedí el número de teléfono. No quería que pensará que solo buscaba en ella un rato de placer, porque no era así. Día a día aquella mujer me atraía más y más, hasta el punto de que dejó de importarme si sería sombra o pelusa. Ella insistía en mi libro, así que necesitaba hacer algo. Me apunté a un taller de escritura. Al quinto ejercicio el tutor me insultó y me animó a abandonar. Pero yo necesitaba convencer a Pamela de que mi nueva e irreal identidad no lo era. Consultando en un foro de internet, charlesdickens0069 me recomendó que contratara a un negro para que escribiera por mí. No lo vi muy claro, pero obedecí y salí a la calle y en la entrada de un supermercado hablé con uno que quería venderme un periódico. El resultado fue excelente, se trataba de un senegalés doctorado en literatura española que había llegado en patera. En menos de un mes me entregó dos manuscritos. Con mi dinero no fue difícil publicarlos. Se los mandé a Palmira, que se mostró muy emocionada. Sorprendentemente fueron un éxito de crítica, aunque no vendieron mucho. Palmira se mostró encantada. Era el momento de dar un paso más. Le pedí el teléfono, pero se negó aduciendo que no tenía, que vivía metida en sus estudios y no quería distracciones. Era difícil de creer, pero entre esa gente tan rara todo era posible. Nuestras conversaciones cibernéticas me enamoraban más y más de ella, pero no conseguía avanzar en nuestra relación, así que le encargué otros tres libros más al negro, que publiqué y le mandé. Pero ella seguía negándose a otra relación distinta a la que teníamos. Desesperado, decidí sincerarme y le escribí confesando que la amaba y que quería pasarme la vida hablando con ella y necesitaba oír su voz y estrecharla entre mis brazos. Después de un día de silencio me llegó el siguiente mensaje: “Querido Edmundo: Realmente eres un hombre extraordinario y seguramente un escritor magnífico, pero he de confesarte que te he mentido: no he leído ni uno de tus libros. A brí el primero pero la primera página me pareció un tostón y lo dejé. También te he mentido en más cosas. Mi nombre no es Palmira O´Connor ni estudio lengua española. Me llamo, Catalina Suárez y soy modelo. Este mundo está muy mal y tan solo buscaba a alguien famoso con dinero para promocionarme. Mi agente me ha dicho -de muy malas maneras, por cierto- que los escritores no tenéis ni un céntimo y a menos que seas Dam Brown, que deje de hacer el gili. Siento haberte engañado, porque me pareces un tío estupendo y aunque sé que no lo merezco, espero que algún día puedas perdonarme. Cata.” Le contesté confesando todo, que no había escrito un libro en mi vida, que contraté a otro para que lo hiciera, que era multimillonario y podría promocionarse todo lo que quisiera conmigo. Pero no me creyó. El que si se lo creyó fue el juez que dilucidó la demanda del senegalés por la autoría de sus libros y que me condenó a pagarle una millonada por estafa, suplantación de personalidad y contratación irregular. He perdido mi fortuna, y con ella a las mujeres que buscaban mi dinero. He perdido mi fama de escritor y con ella a todas las mujeres que buscaban mi personalidad. Pero lo que más me duele de todo es que nunca conoceré a esa mujer de gafas de pasta negra, mirada penetrante y ese lo que fuera sobre el labio.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Amor,
Humor,
Sentimientos,
Textos
sábado, 8 de junio de 2013
sábado, 1 de junio de 2013
Contigo
Mmmmm. He dormido genial, menuda siesta. Me encanta despertarme sintiendo este calorcito y abrazado a ella. ¿Cómo hemos llegado aquí? Ah, ya recuerdo, después de la comida me puse un poco pesadito. Y al parecer gané yo. Me encanta estar con ella. Es tan dulce, tan tierna. Parece que solo tiene ojos para mí. Me resulta imposible calcular el tiempo que llevamos juntos. Un día, de repente, nos conocimos y desde entonces no nos hemos separado. Yo podría estar con cualquiera. Ya sé que suena pedante, pero es la verdad. A veces tan solo con una sonrisa las conquisto y antes de que me dé cuenta ya están intentando abrazarme y besarme. Confieso que me gusta provocarlas y a ella esto le pone muy celosa, pero que quieres que haga, no tengo la culpa de ser irresistible. Pero siempre me perdona y vuelvo a su lado. Ella es preciosa, la mujer más bonita que he visto nunca. Sus ojos color miel no paran de enviarme amor y sus labios son mi fuente de dulzura. Me encantan sus besos y sus abrazos, esos abrazos fuertes que me hacen notar sus pechos. ¡Uf, sus pechos! Me vuelven loco. Hay noches que me abalanzo sobre ellos y no puedo parar, hasta que el cansancio puede conmigo. Luego, de madrugada, me despierto y vuelta a la carga. Creo que estoy obsesionado con ellos. Y ella nunca me dice que no. Es la mujer perfecta. Además me cuida mucho, siempre está preocupada por mí. Esto me agobia un poco, pero no lo hace con mala fe. Me vino muy bien una vez que pillé un gripazo. Me encontraba fatal. Ya sé que los hombres somos un poco quejicas, pero no tenía ganas de nada y ella no se separó de mi lado ni un instante. Ella es maravillosa. Todo el mundo la quiere. Incluso el tipo ese con el que quedamos tanto que es como de la familia. Se le nota en la mirada que está enamorado de ella y no le culpo, es normal. Además me cae bien, es muy gracioso y cuenta unas cosas que te partes. Un día le vi que la besaba. Me molestó y se lo hice saber, pero no pasa nada, soy un hombre del siglo XXI. Esas cosas son normales. Además, no tiene nada que hacer, ella está perdidamente enamorada de mi. ¡Pero mira qué hora es! Creo que me he vuelto a dormir. Tengo un hambre que me comía un elefante. Pero, ¿dónde está ella? Voy a llamarla. Aparece con su sonrisa de siempre y trae la cena. ¡Mi plato favorito! Esta mujer es maravillosa. No sé, siento algo especial, algo que nunca había sentido antes, solo quiero notar su calor cerca de mí. Me parece que llevamos juntos desde siempre y estaría toda la vida a su lado. Creo que yo también me he enamorado. Llevo un tiempo pensándolo. Quizá se lo debería decir ya. Seguro que se emociona y se le llenan los ojos de lágrimas. Decidido. Cuando acabe de cenar se lo digo. Allá voy: -Mmma-má. ¡Toma, la tengo en el bote!
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
sábado, 25 de mayo de 2013
viernes, 24 de mayo de 2013
sábado, 18 de mayo de 2013
viernes, 17 de mayo de 2013
viernes, 3 de mayo de 2013
jueves, 2 de mayo de 2013
martes, 30 de abril de 2013
No hay mayor tortura
Insonmio. Créeme, no hay mayor tortura. Me impide incluso deletrearla correctamente cuando la estampo sobre este folio. Ahora pienso incluso que podría tratarse de algún ser vivo, que actúa con soberana complacencia hacia sí misma, que piensa pero no siente, que obra retorcidamente, que envenena de putrefacción todo lo que esta a su alrededor, que ejerce de tirano sobre quien le place eligiendo casualmente a quien más desespero desprende. Insomnio... He respirado profundamente y lo escribí despacio, muy despacio, como si de un desafío se tratara, como si amenazara de alguna forma a un mal que incluso al escribirla mostrase todo su poder. Sólo he de volver a intentarlo de nuevo y de la misma forma para que mi predicción se cumpla. Respiro profundamente, hinchando mis pulmones hasta creer que mis costillas ceden. Insomnio. Este es el resultado. Insomnio. I. N. S. O. M. N. I. O. InSoMnIo... Puede que existan muchas clases, pero todas tienen un mismo significado. Todo reside en único problema. No logro acordarme de cuando empezó todo. Una semana, tal vez diez días, puede que más. ¿Qué más da? La verdad es que no me acuerdo. Puede que esta sea una de sus consecuencias, aunque siempre he sido muy olvidadizo. Tampoco tengo porque dramatizar, simplemente llevo un mes sin dormir por las noches. No es para tanto, hombre. Y sonreír. Rio profundamente, a carcajadas. No me importa la hora, nunca ha sido ni demasiado temprano ni demasiado tarde para reírse. Pero noto como al mismo tiempo dos lágrimas, una por cada glándula caen pesadamente por mi cara. Durante un mínimo espacio de tiempo intento creer que lloro de alegría, pero un segundo después recuerdo que no hay motivo de alegría, por lo que opto por dejar de reír como un imbécil, y continuo llorando. Ahora tengo motivos para hacerlo y ninguno de ellos es agradable. Lloro por cansancio, porque todo me duele y ofende, por el mal humor, porque no encuentro solución, porque no sé el motivo, lloro porque no sé que hacer. Repentinamente siento un pinchazo en el pecho. Miro mis uñas. Las tengo mordidas hasta el tal extremo que podríamos hablar de maltrato, de masoquismo. La sangre que percibo levemente en la boca así me lo demuestra. En cambio la de los pulgares brilla en toda su longitud. Son enormes, y al tocarlas me duelen los propios dedos de lo duras que están. Creo que si agarrara a alguien del cuello podría, si quisiera, traspasarle la garganta con estas garras. ¿Por qué tenemos uñas los humanos? Antes sabía esta respuesta, no solo me estoy volviendo paranoico, también pierdo la memoria. No sé que es peor. A través de ellas intento ver la luz que desprende la lámpara de la mesita, y decido que mañana les daré forma de punta de lanza, o de un estilete puntiagudo, o de un mortífero espolón. Bostezo. Bostezo con tanta fuerza y ansiedad que me cruje la mandíbula al abrir la boca. Una amarga sensación me sube hasta el oído, aunque satisfactoriamente el dolor me despeja la mente. Opto por adelantarme al mal, a darle la espalda intentando correr más que él. Pensándolo negativamente creería que huyo, pero si he decidido huir de él no puedo ser tan nefasto. Alzo precipitadamente mi cuerpo de la cama y bordeando la misma comienzo a pasear por la habitación. Obsesivamente y a propósito me detengo en detalles que hasta ahora, después de tantos años pernoctando en este habitáculo nunca me había percatado de su propia existencia. Me detengo junto a la pared, delante de una enorme fotografía de mi antigua persona, cuando en mi ignorante y feliz infancia tome la comunión cristiana. ¿Pareces feliz o es que en tu vocabulario aún no existía una palabra llamada preocupación? Acerco la vista lentamente hacia el cuadro, y como ya dije, me detengo en detalles inexistentes para cualquier persona capaz de dormir dos horas al día. Pero, uff... hay pinceladas de mi vida que golpean con fuerza en mi mente, y que incapacitan mi derecho a poder sacarlos a la luz. Suelo llamar a estos momentos arrepentimientos y mala conciencia.
Nunca me ha parecido buena idea este cuadro, realmente ningún cuadro en el que aparezca mi faz ha sido buena idea. La juventud fue tan hermosa como ignorante, tan nostálgica como rauda, tan horrorosa como añorada. Con gran esfuerzo logro apartar mis ojos de los míos, evito mirarme a mí mismo, que precisamente no dejo de mirarme. Cuando por última vez ví aquel cuadro creí notar en alguna parte de mi mente que yo mismo me reía de mí mismo. ¡Sabes, yo duermo más de ocho horas al día!, Así que no me llames ignorante... No dormir a lo largo del día trastoca generalmente el devenir de cualquier persona, la existencia se vuelve insoportable. Continuo el recorrido, vagabundeando a altas horas de la madrugada, con la moral si cabe todavía más baja después de mi espantoso encuentro con mi preciosa juventud. Parece que la depresión rebosa ya definitivamente mi cuerpo. Las paredes cobran vida, acechando mi inestabilidad, huyendo después. Las gotas de pintura parecen escurrir hacia el suelo. Mientras caen van formando espesas caras de satisfacción y menosprecio. Me detengo delante de una que me es familiar. Abre los ojos lentamente y cuando repara en mi presencia, comienza a bostezar de forma tan ostensible, que segundos después es engullida por sí misma. Grito de pánico, pero no escucho nada. Nadie quiere saber nada de mí. Ni yo mismo. Después de rozar durante varias vueltas mis dedos por la pared, cansado, acudo a una de mis pocas ayudas para soportar cualquier adversidad, la nicotina. Después de encenderme el cigarro acudo raudo a la ventana, y observo. Simplemente eso, observo la oscura sombra, escucho el leve viento de la noche, y fumo, aspiro profundamente hasta que arden mis pulmones, quemados por el fuego de la desesperanza. Y obra el milagro, un cosquilleo recorre mi espalda al sentir, y esto es objetivo, como mis ennegrecidos y henchidos párpados caen lentamente. Dichoso por profesar de nuevo en lo que el cansancio desemboca, continúo de pie apoyados los codos en la repisa de la ventana, apurando aquel pitillo que nunca debería haberse consumido para volver a encenderlo, si aquel monstruoso ser que me impedía dormir volviera a hacer acto de presencia. Necesito aprovechar aquel momento como si de los últimos segundos de mi vida se trataran, como si realmente aquel desvanecimiento que podía apreciar fuese realmente mi eterno descanso. Con los ojos casi cerrados y a tientas dirijo mi ahora afligido cuerpo hacia la cama, eso sí, tan lánguidamente obro para no despertar al propio insomnio, que aparentemente el único que se ha movido ha sido el pensamiento. Pesadamente reposo en la cama, lentamente y en silencio estiro mis extremidades y músculos, y en silencio ahora respiro... Que gran contrariedad, que enorme desgracia, que injusta realidad comprobar que el peor sitio para combatir a este pavoroso enemigo es el único en el cual se le podría plantar batalla. Bienvenida la ignorancia que creará la felicidad.
Eduardo 2
Nunca me ha parecido buena idea este cuadro, realmente ningún cuadro en el que aparezca mi faz ha sido buena idea. La juventud fue tan hermosa como ignorante, tan nostálgica como rauda, tan horrorosa como añorada. Con gran esfuerzo logro apartar mis ojos de los míos, evito mirarme a mí mismo, que precisamente no dejo de mirarme. Cuando por última vez ví aquel cuadro creí notar en alguna parte de mi mente que yo mismo me reía de mí mismo. ¡Sabes, yo duermo más de ocho horas al día!, Así que no me llames ignorante... No dormir a lo largo del día trastoca generalmente el devenir de cualquier persona, la existencia se vuelve insoportable. Continuo el recorrido, vagabundeando a altas horas de la madrugada, con la moral si cabe todavía más baja después de mi espantoso encuentro con mi preciosa juventud. Parece que la depresión rebosa ya definitivamente mi cuerpo. Las paredes cobran vida, acechando mi inestabilidad, huyendo después. Las gotas de pintura parecen escurrir hacia el suelo. Mientras caen van formando espesas caras de satisfacción y menosprecio. Me detengo delante de una que me es familiar. Abre los ojos lentamente y cuando repara en mi presencia, comienza a bostezar de forma tan ostensible, que segundos después es engullida por sí misma. Grito de pánico, pero no escucho nada. Nadie quiere saber nada de mí. Ni yo mismo. Después de rozar durante varias vueltas mis dedos por la pared, cansado, acudo a una de mis pocas ayudas para soportar cualquier adversidad, la nicotina. Después de encenderme el cigarro acudo raudo a la ventana, y observo. Simplemente eso, observo la oscura sombra, escucho el leve viento de la noche, y fumo, aspiro profundamente hasta que arden mis pulmones, quemados por el fuego de la desesperanza. Y obra el milagro, un cosquilleo recorre mi espalda al sentir, y esto es objetivo, como mis ennegrecidos y henchidos párpados caen lentamente. Dichoso por profesar de nuevo en lo que el cansancio desemboca, continúo de pie apoyados los codos en la repisa de la ventana, apurando aquel pitillo que nunca debería haberse consumido para volver a encenderlo, si aquel monstruoso ser que me impedía dormir volviera a hacer acto de presencia. Necesito aprovechar aquel momento como si de los últimos segundos de mi vida se trataran, como si realmente aquel desvanecimiento que podía apreciar fuese realmente mi eterno descanso. Con los ojos casi cerrados y a tientas dirijo mi ahora afligido cuerpo hacia la cama, eso sí, tan lánguidamente obro para no despertar al propio insomnio, que aparentemente el único que se ha movido ha sido el pensamiento. Pesadamente reposo en la cama, lentamente y en silencio estiro mis extremidades y músculos, y en silencio ahora respiro... Que gran contrariedad, que enorme desgracia, que injusta realidad comprobar que el peor sitio para combatir a este pavoroso enemigo es el único en el cual se le podría plantar batalla. Bienvenida la ignorancia que creará la felicidad.
Eduardo 2
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
lunes, 29 de abril de 2013
viernes, 26 de abril de 2013
jueves, 25 de abril de 2013
miércoles, 24 de abril de 2013
Extensión "0"
Una alta ejecutiva muy seria y recatada se hospeda en un hotel durante un viaje de trabajo, y al sentirse un poco 'SOLA' y con una sensación de libertad que nunca había sentido, decidió llamar a una de esas 'empresas de acompañantes' , que reparten propaganda a la salida de los aeropuertos. Si bien los servicios están pensados principalmente para hombres, entre los papeles que tenía, encontró a un...o que ofrecía literalmente el servicio masculino y en especial le llamó la atención uno que se llamaba 'Ferótico'. Después de analizar con cuidado la fotografía, se decidió a llamar. Con el folleto en sus manos - que temblaban y sudaban por la expectativa - levantó el teléfono y marcó el número que indicaba el panfleto: -'¡Hola!', contestó un hombre con una sensual voz.. ... Hablo del hotel Libertador, habitación 421. - Si, si.. - Leí el folleto y veo que sabes de masajes y la verdad es que necesito que vengas a mi habitación y me des uno urgente..... A decir verdad, necesito masajes relajantes, casi mimos....... No, espera, para que me hago la interesante, en realidad lo que quiero es ¡sexo! Tengo ganas de tener una larga sesión de sexo salvaje.. Quiero hacerlo en la cama, en el suelo, en el balcón, en el pasillo, en la ducha. Quiero exhibirme, sentirme humillada, estoy harta de ser reprimida. Pero ¡yaaaa! Estoy hablando en serio, deseo que dure toda la noche y estoy dispuesta a participar en variadas y atípicas cosas... si algo tiene un nombre que puedas pronunciar ¡yo quiero hacerlo! Trae toda clase de implementos, accesorios y juguetes para que te asegures que me mantendré despierta toooda la noche! Quiero que me inmovilices y que me llenes el cuerpo con lo que quieras, para después limpiárnoslo uno al otro... con la lengua o lo que quieras. ¿Qué te parece? - La verdad que suena fantástico... pero..., señora Ramírez, para hacer llamadas externas primero necesita marcar el 0...
Tras el cristal de la ventana
Siempre le gustó aquella ventana. Desde bien pequeñito se sentaba frente a ella y contemplaba con curiosidad el mundo que se abría en el exterior. Cada mínimo detalle. El vuelo de un pájaro que se posa sobre la caseta del jardín. Las nubes moviéndose lentamente en las alturas, pasando de largo y perdiéndose en la inmensidad del cielo. Sacaba la lengua y se levantaba apoyando las patas delanteras contra el cristal, buscando la mano mágica del amo que se acercaba y la abría dejándole salir a las escaleras que bajaban hasta el patio. Fue creciendo y memorizando cada esquina de aquel lugar que era el día a día de una vida sin preocupaciones. Los muros que delimitaban su existir y su ser, las fronteras del saber. Su jardín. Las estaciones cambiaban el color de la hierba y los olores de sus parajes, atrayendo nuevos integrantes a los que examinaba con ojo avizor tras el cristal de la ventana que guardaba con gran cuidado, día tras día. Sus pelos fueron cayendo y otros nuevos aparecían resguardándole del frío. Sin objetivos la vida misma se convierte en una misión, y así pasaba horas sentado frente al cristal, parpadeando con cautela, sin importarle cuantas veces había inspirado ni cuantas más espiraría, los latidos de su corazón no temían al futuro, la ventaba seguía allí, eso era todo. El jardín nunca cambió de lugar, ni cesaron las estaciones, el calor o el frío. Con los años se cansó de olisquear y solo observaba, ya apenas salía al exterior y en el invierno la ventana le protegía a él, él protegía a la ventana, y los días avanzaban. Tiempo después ya no estaba allí. Cada mañana la ventana le esperaba impaciente, aguardando su aliento abrazando el cristal de su cubierta, sus ojos atravesándola sabiamente, pero ya nunca volvió y la ventana, plena de tristeza, se empañó entre lágrimas calientes y aire gélido plasmando la forma de su buen guardián una vez más, con su contorno donde siempre estuvo, tras el cristal donde una vez existió y luego, sin miedo, dejó de hacerlo.
Luis.J.Salamanca
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
lunes, 22 de abril de 2013
viernes, 19 de abril de 2013
martes, 16 de abril de 2013
El paraguas
Ayer tuvimos nuestra última discusión. Todo empezó por una tontería, como siempre últimamente. Paula miraba por la ventana y me dijo que llovía. Me puse detrás de ella, abrazándola y estrechándola contra mí, besándola el cuello y pronunciando las palabras inadecuadas: - ¿Llover? Más bien chispea. Entonces empezó el sermón, que si siempre me llevas la contraria, que si todo te parece mal, que si Dani esto y que si Dani lo otro. Si mi chispeo desató su furia, su lluvia apagó mi ardor y dio paso a un tornado de reproches mutuos: que si tu preferirías estar con cualquier hombre antes que conmigo, que si tu miras a todas. La pelea me arrojó al ascensor de su casa con la única compañía de mi maleta y un paraguas que me regaló en algún cumpleaños. En la calle, como en la casa de Paula, la lluvia ganó la batalla y al abrir el paraguas descubrí que, al igual que nuestra relación, llevaba mucho tiempo roto. La lluvia me calaba y me enfurecía cada vez más, así que me metí en el “Philadelphia”, el bar que solíamos frecuentar. Me acerqué a la barra y pedí un ron con limón, necesitaba pensar qué iba a hacer y sobre todo dónde pasaría la noche. Al primer trago levanté la mirada y la crucé con una morena espectacular. Me sonrió. Recordé la lluvia y que debía tener un aspecto horrible. Me recompuse un poco el pelo y antes de poder hacer nada más se me acercó un tipo. - Hola, ¿cómo te llamas? - Dani, ¿por qué? -respondí a la defensiva. - Bonito nombre. No, es que me preguntaba si podría invitarte a una copa. Tienes unos ojos preciosos. ¿De qué color son? ¿grises, azules? ¿Desde cuándo el “Philadelphia” se había convertido en un bar de esa clase? No es que tenga nada en contra de ciertas tendencias sexuales, pero no soporto que intenten ligar conmigo. Reconozco que hace años tuve una etapa de confusión en cuanto a mi identidad sexual, pero tipos como aquel me dejaron claro que tan solo me interesaban las mujeres. Decidí tomar la practicidad por bandera: - ¿Una copa? Estupendo. Un ron con limón. - Camarero, un ron con limón -pidió él-. Y tus ojos… dime, ¿de qué color son? -continuó mientras ponía su mano en mi muslo. Era mi noche de suerte, rompo con mi chica y me entra un tío, baboso, pulpo y daltónico. Esperé hasta tener mi segunda copa. - Morados -le dije. - ¿Cómo? - Sí -respondí mientras cogía las dos copas y me levantaba-. Morados van a ser los tuyos como me vuelvas a dirigir la palabra -y me acerqué a la morena. Hablamos poco. Enseguida vi que mis expectativas se habían cumplido: Preciosa, espectacular y rematadamente tonta. Fuera seguía diluviando y supe que, después de todo, la noche no había sido tan mala: sexo fácil y un techo donde cobijar mi maleta. Corrimos bajo la lluvia hasta su casa. Nos arrancamos las ropas mojadas e hicimos el amor hasta que las fuerzas nos abandonaron. Me despertó el sonido de mi móvil. Paula. Quería verme. Se sentía mal por lo de la noche anterior y quería que volviera. Me acerqué a la ventana, llevando como única ropa el sostén y la blusa de la morena, que todavía estaban húmedos. Es algo que siempre hago después de hacerle el amor a una mujer, no sé, me siento a gusto, es como si estuviera dentro de ella , como si me pusiera en su piel. Miré por la ventana pensando en Paula. Parecía que ya solo chispeaba. Me giré y mi compañera de cama eventual me sonrió. Miré mi maleta. - Perdona… -comenzó ella avergonzada- que corte, pero… ¿cómo te llamabas? -me preguntó. - Daniela, pero todo el mundo me llama Dani -volví a mirar la maleta-. Perdóname, pero tengo que irme. Tengo un paraguas que arreglar.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
jueves, 11 de abril de 2013
Amnesia
Desperté y una vez más me invadió la angustia. Ante mi, un rostro masculino, aplastado lateralmente contra la almohada, emitía pequeños ronquidos. Pero, ¿quién era? ¿Le conocía acaso? Bueno, por la situación supuse que sí. Aquellos episodios de amnesia temporal estaban acabando conmigo. Iban y venían, tan pronto recordaba cosas súbitamente como me era imposible saber que había hecho el día anterior. Y de nuevo con un hombre en mi cama y sin saber quién era. ¿Mi marido? Espero que no, soy muy joven aún. ¿Mi novio? Uf no le veo, yo tengo mejor gusto. ¿Mi amante? ¡Dios, tengo que volver a casa antes que mi marido sospeche! No, espera, tranquilízate, habíamos quedado en que no estoy casada. ¿Un ligue, un amigo? ¿El qué, el qué? Mi desesperación le despertó, sobre todo porque fue acompañada de unos golpes con mis manos contra la cama en un movimiento desesperado. - Hola, ¿nos conocemos? Joder, joder. Ahora resulta que ni me conoce. Al menos no estamos casados. Pero ¿qué hago con él en la cama? - No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras -respondí-. ¡Eh! ¡Tú! Quien seas. Había bajado la vista y estaba como ausente, con la boca abierta y una mirada estúpida. Seguí la dirección de su mirada hasta llegar a mi cuerpo. ¡Mierda, estaba desnuda! Me tapé rápidamente con la sábana. Al parecer sí que nos habíamos conocido, ¿pero desde cuándo? - ¡Ah! Es que tengo problemas de memoria -me dijo devolviendo sus ojos a los míos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! - A mí también me pasa -alcancé a decirle. - Entonces, ¿no sabes quién soy? - No. - O sea, que podría ser tu marido. - No, no lo creo -le dije, mientas él se levantaba. También estaba desnudo, pero parecía menos pudoroso que yo. Joder, esperaba que realmente no estuviéramos casados. - ¿Por qué? ¿Has recordado? - No, pero seguro que no -respondí y empecé a vestirme. - Bueno lo que está claro es que anoche hicimos el amor. ¡Puaj, qué asco! - No estés tan seguro. -Ah, ¿no? Entonces, ¿qué pasó? Nos conocimos y decidimos dormir juntos desnudos en… ¿es tu casa o la mía? -dijo con cierta prepotencia mientras seguía, no sé por qué, orgullosamente desnudo. La casa. Miré a mi alrededor, agradeciendo mis ojos que apartara la vista del cuerpo del desconocido. - Tuya, por supuesto. - ¿Mía? ¿Por qué estás tan segura? -continuó interrogando, mientras, al fin, empezaba a vestirse. - Mírala, no puede ser mía, yo no tengo tan mal gusto. - Bueno, viendo como vistes tampoco parece que lo del gusto sea tu fuerte. Será… Esa situación me hizo temer que realmente estuviéramos casados. Le miré. Ya estaba vestido y se había puesto unas gafas horribles. ¡Míster estilo! Sí, la casa tenía que ser de él. Su visión con ropa y gafas, por muy increíble que pareciera, no mejoraba su aspecto desnudo. Le miré bien. Con esa cara y esas gafas seguro que era escritor. Seguro. O quizá no. Quizá era… No, no podía ser. Dios, eso no, por favor, que no fuese informático. Intenté apartar esa idea de mi mente. - Vale, vale, ya veremos de quién es. Pero, ¿cómo te llamas? - Eustaquio. Y ¿tú? - Carmen. ¿Te suena? - No nada. ¿Y a ti?. - No. ¿De qué te ríes? - De nada. - ¿De qué? -ese tío me estaba poniendo de los nervios. - No. Tu nombre. Carmen. Que es un poco ridículo. No sabía si era su mujer, su amiga o su perfecta desconocida, pero tuve claro que terminaría siendo su verdugo. - Tal vez… - ¿Tal vez qué? -le increpé. - No, estaba pensando que si nos acostásemos otra vez, quizá recordáramos algo. - ¡Por primera, vez, sería la primera vez! -respondí exaltada. - Sí claro. ¿Lo hacemos? - ¡No! Y sí, sí, seguro que sería la primera, pero no va a serlo. - Sí, claro, la primera. La sonrisa de tu boca de esta mañana no decía lo mismo, desde luego no sería la primera y probablemente tampoco la segunda. No podía más. Fui a partirle la cara, pero me detuvo una música que salía de un móvil. Nos miramos. - ¿Tuyo o mío? -me preguntó. La canción no daba muchas pistas. Me encogí de hombros y lo cogí. Era una alarma. Leí el texto: “Celebrar con Carmen nuestro aniversario. Hoy nos saltamos la reunión en Amnésicos anónimos” Me puse pálida. - ¿Estás bien? - Sí, sí -dije algo turbada-. Es que acabo de recordar… Era un mensaje de mi marido. Sí, es verdad, lo recuerdo todo. Eustaquio, nos conocimos anoche y ¡uf! Ha sido una noche salvaje. Hala, ha sido un placer. Hasta nunca. Y salí corriendo de esa casa. Hay oportunidades que solo se presentan una vez en la vida, y mi amnesia y la de mi esposo me facilitarían las cosas. Tan solo tendría que recordar una cosa: Nunca, pero que nunca jamás, debería pasarme por una reunión de Amnésicos anónimos.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Amor,
Humor,
relato,
Sentimientos,
Textos
Rest
“Rest”, es la historia de un joven soldado estadounidense que muere en la Primera Guerra Mundial, y noventa años más tarde vuelve de entre los muertos emergiendo de una tumba en un campo europeo. Filmada a lo largo de una semana en el condado de Mendocino, Valle de Morongo y la Ciudad de Nueva York, la película es una oscura, pero hermosa reflexión sobre la búsqueda de un alma rebelde de la paz.
Etiquetas:
Amor,
Corto,
Sentimientos
miércoles, 10 de abril de 2013
martes, 9 de abril de 2013
Desde mi barca en retirada
No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera ser un viejo que no saque de quicio a todo el mundo, que no exaspere a los demás. No aspiro a ser un santo, pero sí una anciano que no se crea infalible, ni viva de quejas y temores. No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida, pero sí convertir los años en espíritu y que fluya la dulzura; convertir las canas en acierto y que fluya el consejo; convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo dentro. Abrir paso a la precipitación de los demás, para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo. No interferir en el camino de la juventud siempre con una censura y un repudio. Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes, porque transitan por mayores peligros y enfrentan peores tentaciones. No es posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración, mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro. No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera desde mi sillón de soledad, dar alguna claridad. No quisiera estar martillando sobre mi experiencia, porque sería inútil. A cada uno le gusta vivirla y descubrirla por si mismo. Ni pretendo llevar a nadie de la mano: cada cual quiere caminar solo su propio destino. Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz. Ser una barca en retirada llena de palomas, de historia, de relatos, de recuerdos que hablen, de miradas que descubran, de hechos que hagan pensar… No desperdiciar la vejez. No mirar los años con miedo, dándoles a estos últimos un profundo sentido, porque son el espacio final para movernos y el momento irrepetible para la realización completa. No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia, sino una sombra que fue luz, un árbol que fue fruto y un camino que fue huella. ¡¡¡No vivir en la oscuridad como algo inservible, sino pararme delante de una estrella para morir iluminado!!!
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
martes, 2 de abril de 2013
lunes, 1 de abril de 2013
Ciento cuatro
Nervioso esperando a mi cita. No era la primera vez, ni que estaba nervioso ni que tenía una cita. Pero el momento final de espera antes de una cita siempre me ponía muy nervioso. Desde la primera con trece años hasta la que tuve el día anterior, a mis treinta y dos años. Una colección de citas que acumulaban una serie de coincidencias: nunca fueron con la misma chica (bueno hubo una que fue con un chico, un lamentable error del que prefiero no hablar), ninguna duró más de dos horas y todas terminaron en fracaso. Las citas ya ascendían a ciento dos o ciento tres, no podría decirlo con seguridad. La discrepancia surge en que en una de ellas, la chica me dio dos besos pero se largó antes de sentarse. Yo creo que técnicamente cuenta como cita, pero no sé si está regulado oficialmente en algún sitio. Después de tanta experiencia decidí hacer autocrítica. Por mucho que me costara creerlo, tantas mujeres no podían estar equivocadas y la culpa debía ser mía. Indagué e investigué, hasta que llegué a una conclusión que me aclaró la fuente de mis males: Soy estúpido. Sí, un estúpido integral. Un absoluto y perfecto majadero. Tampoco es que sea culpa mía, es un don. Todos tenemos uno y ese es el mío, la estupidez. Puestos a elegir hubiera preferido otro, ver a través de las paredes o algo así, pero cada uno tenemos el que nos toca. Mi descubrimiento no me desmoralizó, y decidí no cejar en mi intento de encontrar una mujer con la que formar una familia. El paso del tiempo y la acumulación de fracasos han cambiado mis expectativas: me vale con que solo sea para un revolcón con el que calmar la sed de treinta y dos años de sequía. Y así llegué hasta ese restaurante, esperando a mi intento ciento cuatro, cargado de ilusión por encontrar al fin una mujer que no se percatará de mi estupidez o le pareciera encantadora. A mi nueva víctima me la seleccionó el programa informático de una página de internet de contactos. Cien por cien de compatibilidad, estábamos hechos el uno para el otro. Yo me conformaba con que estuviera tan desesperada como yo. Una sensual voz de mujer interrumpió mis reflexiones: - ¿Pío? - ¡La virgen! -exclamé al verla- Tú no puedes ser Jésica, ¿verdad? -proseguí sin parar de mirar a esa mujer. ¡Qué digo mujer! Diosa hecha carne, con sus ojos verdes y pelo dorado, cara angelical con una pizca de diablesa. Omito el describir su cuerpo, en mi estado no es conveniente. Pero sí, tal cual estáis pensando. Era evidente que esa mujer no podía estar buscando pareja por internet. - Pues espero serlo, porque llevo puesto su tanga -dijo concluyendo con una risa tímida. Eso lo explicaba todo: era tonta. Debí sospechar al ver su pelo rubio. Qué le vamos a hacer, yo estúpido y ella tonta. Por mi no había problema. Di gracias por mi fortuna. Intercambiamos dos besos, le aparté la silla para que se sentara y empecé la conquista. - Bueno Jésica, la verdad es que no esperaba que fueras así, en este tipo de citas hay gente muy rara. Te esperaba más… más… - ¿Tonta? - No por Dios, más tonta no -dije con sinceridad-, aunque tampoco es un problema. ¿Y a qué te dedicas? Empezó a detallar sus estudios, que si dos carreras, no sé cuantos masters, doctorados y demás cosas que, francamente, ni sabía lo que significaban. Solo cabían dos explicaciones posibles, o mentía o no era rubia. - Tú te tiñes, ¿verdad? -me lancé a preguntar. - ¿Cómo? Pero que gracioso eres Pío. No, nada, nada. Todo natural, todito -puntualizó mientras me guiñaba un ojo. Experimenté una sensación extraña. Nunca antes lo había sentido, aunque nunca antes me habían guiñado un ojo de esa manera. Debía ser amor. - Perdóname por lo que te he dicho al principio, lo del tanga, es que estaba un poco nerviosa y me había tomado una copilla para serenarme. Alcohólica. Esa era la tara. Sin problema, incluso podría venirme bien. No sé cómo no se me había ocurrido en mi centenar de citas anteriores. Seguimos hablando. Realmente era lista, daba gusto oírla hablar. Y graciosa. Muy graciosa. Además, o era muy educada o no le importaba lo más mínimo mi estupidez. Miré el reloj y salté: - ¡Dos horas y cuarto! -acababa de superar el récord. - ¿Ya? Se me ha pasado volando, eres encantador Pío. Un momento, un momento, eso no podía ser verdad. Una mujer tan bella y tan inteligente no podría en la vida pronunciar esas palabras dirigidas a mí, ni bajo los efectos del alcohol. Además, solo había bebido agua durante la comida y los efectos de la copilla previa no podían durar tanto. Todo eso era muy raro. Pensé y pensé hasta que me di cuenta: ¡Claro, era una prostituta! Vamos a ver, no es que me pareciera mal, en mi situación toda opción podía considerarse razonable, pero en ese caso podía haberme ahorrado doscientos euros de comida para impresionarla. Aunque tenía que cerciorarme. - Dime Jesi, te puedo llamar Jesi, verdad. ¿A ti te gustó Pretty Woman? - ¡Me encantó! Es una de mis películas preferidas… Puta, puta y reputa. Decidí acabar con el paripé. Que si muy lista y tal pero el resto de sus cualidades iban a hacer estallar mis treinta y dos años de abstinencia. - ¿Y cuánto cobras? Pareció sorprendida por mi sagacidad. - Bueno, no pensaba decirte eso todavía, quizá después de varias citas, que nos conociéramos mejor… ¡Si hombre a doscientos euros la cita! - Tres mil euros. - ¿Tres mil euros? - Bueno sí, más dietas. Me desplazo mucho. - No, si la comida ya había asumido que la pagaría yo. Pero ¿tres mil euros? ¿No crees que es demasiado? - Bueno, si me lo pagan es que lo valgo. No se encuentran fácilmente profesionales tan cualificadas como yo -me dijo ligeramente irritada. Uf. Qué tentación. Pero tres mil euros… ¿De dónde iba a sacarlos? Tuve que resignarme. - Lo siento, mucho, Jesica. Pero no tengo tanto dinero, alguna tarifilla más baratilla, algo que me pudieras hacer por cincuenta eurillos… Ojo, y la comida la pago yo. - ¿Cómo? -preguntó indignada.. - Sí, mujer, en base a este buen rato que hemos pasado juntos, un precio de amigo, o por lo menos un toqueteo, eso sí, sin besos, que ya sé que no os gustan. Es que no tengo tanto dinero. Accedió a mi petición pero no como yo esperaba. Su mano abierta con sus cinco dedos tocó con violencia mi cara hasta volverla del revés. Cuando recuperó su posición original, pude ver como se iba. ¡Lástima, había estado tan cerca esta vez! Reflexioné y me di cuenta que mi estupidez innata había vuelto a jugarme una mala pasada. Pero aprendería de la experiencia y lo pondría en práctica en mi siguiente candidata, la ciento cinco. Lo primero que la preguntaría sería si es prostituta. Pero para eso tendría que esperar tres horas más, en el mismo restaurante, para cenar con Carmen, noventa y ocho por ciento de compatibilidad.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
lunes, 25 de marzo de 2013
La báscula
Tiemblo. Apenas puedo separar los dedos de mis manos que tapan mis ojos. Quiero mirar, me asusta, pero debo hacerlo. La pesadilla empezó hace una semana. Siete malditos días antes. Entonces el espejo me devolvía la imagen de mi cuerpo desnudo y me escupía a la cara todas las mentiras que yo mismo me había creado. Sí, entonces lo supe: estaba gordo. Ni me pesaban los huesos ni retenía líquidos, la realidad, por mucho que me aterrorizara, era la realidad. Yo, gordo yo. Y encima en el peor momento, a una semana de la reunión de antiguos alumnos del colegio, veinticinco años después de abandonarlo. Yo, que había sido el atlético de la clase, el guapo, el listo, ahora tendría que aguantar que la gente me dijera: “Perdona, no te recuerdo, ¿quién eres?” y oír a mis espaldas: “¿Alguien sabe quién es el gordo?” No podía permitirlo. Mi primer arrebato fue no ir, pero entonces, no podría saber quiénes eran ahora, el calvo, la fea y la operada, así que tuve que elegir la otra opción: adelgazar. Tuve que ser radical, sería gordo, pero no era incompatible con ser tenaz y constante. Lo primero que hice fue comprarme una báscula de última generación. La llevé a casa ilusionado, la desenvolví y seguí las instrucciones. Primero introducir la altura. Un metro ochenta y cinco. Vale, apenas supero el metro setenta, pero ¿acaso la báscula se iba a dar cuenta? Me subí a ella. Una voz sensual me dijo: -Hola, dígame su nombre -realmente era muy sensual y pensé que aquello me gustaría. Por qué no decirlo, me había excitado un poco. -Matías y tú -contesté. -Hola, Matías… ¡Dios, qué voz! -…Pesas noventa y cinco kilos… Qué dulzura, sigue, sigue. -…con la altura que has introducido te sobrarían ocho kilos… La mejor compra de mi vida, era una diosa. - Pero atendiendo a la superficie de las plantas de tus pies, la presión por centímetro cuadrado ejercida -continuaba, mientras cambiaba el tono de su voz- y la presión atmosférica de la habitación, tu altura real es de un metro setenta y tres centímetros, por lo que te sobran veintiún kilos, gordo mentiroso. Adiós libido. Ahora la voz de la báscula se parecía pavorosamente a la de mi exmujer. Dejé unos segundos a que el escalofrío recorriera mi espalda y reaccioné con determinación. Ahora aquello era personal y no dejaría que aquel aparatejo me venciera. Está bien, tal vez perdí un poco los papeles gritando al artilugio y quizá sobrase lo de “frígida”, pero es que me sacó de mis casillas. Salí a la calle y me hice con varios libros: “Pierde peso en siete días”, “En forma en tiempo récord”, “Mil y una dietas que funcionan” y “Buñuelos que se deshacen en la boca”. Este último no pude evitarlo, las fotos de la portada me hacían salivar. Tenía una larga lectura por delante, así que empecé poniendo en práctica el de los buñuelos, para tener algo con lo que entretenerme mientras leía los otros. Tan solo una palabra: impresionantes. El primero de los libros básicamente consistía en no comer, y si después de siete días seguías vivo te garantizaba que habrías perdido peso. El segundo podría resumirse en que tenías que hacer ejercicio hasta que te diera un paro cardiaco. Si lograban reanimarte, la comida del hospital te haría perder peso. Los dos parecían interesantes, pero no podía correr riesgos, necesitaba llegar vivo a la reunión de antiguos alumnos, no soportaba la idea de que todo el mundo dijera: “¿A que no sabéis quién ha muerto?”, y encima no poder ver al calvo, a la fea y, sobre todo, a la operada. Todas mis esperanzas estaban en el tercer libro. Descubrí que no era un título engañoso, realmente había mil y una dietas. La de la alcachofa, la del melón, la del pepino, la de los hidratos, la de las proteínas, la de los hidratos proteicos, la del helado… y así hasta mil una. Ya era tarde, así que decidí empezar la dieta al día siguiente. Ese día tampoco podía haber ido mal, entre unas cosas y otras solo había comido los buñuelos -buenísimos, de verdad-, unos treinta y siete, es que nunca les cojo bien la medida a los ingredientes. Al día siguiente al ir al baño no fue la ducha lo que me despertó, si no una voz: -Psss, eh, psss. Sube, vamos sube. La maldita báscula de última generación con aquella odiosa voz. -Aquí huele a repostería, y yo no he sido. ¿Quién ha sido, gordito? Salí corriendo todo lo rápido que el pánico me permitió. No podía ser vencido por aquella máquina inmunda, así que los siguientes días me puse a muerte con el tema de las dietas. Tenía que vencer, así que aplicaría la fuerza de voluntad al límite y empecé a hacer dieta. Siete concretamente. Si una adelgazaba, qué no harían siete simultáneamente. Además así podría seguir tomando esos buñuelos tan deliciosos. Las mañanas eran terribles. Opté por no entrar al baño y usar tapones para los oídos para evitar los insultos de la bruja de la báscula. Al cuarto día pensé que las dietas ya habrían hecho efecto, así que entré desafiante al baño, me desnudé y me subí a la báscula. Todavía puedo oír las carcajadas del aparato del demonio mientras decía: “Noventa y nueve, cuatro kilos más”. Estaba destrozado, desmoralizado y desesperado, así que como el alcohol engorda, hice la segunda actividad que hace todo hombre en esos tres estados: ver la teletienda. Entonces tuve la revelación. Al día siguiente ya tenía en mi casa la plataforma vibratoria, el cinturón abdominal que te electrocuta el vientre, lo de los dos peldaños para hacer que subes escaleras y un alargador de pene (no es que lo necesite, no creáis, pero más vale que sobre que no que falte). Los dos últimos días fui a tumba abierta. Dieta tras dieta, sin bajarme de la plataforma a la vez que hacía que subía escalones y recibiendo descargas sin parar. Y sí, también con el alargador de pene puesto. Hoy, el séptimo día la suerte ya está echada. Esta tarde será la reunión de antiguos alumnos y no hay tiempo para más. Al levantarme he ido decidido al baño, no he hecho caso a los comentarios de la báscula y me he subido con decisión, pero una vez sobre ella me ha invadido el pánico. Sorprendentemente la báscula había enmudecido. Sí, seguro, la había vencido. O quizá tanta electricidad acumulada en mi cuerpo la había fundido. Ahora tiemblo. Apenas puedo separar los dedos de mis manos que tapan mis ojos. Quiero mirar, me asusta, pero debo hacerlo. Oigo un ruido, parece que la báscula va a hablar. A fin de cuentas no necesitaré mirar. Cierro los ojos y aprieto los dientes con fuerza. -Hola Matías. La voz es distinta pero también me suena familiar. -Ciento uno. ¡Ay, hija, pero que le viste a este ceporro! Mira que te decía que no me gustaba para ti. Dice la báscula con una voz terroríficamente parecida a la de mi exsuegra. Y encima el alargador de pene tampoco funciona.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Humor,
relato,
Sentimientos,
Textos
viernes, 22 de marzo de 2013
jueves, 21 de marzo de 2013
El corazón perfecto
Un día un joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños. Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado, el joven se sintió aún más orgulloso, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar. De pronto, un anciano se acercó y dijo: "Porqué dices eso, si tu corazón no es ni tan aproximadamente hermoso como el mío?" Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos, y éstos habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes irregulares en su alrededor. Es más; había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió - ¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron. El joven contempló el corazón del anciano y, al ver su estado desgarbado, se echó a reír. "Debes estar bromeando," dijo. "Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor." "Es cierto," dijo el anciano, "tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes -por los cuales me alegro- porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido." "Hubo oportunidades en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció a cambio un poco del suyo. De ahí quedaron los huecos -dar amor es arriesgar- pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza que, algún día, tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón." "Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?" El joven permaneció en silencio. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón; luego, a su vez, arrancó un trozo del suyo, ya viejo y maltrecho, y con el tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes. El joven miró su corazón, que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
miércoles, 20 de marzo de 2013
martes, 19 de marzo de 2013
El verdadero amor
Un famoso maestro se encontró frente a un grupo de jóvenes que estaban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas y que es preferible acabar con la relación cuando este se apaga, en lugar de entrar a la hueca monotonía del matrimonio. El maestro les dijo que respetaba su opinión, pero les relató lo siguiente... Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno y sufrió un infarto. Cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, rebasando, sin respetar los altos, condujo hasta el hospital... Cuando llegó, por desgracia, ya había fallecido. Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. El pidió a mi hermano teólogo que le dijera dónde estaría mamá en ese momento. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, conjeturó cómo y dónde estaría ella. Mi padre escuchaba con gran atención. De pronto pidió: "llévenme al cementerio". Papá -respondimos-, ¡son las 11 de la noche, no podemos ir al cementerio ahora! Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: “No discutan conmigo por favor. No discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa por 55 años”. Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador, con una linterna llegamos a la lápida. Mi padre la acarició, lloró y nos dijo a sus hijos que veíamos la escena conmovidos: "Fueron 55 buenos años saben? Nadie puede hablar del amor verdadero si no tiene idea de lo que es compartir la vida con una mujer así". Hizo una pausa y se limpió la cara. "Ella y yo estuvimos juntos en aquella crisis, cambio de empleo… Hicimos el equipaje cuando vendimos la casa y nos mudamos de ciudad… compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de seres queridos… rezamos juntos en la sala de espera de algunos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos en cada Navidad, y perdonamos nuestros errores. Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, y ¿saben por que? Porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, y le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera..." Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló: "Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día". Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. Dista mucho del romanticismo, no tiene que ver demasiado con el erotismo, mas bien se vincula al trabajo y al cuidado que se profesan dos personas realmente comprometidas. Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Ese tipo de amor era algo que no conocían.
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
lunes, 18 de marzo de 2013
sábado, 16 de marzo de 2013
Y uno aprende...
Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar el alma, que el amor no significa recostarse y una relación no significa seguridad... Y uno empieza a aprender que los besos no son contratos y los regalos no son promesas; y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos. Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes..., y los futuros tienen una forma de caerse a la mitad. Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado hasta el calor del sol quema, que hay que plantar su propio jardín y decorar su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores. Y uno aprende que realmente puede aguantar, que uno realmente es fuerte, que uno vale, y uno aprende y aprende... Y con cada adiós uno aprende. Con el tiempo aprendes que estar con alguien porque te ofrece un buen futuro significa que tarde o temprano querrás volver al tu pasado. Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas. Con el tiempo te das cuenta de que si estás al lado de esa persona sólo por compañía a tu soledad, irremediablemente acabarás no deseando volver a verla. Con el tiempo te das cuenta de que los amigos verdaderos valen mucho más que cualquier cantidad de dinero. Con el tiempo entiendes que los verdaderos amigos son contados y que el que no lucha por ellos, tarde o temprano se verá rodeado sólo de amistades falsas. Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quien heriste durante toda la vida. Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es sólo de almas grandes. Con el tiempo comprendes que si has herido a un amigo duramente, muy probablemente la amistad jamás volverá a ser igual. Con el tiempo te das cuenta de que cada experiencia vivida con cada persona es irrepetible. Con el tiempo te das cuenta de que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado. Con el tiempo comprendes que apresurar las cosas o forzarlas a que pasen ocasionará que al final no sean como esperabas. Con el tiempo te das cuenta de que en realidad lo mejor no era el futuro, sino el momento que estabas viviendo justo en ese instante. Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado. Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba ya no tiene ningún sentido. Pero desafortunadamente... ¡Sólo con el tiempo!
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
viernes, 15 de marzo de 2013
miércoles, 13 de marzo de 2013
Las calificaciones
Era miércoles, 8:00 a.m., llegué puntual a la escuela de mi hijo -“No olviden venir a la reunión de mañana, es obligatoria - fue lo que la maestra me había dicho un día antes. -“¡Qué piensa esta maestra! ¿Cree que podemos disponer fácilmente del tiempo a la hora que ella diga? Si supiera lo importante que era la reunión que tenía a las 8:30. De ella dependía un buen negocio y... ¡tuve que cancelarla! Ahí estábamos todos, papás y mamás, la maestra empezó puntual, agradeció nuestra presencia y empezó a hablar. No recuerdo qué dijo, mi mente divagaba pensando cómo resolver ese negocio tan importante, ya me imaginaba comprando esa nueva televisión con el dinero que recibiría. Juan Rodríguez!” -escuché a lo lejos -“¿No está el papá de Juan Rodríguez?”-Dijo la maestra. “Sí aquí estoy”- contesté pasando al frente a recibir el boletin de mi hijo. Regresé a mi lugar y me dispuse a verla. -“¿Para esto vine? ¿Qué es esto?” El boletín estaba lleno de seises y sietes. Guardé las calificaciones inmediatamente, escondiéndolo para que ninguna persona viera las bajas calificaciones que había obtenido mi hijo. De regreso a casa aumentó más mi coraje a la vez que pensaba: “Pero ¡si le doy todo! ¡Nada le falta ¡Ahora sí le va a ir muy mal!” Llegue, entré a la casa, golpeé la puerta y grité: -“¡Ven acá Juan!” Juan estaba en el patio y corrió a abrazarme. -“¡Papá!” -“¡Qué papá ni que nada!” Lo retiré de mí, y le di una bofetada al mismo tiempo que decía lo que pensaba de él. “¡¡¡¡ Y te vas a tu cuarto!!!”-Terminé. Juan se fue llorando, su cara estaba roja y su boca temblaba. Mi esposa no dijo nada, sólo movió la cabeza negativamente y se metió a la cocina. Cuando me fui a acostar, ya más tranquilo, mi esposa se acercó y entregándome el boletín de calificaciones de Juan, que estaba dentro de mi saco, me dijo: -“Léele despacio y después toma una decisión...”. Al leerla, vi. Que decía: BOLETIN DE CALIFICACIONES Calificando a papá: Por el tiempo que tu papá te dedica a conversar contigo antes de dormir: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para jugar contigo: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para ayudarte en tus tareas: 6 Por el tiempo que tu papá te dedica saliendo de paseo con la familia 7 Por el tiempo que tu papá te dedica en contarte un cuento antes de dormir 6 Por el tiempo que tu papá te dedica en abrazarte y besarte 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para ver la televisión contigo: 7 Por el tiempo que tu papá te dedica para escuchar tus dudas o problemas 6 Por el tiempo que tu papá te dedica para enseñarte cosas 7 Calificación promedio: 6.22 Los hijos habían calificado a sus papás. El mío me había puesto seis y sietes (sinceramente creo que me merecía cincos o menos) Me levanté y corrí a la habitación de mi hijo, lo abracé y lloré. Me hubiera gustado poder retroceder el tiempo... pero eso era imposible. Juanito abrió sus ojos, aún estaban hinchados por las lágrimas, me sonrió, me abrazó y me dijo: -“¡Te quiero papito" Cerró sus ojos y se durmió.
¡Despertemos papas! Aprendamos a darle el valor adecuado aquello que es importante en la relación con nuestros hijos, ya que en gran parte, de ella depende el triunfo o fracaso en sus vidas. ¿Te has puesto a pensar que calificaciones te darían hoy tus hijos? Esmérate por sacar buenas calificaciones... “El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día”
¡Despertemos papas! Aprendamos a darle el valor adecuado aquello que es importante en la relación con nuestros hijos, ya que en gran parte, de ella depende el triunfo o fracaso en sus vidas. ¿Te has puesto a pensar que calificaciones te darían hoy tus hijos? Esmérate por sacar buenas calificaciones... “El mejor legado de un padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día”
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
martes, 12 de marzo de 2013
Marina Abramovic & Meet Ulay
En los años 70, Marina Abramovic mantuvo una intensa historia de amor con Ulay. Pasaron 5 años viviendo en una furgoneta realizando toda clase de performances. Cuando su relación ya no daba para más, decidieron recorrer la Gran Muralla China, empezando cada uno de un lado, para encontrarse en el medio, abrazarse y no volver a verse nunca más. 23 años después, en 2010, cuando Marina ya era una artista consagrada, el MoMa de Nueva York dedicó una retrospectiva a su obra. Dentro de la misma, Marina compartía un minuto en silencio con cada extraño que se sentaba frente a ella. Ulay llegó sin que ella lo supiera, y esto fue lo que pasó:
lunes, 11 de marzo de 2013
El consejero
En los últimos meses mi mujer y yo nos sentíamos cada vez más distanciados. Diez años de matrimonio habían acabado con nuestra pasión y con la alegría de compartir cada segundo de nuestras vidas. Lo que en otro tiempo fueron cenas a la luz de las velas y conversaciones hasta el amanecer salpicadas con arrebatos de pasión, se habían transformado en sándwiches de jamón y queso iluminados por el resplandor del televisor y serenatas de ronquidos en do mayor. Siempre he sido un luchador y no podía permitir que nuestra convivencia languideciera sin ninguna oposición por nuestra parte, así que decidí tomar la iniciativa y hablar con ella. Tardé algún tiempo en poder hacerlo, porque cuando no estaba hablando con una amiga por teléfono, ponían el partido del siglo en la televisión. Al fin encontramos el momento y le manifesté mis inquietudes. Ella estaba totalmente de acuerdo y decidimos acudir a un consejero matrimonial. Buscamos un hueco entre sus clases de pádel, mis reuniones de la peña de fútbol, sus tardes de chicas y mis jornadas de póker. Mes y medio más tarde conseguimos coincidir en la consulta del asesor. El diagnóstico fue inapelable: no nos interesaba lo más mínimo la vida del otro. Era nuestra opción romper nuestro matrimonio o intentar encontrar algo que nos motivara a seguir juntos. Mi mujer pensaba que lo mejor era separar nuestros caminos en ese mismo momento. Yo también intuí que era la mejor opción, más aún cuando aquella noche coincidían en televisión el partido definitivo en la lucha por el undécimo puesto de la liga de fútbol de Timor Oriental y la entrevista en exclusiva con la ex novia del marido de la hermana del primer expulsado de la última edición de Gran Hermano. Pero por doscientos euros la consulta, no estaba dispuesto a irme sin hacerle gastar al menos un cuarto de hora de su tiempo, así que voté por recuperar la llama del amor y que aquel hombre nos desvelara su receta mágica. Nos recomendó que compartiéramos nuestras aficiones y tratáramos de involucrarnos el uno con el otro en nuestras actividades. A los dos nos pareció una idea horrible, pero aceptamos ambos, porque ninguno quería ser el causante de la ruptura. Eso sí, sería a partir del día siguiente, por nada del mundo renunciaríamos a nuestra cita de esa noche en televisores separados. La segunda línea de actuación marcada por el consejero era mejorar nuestra vida sexual en común. Nos explicó que los años de convivencia hacían caer en la monotonía y el hastío las relaciones sexuales de las parejas. Tuve que darle la razón. No hay nada tan monótono en el sexo en pareja como su ausencia. Nos recomendó que para recuperar la chispa tratáramos de innovar. Tantos años de convivencia me hicieron interpretar el pequeño movimiento de los labios faciales de mi mujer como un gesto inequívoco de repulsión a la idea. La convencí de que una mejora de nuestra vida sexual era excesivamente fácil de conseguir. Accedió, pero siempre que agotáramos antes la primera propuesta. El día siguiente, después de nuestras sesiones televisivas individuales –por cierto, ¡qué partidazo! Empate a cero, pero todo un partidazo- comenzamos nuestro asalto a nuestra última oportunidad de salvar nuestro matrimonio. Esa tarde era mi reunión de póker. Le enseñé las reglas sin muchas esperanzas y le aconsejé que cuando perdiera diez euros se retirara y observara, que no se picara e intentara recuperarlo. No se picó, no le hizo falta. En media hora nos había desplumado a mí y a mis amigos, que sí nos picamos. Me dejaron bien claro que no querían que volviera a parecer con ella. Al día siguiente era su turno y por desgracia tocaba tarde de chicas. Les explicó a sus amigas el por qué de mi presencia y aceptaron de mala gana, coincidiendo todas ella en que lo mejor era no haber hecho ningún esfuerzo. Fuimos a una cafetería con una decoración muy moderna y sin televisor. De locos. Comenzaron a hablar de libros y continuaron comentando las últimas noticias. Interrumpí su conversación y les dije que no variaran lo que hicieran normalmente por mi presencia, que yo me adaptaría, que podían hablar de ropa, tiendas, dietas y despellejar a las que no habían ido o cualquier otra de las estupideces que acostumbraran hacer. Me insultaron. Nunca pensé que tantas palabrotas pudieran salir de la boca de una mujer. Después de la experiencia, mi mujer me dijo que era inútil encontrar una unión en nuestras aficiones y que, aunque nunca pensara que llegaría a decirlo, nuestra única esperanza era la vía sexual. Era un suicidio, pero ninguno de los dos quería negarse y ser el culpable de nuestra ruptura, así que acordamos buscar la innovación en nuestra vida sexual como última opción. Mano de santo. Nuestras aficiones continuaban por derroteros distintos, pero volvimos a sonreír y sentirnos más cercanos. Incluso hablábamos. A todo el que me dice que me ve más feliz e incluso más joven, le confieso el secreto: innovar en la vida sexual. Y a los indiscretos que quieren saber cómo, se lo explico: “Sencillo, mi mujer se buscó un amante y yo cambié de mano”.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
sábado, 9 de marzo de 2013
martes, 5 de marzo de 2013
Historia de un beso
-Dame un beso. -Sí, claro –respondió ella simultáneamente a que sus mejillas enrojecieran-. ¿Y qué más? -No sé, ¿qué propones? Ella miró hacia la arena sin saber que decir y sintiendo el ardor en su cara. Una ola tapó sus pies y le devolvió el habla. -¿Y por qué debería dártelo? -Porque estás deseando. -¡Serás creído! –replicó ofendida. -¿Ah no? Y entonces, ¿por qué te has quedado conmigo en la playa por la tarde y no te has ido con los demás? -Porque me gusta la playa… Y ¿qué pasa? ¿Qué toda la gente que sigue en la playa no se van para que les beses? -Todos no, pero tú sí. Y aquella de allí también -respondió el dirigiendo la mirada a una chica en topless. -Tú eres tonto -dijo acelerando el paso y dejándole atrás. Lo que más la molestaba era el acierto de él. Soñaba con que se quedaran solos en la playa, con pasear juntos por la arena, sintiendo la brisa del mar, las olas jugando con sus pies y culminar su sueño con un beso de él. -Lucía, espera, no te enfades. Corrió hacia ella y se puso delante interrumpiendo su camino. Le sujetó la cara con sus manos y enfrentó sus ojos a los de ella. -Perdóname. A mi solo me gustas tú. No le creía, pero no pudo evitar sentir un estremecimiento dentro de sí. -Venga, dame un beso. Estaba nerviosa y asustada. No había nada que deseara más, pero no quería que fuese así. Dijo lo primero que se le ocurrió. -¿Y si no me gusta? Él no se lo podía creer. Todo el verano detrás de ella, haciéndose su amigo, esperando el momento. Estaba convencido que a ella le gustaba y no podía entender por qué se resistía tanto. -Vale, vale. Hacemos una cosa: Te doy un beso y si no te gusta me lo devuelves. -¡Sí claro, qué listo! Una ráfaga de aire soltó un mechón de pelo de ella y lo lanzó hacia su cara. Él lo siguió con la mirada, recorriendo sus ojos claros todavía llenos de la ingenuidad de la niña que ya no era, su nariz respingona, irresistible, que había querido día a día llenar de besos, y sus labios dulces, tiernos, tan deseados. Y después siguió cómo la mano de ella lo devolvía a su cabeza, rozando con sus dedos todos los objetos de su deseo. Él bajó la mirada hacia la arena y luego la levantó recorriendo la playa para cerciorarse que seguía en este mundo y que el tiempo no se había parado. Quedaba poca gente, pero se movían. Volvió a buscar sus ojos. -Oye Lucía. No sé si quieres besarme o no, solo sé que todo lo que yo deseo ahora mismo es acariciar tus labios con los míos, que no puedo pensar en otra cosa, que esta playa maravillosa será para mi el lugar que más odio si no lo consigo, que no me importa que por decírtelo no me vuelvas a hablar, porque si no te beso, creo que me muero. Ella acercó sus labios a los de él. Estaba nerviosa. Sentía sus labios secos. Le aterrorizaba que él notara que era su primer beso. Al fin sus labios se encontraron. Se relajaron y sintieron como las dudas dejaban paso al instinto y sus lenguas se rozaron. Pasó un segundo o cientos. Se separaron y volvieron a mirarse para ver como sus ojos sonreían. El volvió a acercarse con intención de repetir, pero ella frenó sus labios con el dedo índice, se dio media vuelta y empezó a andar. -Pero… pero… Lucía… ¿qué haces? Ella se giró sonriendo, con ojos pícaros. -Es que no quiero devolvértelo.
Jorge Moreno
Jorge Moreno
Etiquetas:
Amor,
relato,
Sentimientos,
Textos
lunes, 4 de marzo de 2013
domingo, 3 de marzo de 2013
viernes, 1 de marzo de 2013
La decisión
En el último segundo decidí frenar y detener el coche en el paso de peatones. Tenía ganas de llegar a casa y abrazar a mi chica, pero después de todo el día fuera, un minuto más o menos tampoco era importante. Sonreí, mientras una anciana cruzaba ante mi coche, como si aquel gesto fuese mi buena acción del día que sería recompensada. Emprendí la marcha pero me detuve unos metros después en un semáforo que acababa de cambiar a rojo. La luz verde me dio paso hasta la siguiente calle en la que la salida de un colegio me detuvo de nuevo. Precisamente aquel día que había conseguido salir antes del trabajo, parecía que todo se interponía para poder ver a mi amada. Llegué al garaje y aparqué. Al abrirse las puertas del ascensor salió el vecino del quinto. No es mala gente, tan solo un poco pesado. Después de enseñarme las fotos de sus nietos y de exponerme el problema de las tuberías del agua, conseguí escabullirme y subir hasta mi piso. Giré la llave de la puerta para sorprender a mi mujer en ropa interior, algo azorada. Me abrazó y me dijo que me estaba preparando una sorpresa. Hicimos el amor con una pasión que creí ya olvidada y supe que mi buena acción al detenerme en el paso de peatones, había sido recompensada.
— Vi a una anciana que iba a cruzar el paso de peatones y aceleré. Para un día que conseguía salir antes de trabajar no pensaba perder ni un segundo para ver a mi mujer. La anciana levantó el bastón en el que se apoyaba y creo que dijo algo, pero seguí adelante pasando el siguiente semáforo antes que cambiara a ámbar. Un hombre con chaleco amarillo y una señal de stop se acercaba al siguiente paso de peatones, seguido por una legión de niños. Apuré aún más y les dejé atrás. Aparqué en el garaje y esperé el ascensor. El indicador del piso marcaba 5 y pese a mi insistencia presionando el botón, no variaba. Seguro que era el brasas del quinto con la puerta abierta torturando a alguien. Pues a mí no me iba a pillar. Subí corriendo las escaleras y abrí la puerta de mi casa. Encontré a mi mujer desnuda en nuestra habitación, tan solo cubierta por el cuerpo de un desconocido sobre ella y no sé por qué, al abrir la boca solo pude decir: —Me cago en las prisas.
Jorge Moreno
— Vi a una anciana que iba a cruzar el paso de peatones y aceleré. Para un día que conseguía salir antes de trabajar no pensaba perder ni un segundo para ver a mi mujer. La anciana levantó el bastón en el que se apoyaba y creo que dijo algo, pero seguí adelante pasando el siguiente semáforo antes que cambiara a ámbar. Un hombre con chaleco amarillo y una señal de stop se acercaba al siguiente paso de peatones, seguido por una legión de niños. Apuré aún más y les dejé atrás. Aparqué en el garaje y esperé el ascensor. El indicador del piso marcaba 5 y pese a mi insistencia presionando el botón, no variaba. Seguro que era el brasas del quinto con la puerta abierta torturando a alguien. Pues a mí no me iba a pillar. Subí corriendo las escaleras y abrí la puerta de mi casa. Encontré a mi mujer desnuda en nuestra habitación, tan solo cubierta por el cuerpo de un desconocido sobre ella y no sé por qué, al abrir la boca solo pude decir: —Me cago en las prisas.
Jorge Moreno
Etiquetas:
relato,
Sentimientos,
Textos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)