viernes, 1 de marzo de 2013

La decisión

En el último segundo decidí frenar y detener el coche en el paso de peatones. Tenía ganas de llegar a casa y abrazar a mi chica, pero después de todo el día fuera, un minuto más o menos tampoco era importante. Sonreí, mientras una anciana cruzaba ante mi coche, como si aquel gesto fuese mi buena acción del día que sería recompensada. Emprendí la marcha pero me detuve unos metros después en un semáforo que acababa de cambiar a rojo. La luz verde me dio paso hasta la siguiente calle en la que la salida de un colegio me detuvo de nuevo. Precisamente aquel día que había conseguido salir antes del trabajo, parecía que todo se interponía para poder ver a mi amada. Llegué al garaje y aparqué. Al abrirse las puertas del ascensor salió el vecino del quinto. No es mala gente, tan solo un poco pesado. Después de enseñarme las fotos de sus nietos y de exponerme el problema de las tuberías del agua, conseguí escabullirme y subir hasta mi piso. Giré la llave de la puerta para sorprender a mi mujer en ropa interior, algo azorada. Me abrazó y me dijo que me estaba preparando una sorpresa. Hicimos el amor con una pasión que creí ya olvidada y supe que mi buena acción al detenerme en el paso de peatones, había sido recompensada.


— Vi a una anciana que iba a cruzar el paso de peatones y aceleré. Para un día que conseguía salir antes de trabajar no pensaba perder ni un segundo para ver a mi mujer. La anciana levantó el bastón en el que se apoyaba y creo que dijo algo, pero seguí adelante pasando el siguiente semáforo antes que cambiara a ámbar. Un hombre con chaleco amarillo y una señal de stop se acercaba al siguiente paso de peatones, seguido por una legión de niños. Apuré aún más y les dejé atrás. Aparqué en el garaje y esperé el ascensor. El indicador del piso marcaba 5 y pese a mi insistencia presionando el botón, no variaba. Seguro que era el brasas del quinto con la puerta abierta torturando a alguien. Pues a mí no me iba a pillar. Subí corriendo las escaleras y abrí la puerta de mi casa. Encontré a mi mujer desnuda en nuestra habitación, tan solo cubierta por el cuerpo de un desconocido sobre ella y no sé por qué, al abrir la boca solo pude decir: —Me cago en las prisas.

Jorge Moreno