martes, 30 de abril de 2013

No hay mayor tortura

Insonmio. Créeme, no hay mayor tortura. Me impide incluso deletrearla correctamente cuando la estampo sobre este folio. Ahora pienso incluso que podría tratarse de algún ser vivo, que actúa con soberana complacencia hacia sí misma, que piensa pero no siente, que obra retorcidamente, que envenena de putrefacción todo lo que esta a su alrededor, que ejerce de tirano sobre quien le place eligiendo casualmente a quien más desespero desprende. Insomnio... He respirado profundamente y lo escribí despacio, muy despacio, como si de un desafío se tratara, como si amenazara de alguna forma a un mal que incluso al escribirla mostrase todo su poder. Sólo he de volver a intentarlo de nuevo y de la misma forma para que mi predicción se cumpla. Respiro profundamente, hinchando mis pulmones hasta creer que mis costillas ceden. Insomnio. Este es el resultado. Insomnio. I. N. S. O. M. N. I. O. InSoMnIo... Puede que existan muchas clases, pero todas tienen un mismo significado. Todo reside en único problema. No logro acordarme de cuando empezó todo. Una semana, tal vez diez días, puede que más. ¿Qué más da? La verdad es que no me acuerdo. Puede que esta sea una de sus consecuencias, aunque siempre he sido muy olvidadizo. Tampoco tengo porque dramatizar, simplemente llevo un mes sin dormir por las noches. No es para tanto, hombre. Y sonreír. Rio profundamente, a carcajadas. No me importa la hora, nunca ha sido ni demasiado temprano ni demasiado tarde para reírse. Pero noto como al mismo tiempo dos lágrimas, una por cada glándula caen pesadamente por mi cara. Durante un mínimo espacio de tiempo intento creer que lloro de alegría, pero un segundo después recuerdo que no hay motivo de alegría, por lo que opto por dejar de reír como un imbécil, y continuo llorando. Ahora tengo motivos para hacerlo y ninguno de ellos es agradable. Lloro por cansancio, porque todo me duele y ofende, por el mal humor, porque no encuentro solución, porque no sé el motivo, lloro porque no sé que hacer. Repentinamente siento un pinchazo en el pecho. Miro mis uñas. Las tengo mordidas hasta el tal extremo que podríamos hablar de maltrato, de masoquismo. La sangre que percibo levemente en la boca así me lo demuestra. En cambio la de los pulgares brilla en toda su longitud. Son enormes, y al tocarlas me duelen los propios dedos de lo duras que están. Creo que si agarrara a alguien del cuello podría, si quisiera, traspasarle la garganta con estas garras. ¿Por qué tenemos uñas los humanos? Antes sabía esta respuesta, no solo me estoy volviendo paranoico, también pierdo la memoria. No sé que es peor. A través de ellas intento ver la luz que desprende la lámpara de la mesita, y decido que mañana les daré forma de punta de lanza, o de un estilete puntiagudo, o de un mortífero espolón. Bostezo. Bostezo con tanta fuerza y ansiedad que me cruje la mandíbula al abrir la boca. Una amarga sensación me sube hasta el oído, aunque satisfactoriamente el dolor me despeja la mente. Opto por adelantarme al mal, a darle la espalda intentando correr más que él. Pensándolo negativamente creería que huyo, pero si he decidido huir de él no puedo ser tan nefasto. Alzo precipitadamente mi cuerpo de la cama y bordeando la misma comienzo a pasear por la habitación. Obsesivamente y a propósito me detengo en detalles que hasta ahora, después de tantos años pernoctando en este habitáculo nunca me había percatado de su propia existencia. Me detengo junto a la pared, delante de una enorme fotografía de mi antigua persona, cuando en mi ignorante y feliz infancia tome la comunión cristiana. ¿Pareces feliz o es que en tu vocabulario aún no existía una palabra llamada preocupación? Acerco la vista lentamente hacia el cuadro, y como ya dije, me detengo en detalles inexistentes para cualquier persona capaz de dormir dos horas al día. Pero, uff... hay pinceladas de mi vida que golpean con fuerza en mi mente, y que incapacitan mi derecho a poder sacarlos a la luz. Suelo llamar a estos momentos arrepentimientos y mala conciencia.
 Nunca me ha parecido buena idea este cuadro, realmente ningún cuadro en el que aparezca mi faz ha sido buena idea. La juventud fue tan hermosa como ignorante, tan nostálgica como rauda, tan horrorosa como añorada. Con gran esfuerzo logro apartar mis ojos de los míos, evito mirarme a mí mismo, que precisamente no dejo de mirarme. Cuando por última vez ví aquel cuadro creí notar en alguna parte de mi mente que yo mismo me reía de mí mismo. ¡Sabes, yo duermo más de ocho horas al día!, Así que no me llames ignorante... No dormir a lo largo del día trastoca generalmente el devenir de cualquier persona, la existencia se vuelve insoportable. Continuo el recorrido, vagabundeando a altas horas de la madrugada, con la moral si cabe todavía más baja después de mi espantoso encuentro con mi preciosa juventud. Parece que la depresión rebosa ya definitivamente mi cuerpo. Las paredes cobran vida, acechando mi inestabilidad, huyendo después. Las gotas de pintura parecen escurrir hacia el suelo. Mientras caen van formando espesas caras de satisfacción y menosprecio. Me detengo delante de una que me es familiar. Abre los ojos lentamente y cuando repara en mi presencia, comienza a bostezar de forma tan ostensible, que segundos después es engullida por sí misma. Grito de pánico, pero no escucho nada. Nadie quiere saber nada de mí. Ni yo mismo. Después de rozar durante varias vueltas mis dedos por la pared, cansado, acudo a una de mis pocas ayudas para soportar cualquier adversidad, la nicotina. Después de encenderme el cigarro acudo raudo a la ventana, y observo. Simplemente eso, observo la oscura sombra, escucho el leve viento de la noche, y fumo, aspiro profundamente hasta que arden mis pulmones, quemados por el fuego de la desesperanza. Y obra el milagro, un cosquilleo recorre mi espalda al sentir, y esto es objetivo, como mis ennegrecidos y henchidos párpados caen lentamente. Dichoso por profesar de nuevo en lo que el cansancio desemboca, continúo de pie apoyados los codos en la repisa de la ventana, apurando aquel pitillo que nunca debería haberse consumido para volver a encenderlo, si aquel monstruoso ser que me impedía dormir volviera a hacer acto de presencia. Necesito aprovechar aquel momento como si de los últimos segundos de mi vida se trataran, como si realmente aquel desvanecimiento que podía apreciar fuese realmente mi eterno descanso. Con los ojos casi cerrados y a tientas dirijo mi ahora afligido cuerpo hacia la cama, eso sí, tan lánguidamente obro para no despertar al propio insomnio, que aparentemente el único que se ha movido ha sido el pensamiento. Pesadamente reposo en la cama, lentamente y en silencio estiro mis extremidades y músculos, y en silencio ahora respiro... Que gran contrariedad, que enorme desgracia, que injusta realidad comprobar que el peor sitio para combatir a este pavoroso enemigo es el único en el cual se le podría plantar batalla. Bienvenida la ignorancia que creará la felicidad.
Eduardo 2

lunes, 29 de abril de 2013

viernes, 26 de abril de 2013

Guernica 3D

jueves, 25 de abril de 2013

miércoles, 24 de abril de 2013

Extensión "0"

Una alta ejecutiva muy seria y recatada se hospeda en un hotel durante un viaje de trabajo, y al sentirse un poco 'SOLA' y con una sensación de libertad que nunca había sentido, decidió llamar a una de esas 'empresas de acompañantes' , que reparten propaganda a la salida de los aeropuertos. Si bien los servicios están pensados principalmente para hombres, entre los papeles que tenía, encontró a un...o que ofrecía literalmente el servicio masculino y en especial le llamó la atención uno que se llamaba 'Ferótico'. Después de analizar con cuidado la fotografía, se decidió a llamar. Con el folleto en sus manos - que temblaban y sudaban por la expectativa - levantó el teléfono y marcó el número que indicaba el panfleto: -'¡Hola!', contestó un hombre con una sensual voz.. ... Hablo del hotel Libertador, habitación 421. - Si, si.. - Leí el folleto y veo que sabes de masajes y la verdad es que necesito que vengas a mi habitación y me des uno urgente..... A decir verdad, necesito masajes relajantes, casi mimos....... No, espera, para que me hago la interesante, en realidad lo que quiero es ¡sexo! Tengo ganas de tener una larga sesión de sexo salvaje.. Quiero hacerlo en la cama, en el suelo, en el balcón, en el pasillo, en la ducha. Quiero exhibirme, sentirme humillada, estoy harta de ser reprimida. Pero ¡yaaaa! Estoy hablando en serio, deseo que dure toda la noche y estoy dispuesta a participar en variadas y atípicas cosas... si algo tiene un nombre que puedas pronunciar ¡yo quiero hacerlo! Trae toda clase de implementos, accesorios y juguetes para que te asegures que me mantendré despierta toooda la noche! Quiero que me inmovilices y que me llenes el cuerpo con lo que quieras, para después limpiárnoslo uno al otro... con la lengua o lo que quieras. ¿Qué te parece? - La verdad que suena fantástico... pero..., señora Ramírez, para hacer llamadas externas primero necesita marcar el 0...

Tras el cristal de la ventana

Siempre le gustó aquella ventana. Desde bien pequeñito se sentaba frente a ella y contemplaba con curiosidad el mundo que se abría en el exterior. Cada mínimo detalle. El vuelo de un pájaro que se posa sobre la caseta del jardín. Las nubes moviéndose lentamente en las alturas, pasando de largo y perdiéndose en la inmensidad del cielo. Sacaba la lengua y se levantaba apoyando las patas delanteras contra el cristal, buscando la mano mágica del amo que se acercaba y la abría dejándole salir a las escaleras que bajaban hasta el patio. Fue creciendo y memorizando cada esquina de aquel lugar que era el día a día de una vida sin preocupaciones. Los muros que delimitaban su existir y su ser, las fronteras del saber. Su jardín. Las estaciones cambiaban el color de la hierba y los olores de sus parajes, atrayendo nuevos integrantes a los que examinaba con ojo avizor tras el cristal de la ventana que guardaba con gran cuidado, día tras día. Sus pelos fueron cayendo y otros nuevos aparecían resguardándole del frío. Sin objetivos la vida misma se convierte en una misión, y así pasaba horas sentado frente al cristal, parpadeando con cautela, sin importarle cuantas veces había inspirado ni cuantas más espiraría, los latidos de su corazón no temían al futuro, la ventaba seguía allí, eso era todo. El jardín nunca cambió de lugar, ni cesaron las estaciones, el calor o el frío. Con los años se cansó de olisquear y solo observaba, ya apenas salía al exterior y en el invierno la ventana le protegía a él, él protegía a la ventana, y los días avanzaban. Tiempo después ya no estaba allí. Cada mañana la ventana le esperaba impaciente, aguardando su aliento abrazando el cristal de su cubierta, sus ojos atravesándola sabiamente, pero ya nunca volvió y la ventana, plena de tristeza, se empañó entre lágrimas calientes y aire gélido plasmando la forma de su buen guardián una vez más, con su contorno donde siempre estuvo, tras el cristal donde una vez existió y luego, sin miedo, dejó de hacerlo.

Luis.J.Salamanca


lunes, 22 de abril de 2013

Man

viernes, 19 de abril de 2013

martes, 16 de abril de 2013

El paraguas

Ayer tuvimos nuestra última discusión. Todo empezó por una tontería, como siempre últimamente. Paula miraba por la ventana y me dijo que llovía. Me puse detrás de ella, abrazándola y estrechándola contra mí, besándola el cuello y pronunciando las palabras inadecuadas: - ¿Llover? Más bien chispea. Entonces empezó el sermón, que si siempre me llevas la contraria, que si todo te parece mal, que si Dani esto y que si Dani lo otro. Si mi chispeo desató su furia, su lluvia apagó mi ardor y dio paso a un tornado de reproches mutuos: que si tu preferirías estar con cualquier hombre antes que conmigo, que si tu miras a todas. La pelea me arrojó al ascensor de su casa con la única compañía de mi maleta y un paraguas que me regaló en algún cumpleaños. En la calle, como en la casa de Paula, la lluvia ganó la batalla y al abrir el paraguas descubrí que, al igual que nuestra relación, llevaba mucho tiempo roto. La lluvia me calaba y me enfurecía cada vez más, así que me metí en el “Philadelphia”, el bar que solíamos frecuentar. Me acerqué a la barra y pedí un ron con limón, necesitaba pensar qué iba a hacer y sobre todo dónde pasaría la noche. Al primer trago levanté la mirada y la crucé con una morena espectacular. Me sonrió. Recordé la lluvia y que debía tener un aspecto horrible. Me recompuse un poco el pelo y antes de poder hacer nada más se me acercó un tipo. - Hola, ¿cómo te llamas? - Dani, ¿por qué? -respondí a la defensiva. - Bonito nombre. No, es que me preguntaba si podría invitarte a una copa. Tienes unos ojos preciosos. ¿De qué color son? ¿grises, azules? ¿Desde cuándo el “Philadelphia” se había convertido en un bar de esa clase? No es que tenga nada en contra de ciertas tendencias sexuales, pero no soporto que intenten ligar conmigo. Reconozco que hace años tuve una etapa de confusión en cuanto a mi identidad sexual, pero tipos como aquel me dejaron claro que tan solo me interesaban las mujeres. Decidí tomar la practicidad por bandera: - ¿Una copa? Estupendo. Un ron con limón. - Camarero, un ron con limón -pidió él-. Y tus ojos… dime, ¿de qué color son? -continuó mientras ponía su mano en mi muslo. Era mi noche de suerte, rompo con mi chica y me entra un tío, baboso, pulpo y daltónico. Esperé hasta tener mi segunda copa. - Morados -le dije. - ¿Cómo? - Sí -respondí mientras cogía las dos copas y me levantaba-. Morados van a ser los tuyos como me vuelvas a dirigir la palabra -y me acerqué a la morena. Hablamos poco. Enseguida vi que mis expectativas se habían cumplido: Preciosa, espectacular y rematadamente tonta. Fuera seguía diluviando y supe que, después de todo, la noche no había sido tan mala: sexo fácil y un techo donde cobijar mi maleta. Corrimos bajo la lluvia hasta su casa. Nos arrancamos las ropas mojadas e hicimos el amor hasta que las fuerzas nos abandonaron. Me despertó el sonido de mi móvil. Paula. Quería verme. Se sentía mal por lo de la noche anterior y quería que volviera. Me acerqué a la ventana, llevando como única ropa el sostén y la blusa de la morena, que todavía estaban húmedos. Es algo que siempre hago después de hacerle el amor a una mujer, no sé, me siento a gusto, es como si estuviera dentro de ella , como si me pusiera en su piel. Miré por la ventana pensando en Paula. Parecía que ya solo chispeaba. Me giré y mi compañera de cama eventual me sonrió. Miré mi maleta. - Perdona… -comenzó ella avergonzada- que corte, pero… ¿cómo te llamabas? -me preguntó. - Daniela, pero todo el mundo me llama Dani -volví a mirar la maleta-. Perdóname, pero tengo que irme. Tengo un paraguas que arreglar.

Jorge Moreno

jueves, 11 de abril de 2013

Amnesia

Desperté y una vez más me invadió la angustia. Ante mi, un rostro masculino, aplastado lateralmente contra la almohada, emitía pequeños ronquidos. Pero, ¿quién era? ¿Le conocía acaso? Bueno, por la situación supuse que sí. Aquellos episodios de amnesia temporal estaban acabando conmigo. Iban y venían, tan pronto recordaba cosas súbitamente como me era imposible saber que había hecho el día anterior. Y de nuevo con un hombre en mi cama y sin saber quién era. ¿Mi marido? Espero que no, soy muy joven aún. ¿Mi novio? Uf no le veo, yo tengo mejor gusto. ¿Mi amante? ¡Dios, tengo que volver a casa antes que mi marido sospeche! No, espera, tranquilízate, habíamos quedado en que no estoy casada. ¿Un ligue, un amigo? ¿El qué, el qué? Mi desesperación le despertó, sobre todo porque fue acompañada de unos golpes con mis manos contra la cama en un movimiento desesperado. - Hola, ¿nos conocemos? Joder, joder. Ahora resulta que ni me conoce. Al menos no estamos casados. Pero ¿qué hago con él en la cama? - No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras -respondí-. ¡Eh! ¡Tú! Quien seas. Había bajado la vista y estaba como ausente, con la boca abierta y una mirada estúpida. Seguí la dirección de su mirada hasta llegar a mi cuerpo. ¡Mierda, estaba desnuda! Me tapé rápidamente con la sábana. Al parecer sí que nos habíamos conocido, ¿pero desde cuándo? - ¡Ah! Es que tengo problemas de memoria -me dijo devolviendo sus ojos a los míos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! - A mí también me pasa -alcancé a decirle. - Entonces, ¿no sabes quién soy? - No. - O sea, que podría ser tu marido. - No, no lo creo -le dije, mientas él se levantaba. También estaba desnudo, pero parecía menos pudoroso que yo. Joder, esperaba que realmente no estuviéramos casados. - ¿Por qué? ¿Has recordado? - No, pero seguro que no -respondí y empecé a vestirme. - Bueno lo que está claro es que anoche hicimos el amor. ¡Puaj, qué asco! - No estés tan seguro. -Ah, ¿no? Entonces, ¿qué pasó? Nos conocimos y decidimos dormir juntos desnudos en… ¿es tu casa o la mía? -dijo con cierta prepotencia mientras seguía, no sé por qué, orgullosamente desnudo. La casa. Miré a mi alrededor, agradeciendo mis ojos que apartara la vista del cuerpo del desconocido. - Tuya, por supuesto. - ¿Mía? ¿Por qué estás tan segura? -continuó interrogando, mientras, al fin, empezaba a vestirse. - Mírala, no puede ser mía, yo no tengo tan mal gusto. - Bueno, viendo como vistes tampoco parece que lo del gusto sea tu fuerte. Será… Esa situación me hizo temer que realmente estuviéramos casados. Le miré. Ya estaba vestido y se había puesto unas gafas horribles. ¡Míster estilo! Sí, la casa tenía que ser de él. Su visión con ropa y gafas, por muy increíble que pareciera, no mejoraba su aspecto desnudo. Le miré bien. Con esa cara y esas gafas seguro que era escritor. Seguro. O quizá no. Quizá era… No, no podía ser. Dios, eso no, por favor, que no fuese informático. Intenté apartar esa idea de mi mente. - Vale, vale, ya veremos de quién es. Pero, ¿cómo te llamas? - Eustaquio. Y ¿tú? - Carmen. ¿Te suena? - No nada. ¿Y a ti?. - No. ¿De qué te ríes? - De nada. - ¿De qué? -ese tío me estaba poniendo de los nervios. - No. Tu nombre. Carmen. Que es un poco ridículo. No sabía si era su mujer, su amiga o su perfecta desconocida, pero tuve claro que terminaría siendo su verdugo. - Tal vez… - ¿Tal vez qué? -le increpé. - No, estaba pensando que si nos acostásemos otra vez, quizá recordáramos algo. - ¡Por primera, vez, sería la primera vez! -respondí exaltada. - Sí claro. ¿Lo hacemos? - ¡No! Y sí, sí, seguro que sería la primera, pero no va a serlo. - Sí, claro, la primera. La sonrisa de tu boca de esta mañana no decía lo mismo, desde luego no sería la primera y probablemente tampoco la segunda. No podía más. Fui a partirle la cara, pero me detuvo una música que salía de un móvil. Nos miramos. - ¿Tuyo o mío? -me preguntó. La canción no daba muchas pistas. Me encogí de hombros y lo cogí. Era una alarma. Leí el texto: “Celebrar con Carmen nuestro aniversario. Hoy nos saltamos la reunión en Amnésicos anónimos” Me puse pálida. - ¿Estás bien? - Sí, sí -dije algo turbada-. Es que acabo de recordar… Era un mensaje de mi marido. Sí, es verdad, lo recuerdo todo. Eustaquio, nos conocimos anoche y ¡uf! Ha sido una noche salvaje. Hala, ha sido un placer. Hasta nunca. Y salí corriendo de esa casa. Hay oportunidades que solo se presentan una vez en la vida, y mi amnesia y la de mi esposo me facilitarían las cosas. Tan solo tendría que recordar una cosa: Nunca, pero que nunca jamás, debería pasarme por una reunión de Amnésicos anónimos.

Jorge Moreno

Rest

“Rest”, es la historia de un joven soldado estadounidense que muere en la Primera Guerra Mundial, y noventa años más tarde vuelve de entre los muertos emergiendo de una tumba en un campo europeo. Filmada a lo largo de una semana en el condado de Mendocino, Valle de Morongo y la Ciudad de Nueva York, la película es una oscura, pero hermosa reflexión sobre la búsqueda de un alma rebelde de la paz.

miércoles, 10 de abril de 2013

martes, 9 de abril de 2013

Flamingo Pride

Desde mi barca en retirada

No pretendo ser perfecto, pero sí quisiera ser un viejo que no saque de quicio a todo el mundo, que no exaspere a los demás. No aspiro a ser un santo, pero sí una anciano que no se crea infalible, ni viva de quejas y temores. No pretendo cambiar a estas alturas mis patrones de vida, pero sí convertir los años en espíritu y que fluya la dulzura; convertir las canas en acierto y que fluya el consejo; convertir las arrugas en sonrisas y reflejar lo que llevo dentro. Abrir paso a la precipitación de los demás, para que me perciban lo menos posible y no llegue a ser un estorbo. No interferir en el camino de la juventud siempre con una censura y un repudio. Admitir los atenuantes que tienen para ser así y comprender que los buenos de ahora son quizás mejores que los de antes, porque transitan por mayores peligros y enfrentan peores tentaciones. No es posible hacer juventud con la vejez, pero sí aminorar mi alteración, mi irritabilidad, mi depresión, mi desasosiego y mi inevitable deterioro. No quisiera brillar en el mundo, pero sí quisiera desde mi sillón de soledad, dar alguna claridad. No quisiera estar martillando sobre mi experiencia, porque sería inútil. A cada uno le gusta vivirla y descubrirla por si mismo. Ni pretendo llevar a nadie de la mano: cada cual quiere caminar solo su propio destino. Pero sí deseo ser un faro en silencio que no apague su luz. Ser una barca en retirada llena de palomas, de historia, de relatos, de recuerdos que hablen, de miradas que descubran, de hechos que hagan pensar… No desperdiciar la vejez. No mirar los años con miedo, dándoles a estos últimos un profundo sentido, porque son el espacio final para movernos y el momento irrepetible para la realización completa. No hacer de la vejez un lastre y una insignificancia, sino una sombra que fue luz, un árbol que fue fruto y un camino que fue huella. ¡¡¡No vivir en la oscuridad como algo inservible, sino pararme delante de una estrella para morir iluminado!!!

martes, 2 de abril de 2013

lunes, 1 de abril de 2013

Tiquismiquis

Ciento cuatro

Nervioso esperando a mi cita. No era la primera vez, ni que estaba nervioso ni que tenía una cita. Pero el momento final de espera antes de una cita siempre me ponía muy nervioso. Desde la primera con trece años hasta la que tuve el día anterior, a mis treinta y dos años. Una colección de citas que acumulaban una serie de coincidencias: nunca fueron con la misma chica (bueno hubo una que fue con un chico, un lamentable error del que prefiero no hablar), ninguna duró más de dos horas y todas terminaron en fracaso. Las citas ya ascendían a ciento dos o ciento tres, no podría decirlo con seguridad. La discrepancia surge en que en una de ellas, la chica me dio dos besos pero se largó antes de sentarse. Yo creo que técnicamente cuenta como cita, pero no sé si está regulado oficialmente en algún sitio. Después de tanta experiencia decidí hacer autocrítica. Por mucho que me costara creerlo, tantas mujeres no podían estar equivocadas y la culpa debía ser mía. Indagué e investigué, hasta que llegué a una conclusión que me aclaró la fuente de mis males: Soy estúpido. Sí, un estúpido integral. Un absoluto y perfecto majadero. Tampoco es que sea culpa mía, es un don. Todos tenemos uno y ese es el mío, la estupidez. Puestos a elegir hubiera preferido otro, ver a través de las paredes o algo así, pero cada uno tenemos el que nos toca. Mi descubrimiento no me desmoralizó, y decidí no cejar en mi intento de encontrar una mujer con la que formar una familia. El paso del tiempo y la acumulación de fracasos han cambiado mis expectativas: me vale con que solo sea para un revolcón con el que calmar la sed de treinta y dos años de sequía. Y así llegué hasta ese restaurante, esperando a mi intento ciento cuatro, cargado de ilusión por encontrar al fin una mujer que no se percatará de mi estupidez o le pareciera encantadora. A mi nueva víctima me la seleccionó el programa informático de una página de internet de contactos. Cien por cien de compatibilidad, estábamos hechos el uno para el otro. Yo me conformaba con que estuviera tan desesperada como yo. Una sensual voz de mujer interrumpió mis reflexiones: - ¿Pío? - ¡La virgen! -exclamé al verla- Tú no puedes ser Jésica, ¿verdad? -proseguí sin parar de mirar a esa mujer. ¡Qué digo mujer! Diosa hecha carne, con sus ojos verdes y pelo dorado, cara angelical con una pizca de diablesa. Omito el describir su cuerpo, en mi estado no es conveniente. Pero sí, tal cual estáis pensando. Era evidente que esa mujer no podía estar buscando pareja por internet. - Pues espero serlo, porque llevo puesto su tanga -dijo concluyendo con una risa tímida. Eso lo explicaba todo: era tonta. Debí sospechar al ver su pelo rubio. Qué le vamos a hacer, yo estúpido y ella tonta. Por mi no había problema. Di gracias por mi fortuna. Intercambiamos dos besos, le aparté la silla para que se sentara y empecé la conquista. - Bueno Jésica, la verdad es que no esperaba que fueras así, en este tipo de citas hay gente muy rara. Te esperaba más… más… - ¿Tonta? - No por Dios, más tonta no -dije con sinceridad-, aunque tampoco es un problema. ¿Y a qué te dedicas? Empezó a detallar sus estudios, que si dos carreras, no sé cuantos masters, doctorados y demás cosas que, francamente, ni sabía lo que significaban. Solo cabían dos explicaciones posibles, o mentía o no era rubia. - Tú te tiñes, ¿verdad? -me lancé a preguntar. - ¿Cómo? Pero que gracioso eres Pío. No, nada, nada. Todo natural, todito -puntualizó mientras me guiñaba un ojo. Experimenté una sensación extraña. Nunca antes lo había sentido, aunque nunca antes me habían guiñado un ojo de esa manera. Debía ser amor. - Perdóname por lo que te he dicho al principio, lo del tanga, es que estaba un poco nerviosa y me había tomado una copilla para serenarme. Alcohólica. Esa era la tara. Sin problema, incluso podría venirme bien. No sé cómo no se me había ocurrido en mi centenar de citas anteriores. Seguimos hablando. Realmente era lista, daba gusto oírla hablar. Y graciosa. Muy graciosa. Además, o era muy educada o no le importaba lo más mínimo mi estupidez. Miré el reloj y salté: - ¡Dos horas y cuarto! -acababa de superar el récord. - ¿Ya? Se me ha pasado volando, eres encantador Pío. Un momento, un momento, eso no podía ser verdad. Una mujer tan bella y tan inteligente no podría en la vida pronunciar esas palabras dirigidas a mí, ni bajo los efectos del alcohol. Además, solo había bebido agua durante la comida y los efectos de la copilla previa no podían durar tanto. Todo eso era muy raro. Pensé y pensé hasta que me di cuenta: ¡Claro, era una prostituta! Vamos a ver, no es que me pareciera mal, en mi situación toda opción podía considerarse razonable, pero en ese caso podía haberme ahorrado doscientos euros de comida para impresionarla. Aunque tenía que cerciorarme. - Dime Jesi, te puedo llamar Jesi, verdad. ¿A ti te gustó Pretty Woman? - ¡Me encantó! Es una de mis películas preferidas… Puta, puta y reputa. Decidí acabar con el paripé. Que si muy lista y tal pero el resto de sus cualidades iban a hacer estallar mis treinta y dos años de abstinencia. - ¿Y cuánto cobras? Pareció sorprendida por mi sagacidad. - Bueno, no pensaba decirte eso todavía, quizá después de varias citas, que nos conociéramos mejor… ¡Si hombre a doscientos euros la cita! - Tres mil euros. - ¿Tres mil euros? - Bueno sí, más dietas. Me desplazo mucho. - No, si la comida ya había asumido que la pagaría yo. Pero ¿tres mil euros? ¿No crees que es demasiado? - Bueno, si me lo pagan es que lo valgo. No se encuentran fácilmente profesionales tan cualificadas como yo -me dijo ligeramente irritada. Uf. Qué tentación. Pero tres mil euros… ¿De dónde iba a sacarlos? Tuve que resignarme. - Lo siento, mucho, Jesica. Pero no tengo tanto dinero, alguna tarifilla más baratilla, algo que me pudieras hacer por cincuenta eurillos… Ojo, y la comida la pago yo. - ¿Cómo? -preguntó indignada.. - Sí, mujer, en base a este buen rato que hemos pasado juntos, un precio de amigo, o por lo menos un toqueteo, eso sí, sin besos, que ya sé que no os gustan. Es que no tengo tanto dinero. Accedió a mi petición pero no como yo esperaba. Su mano abierta con sus cinco dedos tocó con violencia mi cara hasta volverla del revés. Cuando recuperó su posición original, pude ver como se iba. ¡Lástima, había estado tan cerca esta vez! Reflexioné y me di cuenta que mi estupidez innata había vuelto a jugarme una mala pasada. Pero aprendería de la experiencia y lo pondría en práctica en mi siguiente candidata, la ciento cinco. Lo primero que la preguntaría sería si es prostituta. Pero para eso tendría que esperar tres horas más, en el mismo restaurante, para cenar con Carmen, noventa y ocho por ciento de compatibilidad.

Jorge Moreno