-Dame un beso. -Sí, claro –respondió ella simultáneamente a que sus mejillas enrojecieran-. ¿Y qué más? -No sé, ¿qué propones? Ella miró hacia la arena sin saber que decir y sintiendo el ardor en su cara. Una ola tapó sus pies y le devolvió el habla. -¿Y por qué debería dártelo? -Porque estás deseando. -¡Serás creído! –replicó ofendida. -¿Ah no? Y entonces, ¿por qué te has quedado conmigo en la playa por la tarde y no te has ido con los demás? -Porque me gusta la playa… Y ¿qué pasa? ¿Qué toda la gente que sigue en la playa no se van para que les beses? -Todos no, pero tú sí. Y aquella de allí también -respondió el dirigiendo la mirada a una chica en topless. -Tú eres tonto -dijo acelerando el paso y dejándole atrás. Lo que más la molestaba era el acierto de él. Soñaba con que se quedaran solos en la playa, con pasear juntos por la arena, sintiendo la brisa del mar, las olas jugando con sus pies y culminar su sueño con un beso de él. -Lucía, espera, no te enfades. Corrió hacia ella y se puso delante interrumpiendo su camino. Le sujetó la cara con sus manos y enfrentó sus ojos a los de ella. -Perdóname. A mi solo me gustas tú. No le creía, pero no pudo evitar sentir un estremecimiento dentro de sí. -Venga, dame un beso. Estaba nerviosa y asustada. No había nada que deseara más, pero no quería que fuese así. Dijo lo primero que se le ocurrió. -¿Y si no me gusta? Él no se lo podía creer. Todo el verano detrás de ella, haciéndose su amigo, esperando el momento. Estaba convencido que a ella le gustaba y no podía entender por qué se resistía tanto. -Vale, vale. Hacemos una cosa: Te doy un beso y si no te gusta me lo devuelves. -¡Sí claro, qué listo! Una ráfaga de aire soltó un mechón de pelo de ella y lo lanzó hacia su cara. Él lo siguió con la mirada, recorriendo sus ojos claros todavía llenos de la ingenuidad de la niña que ya no era, su nariz respingona, irresistible, que había querido día a día llenar de besos, y sus labios dulces, tiernos, tan deseados. Y después siguió cómo la mano de ella lo devolvía a su cabeza, rozando con sus dedos todos los objetos de su deseo. Él bajó la mirada hacia la arena y luego la levantó recorriendo la playa para cerciorarse que seguía en este mundo y que el tiempo no se había parado. Quedaba poca gente, pero se movían. Volvió a buscar sus ojos. -Oye Lucía. No sé si quieres besarme o no, solo sé que todo lo que yo deseo ahora mismo es acariciar tus labios con los míos, que no puedo pensar en otra cosa, que esta playa maravillosa será para mi el lugar que más odio si no lo consigo, que no me importa que por decírtelo no me vuelvas a hablar, porque si no te beso, creo que me muero. Ella acercó sus labios a los de él. Estaba nerviosa. Sentía sus labios secos. Le aterrorizaba que él notara que era su primer beso. Al fin sus labios se encontraron. Se relajaron y sintieron como las dudas dejaban paso al instinto y sus lenguas se rozaron. Pasó un segundo o cientos. Se separaron y volvieron a mirarse para ver como sus ojos sonreían. El volvió a acercarse con intención de repetir, pero ella frenó sus labios con el dedo índice, se dio media vuelta y empezó a andar. -Pero… pero… Lucía… ¿qué haces? Ella se giró sonriendo, con ojos pícaros. -Es que no quiero devolvértelo.
Jorge Moreno