Ayer tuvimos nuestra última discusión. Todo empezó por una tontería, como siempre últimamente. Paula miraba por la ventana y me dijo que llovía. Me puse detrás de ella, abrazándola y estrechándola contra mí, besándola el cuello y pronunciando las palabras inadecuadas: - ¿Llover? Más bien chispea. Entonces empezó el sermón, que si siempre me llevas la contraria, que si todo te parece mal, que si Dani esto y que si Dani lo otro. Si mi chispeo desató su furia, su lluvia apagó mi ardor y dio paso a un tornado de reproches mutuos: que si tu preferirías estar con cualquier hombre antes que conmigo, que si tu miras a todas. La pelea me arrojó al ascensor de su casa con la única compañía de mi maleta y un paraguas que me regaló en algún cumpleaños. En la calle, como en la casa de Paula, la lluvia ganó la batalla y al abrir el paraguas descubrí que, al igual que nuestra relación, llevaba mucho tiempo roto. La lluvia me calaba y me enfurecía cada vez más, así que me metí en el “Philadelphia”, el bar que solíamos frecuentar. Me acerqué a la barra y pedí un ron con limón, necesitaba pensar qué iba a hacer y sobre todo dónde pasaría la noche. Al primer trago levanté la mirada y la crucé con una morena espectacular. Me sonrió. Recordé la lluvia y que debía tener un aspecto horrible. Me recompuse un poco el pelo y antes de poder hacer nada más se me acercó un tipo. - Hola, ¿cómo te llamas? - Dani, ¿por qué? -respondí a la defensiva. - Bonito nombre. No, es que me preguntaba si podría invitarte a una copa. Tienes unos ojos preciosos. ¿De qué color son? ¿grises, azules? ¿Desde cuándo el “Philadelphia” se había convertido en un bar de esa clase? No es que tenga nada en contra de ciertas tendencias sexuales, pero no soporto que intenten ligar conmigo. Reconozco que hace años tuve una etapa de confusión en cuanto a mi identidad sexual, pero tipos como aquel me dejaron claro que tan solo me interesaban las mujeres. Decidí tomar la practicidad por bandera: - ¿Una copa? Estupendo. Un ron con limón. - Camarero, un ron con limón -pidió él-. Y tus ojos… dime, ¿de qué color son? -continuó mientras ponía su mano en mi muslo. Era mi noche de suerte, rompo con mi chica y me entra un tío, baboso, pulpo y daltónico. Esperé hasta tener mi segunda copa. - Morados -le dije. - ¿Cómo? - Sí -respondí mientras cogía las dos copas y me levantaba-. Morados van a ser los tuyos como me vuelvas a dirigir la palabra -y me acerqué a la morena. Hablamos poco. Enseguida vi que mis expectativas se habían cumplido: Preciosa, espectacular y rematadamente tonta. Fuera seguía diluviando y supe que, después de todo, la noche no había sido tan mala: sexo fácil y un techo donde cobijar mi maleta. Corrimos bajo la lluvia hasta su casa. Nos arrancamos las ropas mojadas e hicimos el amor hasta que las fuerzas nos abandonaron. Me despertó el sonido de mi móvil. Paula. Quería verme. Se sentía mal por lo de la noche anterior y quería que volviera. Me acerqué a la ventana, llevando como única ropa el sostén y la blusa de la morena, que todavía estaban húmedos. Es algo que siempre hago después de hacerle el amor a una mujer, no sé, me siento a gusto, es como si estuviera dentro de ella , como si me pusiera en su piel. Miré por la ventana pensando en Paula. Parecía que ya solo chispeaba. Me giré y mi compañera de cama eventual me sonrió. Miré mi maleta. - Perdona… -comenzó ella avergonzada- que corte, pero… ¿cómo te llamabas? -me preguntó. - Daniela, pero todo el mundo me llama Dani -volví a mirar la maleta-. Perdóname, pero tengo que irme. Tengo un paraguas que arreglar.
Jorge Moreno