Desperté y una vez más me invadió la angustia. Ante mi, un rostro masculino, aplastado lateralmente contra la almohada, emitía pequeños ronquidos. Pero, ¿quién era? ¿Le conocía acaso? Bueno, por la situación supuse que sí. Aquellos episodios de amnesia temporal estaban acabando conmigo. Iban y venían, tan pronto recordaba cosas súbitamente como me era imposible saber que había hecho el día anterior. Y de nuevo con un hombre en mi cama y sin saber quién era. ¿Mi marido? Espero que no, soy muy joven aún. ¿Mi novio? Uf no le veo, yo tengo mejor gusto. ¿Mi amante? ¡Dios, tengo que volver a casa antes que mi marido sospeche! No, espera, tranquilízate, habíamos quedado en que no estoy casada. ¿Un ligue, un amigo? ¿El qué, el qué? Mi desesperación le despertó, sobre todo porque fue acompañada de unos golpes con mis manos contra la cama en un movimiento desesperado. - Hola, ¿nos conocemos? Joder, joder. Ahora resulta que ni me conoce. Al menos no estamos casados. Pero ¿qué hago con él en la cama? - No lo sé, esperaba que tú me lo dijeras -respondí-. ¡Eh! ¡Tú! Quien seas. Había bajado la vista y estaba como ausente, con la boca abierta y una mirada estúpida. Seguí la dirección de su mirada hasta llegar a mi cuerpo. ¡Mierda, estaba desnuda! Me tapé rápidamente con la sábana. Al parecer sí que nos habíamos conocido, ¿pero desde cuándo? - ¡Ah! Es que tengo problemas de memoria -me dijo devolviendo sus ojos a los míos. ¡Éramos pocos y parió la abuela! - A mí también me pasa -alcancé a decirle. - Entonces, ¿no sabes quién soy? - No. - O sea, que podría ser tu marido. - No, no lo creo -le dije, mientas él se levantaba. También estaba desnudo, pero parecía menos pudoroso que yo. Joder, esperaba que realmente no estuviéramos casados. - ¿Por qué? ¿Has recordado? - No, pero seguro que no -respondí y empecé a vestirme. - Bueno lo que está claro es que anoche hicimos el amor. ¡Puaj, qué asco! - No estés tan seguro. -Ah, ¿no? Entonces, ¿qué pasó? Nos conocimos y decidimos dormir juntos desnudos en… ¿es tu casa o la mía? -dijo con cierta prepotencia mientras seguía, no sé por qué, orgullosamente desnudo. La casa. Miré a mi alrededor, agradeciendo mis ojos que apartara la vista del cuerpo del desconocido. - Tuya, por supuesto. - ¿Mía? ¿Por qué estás tan segura? -continuó interrogando, mientras, al fin, empezaba a vestirse. - Mírala, no puede ser mía, yo no tengo tan mal gusto. - Bueno, viendo como vistes tampoco parece que lo del gusto sea tu fuerte. Será… Esa situación me hizo temer que realmente estuviéramos casados. Le miré. Ya estaba vestido y se había puesto unas gafas horribles. ¡Míster estilo! Sí, la casa tenía que ser de él. Su visión con ropa y gafas, por muy increíble que pareciera, no mejoraba su aspecto desnudo. Le miré bien. Con esa cara y esas gafas seguro que era escritor. Seguro. O quizá no. Quizá era… No, no podía ser. Dios, eso no, por favor, que no fuese informático. Intenté apartar esa idea de mi mente. - Vale, vale, ya veremos de quién es. Pero, ¿cómo te llamas? - Eustaquio. Y ¿tú? - Carmen. ¿Te suena? - No nada. ¿Y a ti?. - No. ¿De qué te ríes? - De nada. - ¿De qué? -ese tío me estaba poniendo de los nervios. - No. Tu nombre. Carmen. Que es un poco ridículo. No sabía si era su mujer, su amiga o su perfecta desconocida, pero tuve claro que terminaría siendo su verdugo. - Tal vez… - ¿Tal vez qué? -le increpé. - No, estaba pensando que si nos acostásemos otra vez, quizá recordáramos algo. - ¡Por primera, vez, sería la primera vez! -respondí exaltada. - Sí claro. ¿Lo hacemos? - ¡No! Y sí, sí, seguro que sería la primera, pero no va a serlo. - Sí, claro, la primera. La sonrisa de tu boca de esta mañana no decía lo mismo, desde luego no sería la primera y probablemente tampoco la segunda. No podía más. Fui a partirle la cara, pero me detuvo una música que salía de un móvil. Nos miramos. - ¿Tuyo o mío? -me preguntó. La canción no daba muchas pistas. Me encogí de hombros y lo cogí. Era una alarma. Leí el texto: “Celebrar con Carmen nuestro aniversario. Hoy nos saltamos la reunión en Amnésicos anónimos” Me puse pálida. - ¿Estás bien? - Sí, sí -dije algo turbada-. Es que acabo de recordar… Era un mensaje de mi marido. Sí, es verdad, lo recuerdo todo. Eustaquio, nos conocimos anoche y ¡uf! Ha sido una noche salvaje. Hala, ha sido un placer. Hasta nunca. Y salí corriendo de esa casa. Hay oportunidades que solo se presentan una vez en la vida, y mi amnesia y la de mi esposo me facilitarían las cosas. Tan solo tendría que recordar una cosa: Nunca, pero que nunca jamás, debería pasarme por una reunión de Amnésicos anónimos.
Jorge Moreno