Mi exnovia es una chica estupenda. Guapa, lista, alegre, divertida. Tan solo tiene un fallo importante: está loca. Es una maniática de todo tipo de supersticiones, horóscopos y creencias populares. Durante el tiempo que estuvimos juntos, me tuve que deshacer de mi gato negro, me chillaba histérica si me presentaba con algo amarillo y casi me lincha una vez que tras hacer el amor se me ocurrió salir de la cama posando el pie izquierdo. Otra vez me empujó y me tiró al suelo cuando se me ocurrió que era buena idea probar el Baileys con una coca-cola. Vivía atormentado por si derramaba la sal en la mesa y temeroso cada vez que veía un papel en el limpiaparabrisas de mi coche, por si alguien intentaba robarme, violarme, extraerme un riñón o las tres cosas a la vez. Al final decidí romper con ella. Aduje que los leo y los tauro no son compatibles y no me resultó difícil. Para asegurarme elegí un martes y trece para hacerlo y evitar que intentara volver conmigo. A pesar de la ruptura seguimos en contacto. Unos meses después conoció a otro chico y no sé si por compasión, me cayó bien y nos veíamos a menudo. Un día había quedado con él para tomarnos algo y se presentó andando lentamente y separando mucho las piernas al hacerlo. Le pregunté qué le pasaba. —Nada, Cris. Ya sabes como es. Que quiere quedarse embarazada y ya ves… —Pero eso es estupendo. Y ¿qué?, te tiene todo el día haciendo servicios a la comunidad. —No, que va, si ella lo tiene todo previsto. Ha decidido el día y la hora en que tenemos que hacerlo. El calendario chino, la luna, el mar, lo tiene todo calculado, pero está obsesionada con que tengamos una niña y le han dicho que lo más fiable es que antes de hacerlo el hombre meta los testículos en agua caliente. Contraje el rostro de dolor. Le animé y nos despedimos, seguro de que aquella loca terminaría esterilizando a ese pobre desgraciado. Pasó el tiempo y conocí a Sara. Una chica normal pero en plenitud de sus facultades mentales. Nos llevábamos bien y no tardamos en irnos a vivir juntos y poco a poco fui perdiendo el contacto con mi ex y con el escalfado, hasta hace unos días, que recibí un mensaje para comunicarme que habían tenido una hija. Yo no daba crédito a la noticia así que fui a visitarles al hospital junto a Sara. Era cierto, una niña preciosa y el padre de la criatura en perfecto estado y sin voz atiplada. Cris parecía otra y deduje que la maternidad la había cambiado. La cara de Sara al coger a la pequeña me hizo saber que no tardaría en llegar nuestro turno. Realmente me apetecía. Yo ya iba teniendo una edad y la idea de formar una familia con Sara hacía tiempo que me rondaba por la cabeza. Llegamos a casa y decidimos ponernos manos a la obra. Desconocía si estaría en sus días fértiles, pero coincidimos en que lo mejor era la fecundación por asedio continuo. Desnudos y preparados, Sara interrumpió la batalla para ir un segundo a la cocina. Imaginé que era una excusa y tendría pis. Pese al tiempo que llevábamos viviendo juntos, era muy vergonzosa para algunas cosas. Unos minutos después oí un gorgoteo que no podía deberse a otra cosa que agua hirviendo. Chillé y me cubrí. Sara apareció desnuda, con cara de perplejidad y con un vaso lleno de agua con una bolsita dentro. —¿Pero qué te pasa? Estaba haciéndote una tila, para que estés más relajado. Nueve meses después, un bebé de tres kilos y medio con todos sus órganos reproductores masculinos, le hicieron recordar a Sara que los dichos populares no son ciertos y a mí que un hombre nunca debe descuidar lo que lleva la mano derecha de una mujer que te ofrece una tila con la mano izquierda.
Jorge Moreno