En un país del norte donde nunca jamás amainaba el frío, vivía Trevor, el mejor fabricante de espejos de todos los tiempos. Desde niño estaba intrigado por descubrir los misterios de la luz y entender por qué su imagen se reflejaba nítida en algunos bloques de hielo. Cuando se hizo mayor mandó construir su casa con ladrillos de cuarzo, para que se pareciesen a esos bloques de agua helada, y diseñó una fábrica con un horno gigantesco y forma de corazón que calentaba la estancia de sus sueños. Al principio fundía en él solamente metales que, muy pulidos, conseguían proyectar su reflejo; pero pronto descubrió cómo hacer vidrio con las sales de una mina cercana y, fundiéndolas, darles forma hasta convertirlas en un cristal transparente y fino como la escarcha. Recorrió todos los orfebres para elegir la plata bruñida de luna que completase sus obras de arte y contrató a los Enanos de las Minas de Oro para bañar y enmarcar sus espejos con una aleación de metales preciosos que los preservara del paso del tiempo. Obsesionado con descubrir el método de mejorar sus espejos y convertirlos en auténticas joyas pidió al Mago de las Simas Negras la Pintura Oscura que reflejaba, mejor que ninguna otra, la belleza. Para que la Pintura Oscura refleje las cosas bellas – le dijo el mago – debes llenarla primero, como un alquimista, de todas las maravillas que quieras reproducir. Por ensalmo, si la Pintura Oscura ha absorbido suficiente belleza… podrá convertir a cualquier muchacha fea que se mire en tu espejo en la mujer más hermosa. No tengas duda. Ese es el poder de la materia que te entrego. Trevor, siguiendo sus instrucciones, recorrió cientos de países en un carro tirado por ocho mulas y cargado con dos recipientes que contenían el tesoro de la Pintura Oscura de las Simas Negras. Allí donde Trevor encontraba algo bello, se detenía, abría los botes y observaba cómo parte de aquella maravilla se colaba en ellos sin robarle al paisaje su intensidad ni su perfección, intactas tras el trasvase. Así, la Pintura absorbió las explosiones de color de los amaneceres, la seria e impresionante belleza de los acantilados, la frescura del rocío sobre las hojas… la hermosura y la juventud de las muchachas, el verde de las praderas, el blanco de los neveros, el amarillo de los campos de trigo, los rojos del fuego… Todo lo que era digno de ser contemplado hacía detenerse a Trevor para capturar el momento, y atesorar su belleza en aquellos botes mágicos. Tres años tardó en recopilar lo más selecto de la belleza del mundo para llenar los recipientes que le había entregado el mago. Cuando culminó su tarea, volvió a su casa y construyó los tres espejos más increíbles que nunca antes había contemplado ningún ser humano. Los colocó delante del horno, en el centro de la habitación, tapados con terciopelos azules, y rogó a sus tres mejores amigos que se situasen enfrente para verse reflejados. Ante el primer espejo, uno de los Enanos de las Minas. Frente al segundo, el Mago de las Simas Oscuras. Delante del tercero su fiel y cariñosa Milagros, a la que solía llamar de broma y cariñosamente “Mi Ama de todas las Llaves”. Cuando Trevor dejó caer las telas, el enano descubrió en el espejo un alto y apuesto reflejo que se movía como él y tenía sus rasgos, pero sobre unas piernas altas y fuertes. Antes de que le diera tiempo de lanzar un grito de sorpresa, vio crecer su cuerpo hasta parecerse a la imagen como dos gotas de agua. Simultáneamente, el viejo mago se convertía en un apuesto joven; y los rasgos de su ama de llaves se transformaban y en un par de minutos lucían en el más dulce rostro. - ¿Pero qué es esto? – oyó protestar a su amigo minero – ¿Qué me has hecho? No parecía contento ni agradecido y su tono era de enfado. Antes de salir de su asombro y recuperar la capacidad de respuesta su ama de llaves también le increpaba: - ¡No me gusta nada lo que está pasando! ¡¡Quiero recuperar mi cara!!! – exclamaba a punto de echarse a llorar. Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos. - ¿Estáis locos? – terminó por reaccionar Trevor – ¡¡Miraos de nuevo!! ¡¡¡Estáis genial!!!! Sólo el mago parecía encantado con la transformación. El enano se acercó al espejo. Se miró de arriba abajo y decidió que era divertida la sensación de haber cambiado el punto de vista. Ahora miraba las cosas desde arriba. Si era un juego… podía divertirse un rato. - No está mal – se atrevió a reconocer – Si es un truco es muy bueno. Pero antes de salir de aquí quiero volver a mi estado normal. Nunca podría trabajar en la mina con esta altura y mi mujer me echaría a patadas si volviese a casa convertido en un gigante. - Es irreversible – dijo el mago. - ¿Cómo? – preguntó el ama de llaves – ¿Quieres decir que mis nietos no me reconocerán? ¡Con este aspecto voy a parecer la hija de mi hija! ¡¡¡¡Qué calamidad!!! - Así será – reconoció el mago – Para revertir el encantamiento de los espejos habría que romperlos y debería hacerlo su constructor. Sólo él puede quitarle toda la belleza que le otorgó a la Materia Oscura. - ¡Hazlo, Trevor! – exigió la anciana. - ¡De eso nada! – se zafó el fabricante de espejos – Han sido tres años de viaje, noches sin dormir para, pasando frio y calamidades, capturar esa belleza que ahora me despreciáis. ¡No pienso hacer tal cosa! Vendrá gente de todos los países a contemplarse en mis espejos. Cobraré por lo que a vosotros tanto os molesta. ¡Renunciar a tan fantástico éxito! ¡Estáis locos!! - Pues los romperé yo – aseguró el enano blandiendo un candelabro y acercándose a los espejos donde se habían reflejado la mujer y él mismo. - Si lo haces tú no servirá – aseguró el mago – debe romperlo él. Pero ya era tarde para frenarle y los dos espejos estallaron en mil pedazos. Tras el desencanto, una persona muy observadora hubiera apreciado un pequeño cambio de talla en el enano, pero era tan mínimo que apenas era perceptible. - ¡Qué animal eres, Bruno! – se indignó el mago. Y pronunciando un complicado encantamiento: “POCUSFILOCUSMINERUSMÍNIMUSLOCUS”, le devolvió a su tamaño natural. - ¿Por qué no me has dicho que podías hacer esto? - Porque no preguntaste. No puedo hacerte crecer. Devolverte tu tamaño… es fácil. “MILAGROSERESMÁSVIEJAQUEVIEJAERAS” - pronunció para devolver al ama de llaves todas sus arrugas. - Esto está mejor – se tranquilizó la mujer tocándose el rostro por no atreverse a reflejarse en espejo alguno. Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos. - ¡No termino de creer lo que estoy viendo!!! – se indignó - ¡Preferís estar viejos y feos! - ¡Oye, oye, jovencito! – se indignó su ama de llaves - Que yo no me siento fea… ¡y ser viejo no es algo malo! ¡No es un defecto! He vivido y criado cuatro hijas; trabajado y disfrutado… tanto como llorado. Mis arrugas son un mapa de mi vida que no te voy a entregar porque te haya dado por cambiar a los demás según un criterio de belleza que no es el mío. El enano no se atrevió a abrir la boca. El ama de llaves había expresado muy bien unos sentimientos que compartía y, aunque era muy bueno con el pico y la pala, las palabras no eran lo suyo. Se imaginó viviendo con las piernas de ese gigantón desgarbado que había visto en el espejo y un escalofrío le corrió la espina dorsal. - ¡Sois unos desagradecidos! – exclamó Trevor. - Trevor – intentó mediar el mago –
Cada uno tiene un concepto diferente de lo que es la belleza. Por eso, es más importante enseñar a las personas a reconocer todas las cosas bonitas que tienen cuando se miran al espejo… que fabricar espejos que les cambien. A Trevor le costó comprender las palabras del mago y aplicar la lección que le habían dado sus amigos. Conservó el espejo de la belleza en su dormitorio y gracias a él se mantuvo joven muchos años para fabricar espejos mixtos: unos espejos que contenían sólo un pequeño fragmento de Materia Oscura cargada de belleza. Utilizó cada mínimo añico para fundirlo en los espejos que iba creando. Con esa diminuta porción de Materia Oscura no conseguía cambiar a las personas que se miraban en los espejos, pero les ayudaba a descubrir sus rasgos más atractivos y a sentirse orgullosos de ellos. Los espejos de Trevor están hoy por todo el mundo y sólo los que sabemos mirarnos en ellos podemos descubrir cuáles son. Ponte delante del espejo y párate a mirar el color de tu pelo, cómo destellan y brillan tus dientes cuando sonríes, o lo preciosas que son tus manos. Haz el ejercicio de descubrir cuál es esa porción de belleza que ven en ti los demás y te hace único. Esa especialísima y seductora mezcla de cosas que quienes te quieren nunca cambiarían. Si lo consigues enseguida… puede ser que tengas uno de los espejos de Trevor en casa.