-Perfecto, aquí tiene, esta copia es para usted . -Solo una pregunta, ¿tiene contestador automático? -Sí, un momento… -contestó el operario y manipuló el teléfono-. Ya está, activado. Tiene el mensaje estándar. Si quieres cambiarlo basta con que descuelgue, marque uno y siga las instrucciones. La instalación de la línea telefónica daba por finalizada mi mudanza. Despedí al instalador, cogí una cerveza y me senté en el sillón. Tomé un sorbo, cerré los ojos y volví a abrirlos. Por fin solo, en mi casa soñada. Al día siguiente al volver del trabajo vi una luz parpadeando en el teléfono. Algún mensaje. Descolgué el auricular y la voz grabada me comunicó mi acierto y que se trataba de tan solo uno. Pulsé para oírlo. Una voz de mujer que me resultó desconocida comenzó a oírse por el auricular: “Hola Fran… Hace mucho que te fuiste… y… te echo de menos… Sé que llamarte es una estupidez… La culpa fue mía y nunca volverás. Necesitaba hablarte, decirte que no te olvido… A menudo recuerdo nuestros buenos ratos juntos, como cuando nos conocimos, en la universidad ¿te acuerdas? Cuando estabas sentado a mi lado en un examen y no parabas de mirarme y te dije que dejaras de copiarte y cuando terminó el examen me dijiste que no estabas copiando, que el tiempo es efímero y no sabías si alguna vez volverías a encontrarte conmigo y preferías utilizar ese tiempo en mirarme que malgastarlo en rellenar un examen. Yo me puse roja y me fui sin abrir la boca. Y como al día siguiente apareciste en la puerta de mi clase y me confesaste que sí habías copiado algo, mi nombre y habías buscado en qué clase estaba para invitarme a tomar algo a la cafetería. Pasamos muchos momentos buenos y fuimos muy felices, al menos yo lo fui. No puedo negar que también tuvimos nuestros problemas y nuestras discusiones, que quizá la mayoría fueron por mi carácter y por mis celos y por mi miedo a perderte… Y al final te perdí. Cuánto daría porque volvieras a estar conmigo… Aunque sé que no me contestarás, necesitaba hablarte… Te quiero…” Una equivocación. Me sentí mal por escuchar hasta el final, era como violar la intimidad de esa mujer que confesaba sus sentimientos. Busqué en el teléfono el número de la llamada pero aparecía oculto. No podría avisarla, así que esperaba que hubiese sido una equivocación al marcar el número. Al día siguiente al volver a casa, inconscientemente miré hacia el teléfono. De nuevo la luz me avisaba de mensajes en el contestador. Otra vez uno y de la misma mujer. Pensé en colgar por cierto sentimiento impúdico, pero disculpé a mi curiosidad con el argumento de que quizá me diese algún dato para localizarla. “Hola Fran. Hoy es nuestro aniversario, ¿recuerdas? El día que me besaste por primera vez. Bueno por segunda vez. Ya sé que para ti el aniversario era el día en que me diste el primer beso, pero para mí nunca valió. ¿Te acuerdas? Cuando me invitaste en la cafetería y me dijiste que me apostabas diez euros a que me besabas sin tocarme y yo acepté segura de mi victoria y tú me besaste y ante mi mirada de sorpresa me dijiste: “He perdido, los diez euros son tuyos”. Y luego la camarera te dijo que ya era hora de que innovaras un poco y yo te di un tortazo y me fui de allí odiando a la camarera, odiando el haber perdido, odiando que no fuese la única con quien habías utilizado ese truco y odiando el desear que me dieras más besos como aquel. Pero aquel no fue el beso que empezó nuestra cuenta de aniversarios. ¿Lo recuerdas? Después del día de la cafetería cada día me buscabas e insistías en que saliera contigo. Un mes estuve rechazándote por orgullo y comiéndome las ganas de decirte que sí. Encima ya me había informado de tu fama de don Juan y no estaba dispuesta a ser una conquista más. Pero al fin un mes después te dije que sí, y me aproveché para ir gratis al concierto de Alejandro Sanz. No me quitabas ojo a pesar de que el concierto estaba lleno de chicas guapísimas y más de una se te acercaba. Pero tú estuviste todo el rato pendiente de mí, aprovechando alguna canción para pasar tu brazo por mi hombro, haciéndome derretir, pero te lo quitaba de inmediato. Cuando terminó y me acompañaste a mi casa y te dije que no me pegaba nada que te gustase Alejandro Sanz, tú me respondiste: “He disfrutado tanto como un fakir en una cama de látex”. No pude evitar reír y lanzarme a tus labios. Y ya han pasado diez años, llenos de cosas buenas y malas. Y un año separados… Cuánto daría porque respondieras a mi llamada… Te quiero” De nuevo el número aparecía oculto y la probabilidad de una equivocación al marcar dos días seguidos era baja. O el paso del tiempo le habían hecho distorsionar el recuerdo del número de teléfono o el antiguo abonado de mi nuevo número era ese tal Fran. El día siguiente, era viernes y en la oficina se me hizo el tiempo eterno. Deseaba volver a casa para comprobar si de nuevo tenía un mensaje de aquella desconocida. Así fue: “Hola Fran. Ayer me encontré con tu hermana. ¿Recuerdas la bronca que te monté cuando te vi abrazado a ella antes de saber que era tu hermana? No la veía desde que tú te fuiste. La vi feliz. Me dijo que se iba a casar, pero las dos evitamos hablar de ti. Durante el tiempo que estuvimos juntos siempre viví obsesionada con que me engañabas. Tú tan atractivo, tan dinámico, tan juerguista y yo tan poquita cosa, poco más que una empollona escondida detrás de mis gafas. Me decías que me querías y que ya no existía para ti ninguna otra mujer que no fuese yo. Pero no te creía y ahora lo lamento. Encima tú siempre negándote a que viviéramos juntos a pesar de que la mayoría de las noches las pasábamos en mi casa. Cada noche sin ti en mi cuarto me encelaba por dónde estarías y te llamaba de madrugada a tu casa, como ahora, para saber qué hacías. No podía evitarlo, temía tanto perderte… y al final te he perdido… Te quiero”. Ese día decliné todos mis compromisos y pasé la noche oyendo las cintas una y otra vez. Estaba enganchado a la historia de Fran y la mujer desconocida y no veía el momento de tener la continuación. Entonces me di cuenta que el día siguiente era sábado y no trabajaba. Consulté las horas de las llamadas. Todas ellas eran entre las doce y las doce y cuarto del mediodía. El sábado estaría en casa y podría contestar a la llamada y avisar a la mujer de su equivocación. Ese pensamiento me produjo cierta desazón. Era lo correcto, pero no podía evitar sentir cierta desilusión por poner fin a mi película privada. Un número oculto hizo sonar el teléfono en la mañana del sábado. Descolgué sabedor de lo que debía hacer. Pero al empezar a hablar se cortó la comunicación. El teléfono no volvió a sonar durante el sábado, ni tampoco el domingo. Una parte de mi se sentía contento de no haber finalizado la historia, pero otra temía que no volviera a haber llamadas. Pero el lunes encontré otro mensaje en el contestador, al igual que al día siguiente y el siguiente y así de lunes a viernes, descubriendo un nuevo capítulo de la historia de Fran y la desconocida, sus viajes, sus peleas, sus momentos más románticos, los celos de ella y el amor que todavía sentía por él. Me dio pena. Ella no era consciente que todo su esfuerzo por recuperarle se almacenaba inútilmente en mi contestador. Pero no sabía qué hacer para avisarla. El lunes siguiente la gripe me impidió abandonar la cama e ir al trabajo. En mi cabeza embotada me pareció oír una llamada. Con las fuerzas que tenía fui al teléfono. Número oculto. Sí, tenía que ser ella. Era el momento de poner fin a todo aquello. -¿Hola? ¿Hola?… Nadie contestaba. Pero me pareció sentir su respiración, esa respiración grabada en mi mente desde sus mensajes en el contestador. -Disculpa pero… -continué. Se cortó la comunicación. Seguramente pensaría que se había equivocado al marcar y volvería a hacerlo. Pero no lo hizo. Ni tampoco al día siguiente. Pensé que se habría dado cuenta de su error y no volvería a llamar. Ya me había acostumbrado a la voz de aquella mujer y a los relatos de su vida y los echaría de menos y sobre todo me daba rabia no conocer cómo acabó todo, qué es lo que hizo que Fran se fuera. Pero el viernes al volver a casa la luz del teléfono me llenó de alegría. Corrí a descolgarlo Era un nuevo mensaje de ella que terminaba con su llanto. “Hola Fran. Llevo varios días sin llamarte. Pensé que era lo mejor, que no tenía sentido seguir haciéndolo porque tú nunca volverás ni me llamarás. Pero tenía que hablarte, sentía la necesidad de hablarte. Sé que todas mis llamadas tan solo ocultaban la necesidad de pedirte perdón. Perdóname Fran, perdóname… Te quiero.” Durante el fin de semana estuve aun más obsesionado con aquella historia. La pobre mujer lo estaba pasando muy mal y se notaba que realmente amaba a Fran. No sabía que sería aquello tan grave que había hecho que él se fuera dejándola sin ninguna esperanza de que volviera ni de que ni siquiera quisiera hablar con ella. Pensaba que ella merecía una oportunidad y el anonimato de mi contestador se la estaba quitando. Pensé qué hacer, hasta que el domingo de madrugada me desperté con una idea. Descolgué el teléfono, marqué la tecla del uno y seguí las instrucciones para cambiar el mensaje del contestador. Después de la señal empecé a hablar: “No cuelgues, espera, no te has equivocado. Esto… me avergüenza reconocerlo, pero todo este tiempo has llamado a mi casa. No sé cómo te llamas, pero este número ya no es de Fran, ni tampoco le conozco… He intentado avisarte pero… no sabía cómo. Yo…. yo… lo siento.” El mensaje no era
muy profesional y cualquiera que llamase pensaría que estaba loco, pero estaba seguro que así la desconocida podría empezar su búsqueda. Al día siguiente al llegar a casa volvió a recibirme la luz del teléfono. Dos mensajes. Me dispuse a oír el primero. Silencio. Tan solo aquella respiración. Seguro que era ella. A los pocos segundos la grabación se detenía. Al fin lo sabría y podría buscar a Fran de otra manera, pedirle perdón y confesarle cuanto le amaba. Mis pensamientos se interrumpieron por el segundo mensaje: “Hola Fran… Ya hace mucho tiempo desde que te fuiste. Desde aquella noche en que cerraste la puerta y no volví a verte más. ¿Lo recuerdas? Estábamos en mi casa y yo me había enfadado porque habías llegado tarde. Tu parecías no saber darme una excusa convincente y yo te acusé una vez más de que me engañabas con otra. Al fin tú claudicaste y me confesaste que tu retraso se debía a que habías pasado la tarde guardando tus cosas en la maleta para sorprenderme al día siguiente, en nuestro aniversario, el del segundo beso, viniendo a vivir conmigo definitivamente. Yo no me lo podía creer, estaba loca de contenta y te pedí que no esperaras hasta el día siguiente. Tú me besaste y saliste por la puerta cerrándola tras de ti. Yo me quedé dormida esperándote y me despertó el timbre de la puerta. Tu hermana me dijo que habías tenido un accidente y habías muerto. En ese momento mi corazón se saltó un latido. No volví a verte, no tuve fuerzas ni para ver tu cadáver. Te había perdido para siempre. Desde entonces cada día he llamado al número de tu casa, hasta que hace unos días, un año después de que te fueras, saltó un contestador y por fin pude hablarte, recordar nuestra vida juntos y pedirte perdón, perdón por mis celos que me impidieron tantas veces disfrutar de ti y perdón por mi impaciencia por vivir contigo que te obligó a salir de noche en busca de tu maleta para no volver jamás. Y para decirte que te quiero…”
Y tras unos segundo concluyó: … Mi nombre es Marta”.
Jorge Moreno