Todos nosotros ya hemos oído hablar de Hércules, el famoso héroe de la antigua Grecia. El texto siguiente es una adaptación hecha por el escritor americano James Baldwin sobre uno de los episodios que marcaron la juventud de aquel que, según la mitología, realizaría doce trabajos en nombre de la justicia. Hércules era joven e inexperto; tenía una larga vida, pero su corazón vivía insatisfecho. Miraba a su alrededor y veía que la mayor parte de sus amigos pasaban casi todo el tiempo divirtiéndose, bebiendo y saliendo con chicas, mientras que él trabajaba. Un día su padrastro le pidió que comprara levadura de pan. Hércules obedeció. Al llegar a una encrucijada no supo qué dirección tomar. El camino de la derecha era accidentado y lleno de piedras, carente de cualquier belleza natural, pero Hércules notó que conducía hacia una hermosa cordillera de montañas azules en el horizonte. El camino de la izquierda era ancho y llano; estaba bordeado por un río de aguas claras, contorneaba una plantación de árboles frutales y había pájaros cantando en toda su extensión. Sin embargo, una bruma matinal no permitía ver a dónde iba a dar. Mientras el joven meditaba, procurando descubrir la mejor decisión para cumplir la misión encomendada, notó que dos bellas mujeres se aproximaban, cada una por un camino. La que venía por la vereda arbolada llegó primero, ya que el trayecto era más fácil de recorrer; Hércules notó que tenía el rostro dorado por el sol, los ojos brillantes, y se dirigió a él con voz dulce y persuasiva: -¡Hola, muchacho de inmensa fuerza y actitud correcta!, dijo. Sígueme y te conduciré por lugares amenos, donde no hay tormentas para castigar tu cuerpo, ni problemas para entristecer tu alma. Vivirás como tus amigos, en una ronda incesante de música y alegría, y nada te faltará: ni el vino que refresca, ni las camas confortables, ni las más bellas mozas de la región. Ven conmigo y tu vida será un sueño. A esta altura, la otra mujer –que venía por el sendero de la montaña– también había llegado a la encrucijada. Y dijo a Hércules: -No puedo prometerte nada de eso. Todo lo que encontrarás en mi camino es aquello que puedas conseguir con tu fuerza y tu voluntad. El sendero por donde te conduciré es irregular y asustador, a veces con subidas muy inclinadas, a veces con valles donde los rayos del sol nunca consiguen entrar. Los paisajes que verás pueden ser majestuosos e imponentes, o solitarios y aterradores. Sin embargo, este es el camino que conduce hasta las montañas azules de la fama y de la conquista, que puedes ver a distancia. No puedes llegar a ellas sin esfuerzo, y todo lo que desees debe ser fruto de tu trabajo. Si quieres comer, tendrás que plantar. Si quisieras amor, es preciso amar. Si quisieras el Cielo, debes ser digno de entrar por sus portones. Si quisieras ser recordado, debes estar preparado para luchar cada minuto de tu vida. -¿Cómo te llamas? –dijo Hércules. -Algunos me llaman Trabajo, respondió la mujer, pero otros me llaman Virtud, y yo prefiero este último nombre. Hércules entonces se dirigió hacia la otra mujer. -¿Y cuál es tu nombre? -Algunos me llaman Placer, dijo la que venía del camino florido, pero prefiero ser llamada Suerte. -Placer, no puedo ver hasta dónde conduce el sendero para el cual me convidas, comentó Hércules.-Por otro lado, la Virtud me muestra las montañas en el horizonte y donde puedo llegar con el resultado de mis esfuerzos. Y tomando a la Virtud de la mano, entró con ella en el camino que conducía hacia su propio destino.