Mi exnovia es una chica estupenda. Guapa, lista, alegre, divertida. Tan solo tiene un fallo importante: está loca. Es una maniática de todo tipo de supersticiones, horóscopos y creencias populares. Durante el tiempo que estuvimos juntos, me tuve que deshacer de mi gato negro, me chillaba histérica si me presentaba con algo amarillo y casi me lincha una vez que tras hacer el amor se me ocurrió salir de la cama posando el pie izquierdo. Otra vez me empujó y me tiró al suelo cuando se me ocurrió que era buena idea probar el Baileys con una coca-cola. Vivía atormentado por si derramaba la sal en la mesa y temeroso cada vez que veía un papel en el limpiaparabrisas de mi coche, por si alguien intentaba robarme, violarme, extraerme un riñón o las tres cosas a la vez. Al final decidí romper con ella. Aduje que los leo y los tauro no son compatibles y no me resultó difícil. Para asegurarme elegí un martes y trece para hacerlo y evitar que intentara volver conmigo. A pesar de la ruptura seguimos en contacto. Unos meses después conoció a otro chico y no sé si por compasión, me cayó bien y nos veíamos a menudo. Un día había quedado con él para tomarnos algo y se presentó andando lentamente y separando mucho las piernas al hacerlo. Le pregunté qué le pasaba. —Nada, Cris. Ya sabes como es. Que quiere quedarse embarazada y ya ves… —Pero eso es estupendo. Y ¿qué?, te tiene todo el día haciendo servicios a la comunidad. —No, que va, si ella lo tiene todo previsto. Ha decidido el día y la hora en que tenemos que hacerlo. El calendario chino, la luna, el mar, lo tiene todo calculado, pero está obsesionada con que tengamos una niña y le han dicho que lo más fiable es que antes de hacerlo el hombre meta los testículos en agua caliente. Contraje el rostro de dolor. Le animé y nos despedimos, seguro de que aquella loca terminaría esterilizando a ese pobre desgraciado. Pasó el tiempo y conocí a Sara. Una chica normal pero en plenitud de sus facultades mentales. Nos llevábamos bien y no tardamos en irnos a vivir juntos y poco a poco fui perdiendo el contacto con mi ex y con el escalfado, hasta hace unos días, que recibí un mensaje para comunicarme que habían tenido una hija. Yo no daba crédito a la noticia así que fui a visitarles al hospital junto a Sara. Era cierto, una niña preciosa y el padre de la criatura en perfecto estado y sin voz atiplada. Cris parecía otra y deduje que la maternidad la había cambiado. La cara de Sara al coger a la pequeña me hizo saber que no tardaría en llegar nuestro turno. Realmente me apetecía. Yo ya iba teniendo una edad y la idea de formar una familia con Sara hacía tiempo que me rondaba por la cabeza. Llegamos a casa y decidimos ponernos manos a la obra. Desconocía si estaría en sus días fértiles, pero coincidimos en que lo mejor era la fecundación por asedio continuo. Desnudos y preparados, Sara interrumpió la batalla para ir un segundo a la cocina. Imaginé que era una excusa y tendría pis. Pese al tiempo que llevábamos viviendo juntos, era muy vergonzosa para algunas cosas. Unos minutos después oí un gorgoteo que no podía deberse a otra cosa que agua hirviendo. Chillé y me cubrí. Sara apareció desnuda, con cara de perplejidad y con un vaso lleno de agua con una bolsita dentro. —¿Pero qué te pasa? Estaba haciéndote una tila, para que estés más relajado. Nueve meses después, un bebé de tres kilos y medio con todos sus órganos reproductores masculinos, le hicieron recordar a Sara que los dichos populares no son ciertos y a mí que un hombre nunca debe descuidar lo que lleva la mano derecha de una mujer que te ofrece una tila con la mano izquierda.
Jorge Moreno
miércoles, 27 de febrero de 2013
martes, 26 de febrero de 2013
lunes, 25 de febrero de 2013
Profesión: Madre
Estabamos sentándonos a comer cuando mi hija casualmente menciona que ella y su esposo están pensando en "empezar una familia." "Nosotros estamos haciendo una encuesta," dice ella, en broma. "¿Crees Que debería tener un bebé?" "Cambiará tu vida," digo, cuidadosamente manteniendo mi tono neutral. "Yo sé," dice, "no más fiestas los fines de semana, no más vacaciones espontáneas...." Pero eso no es en lo absoluto lo que yo quise decir. Miro a mi hija, intentando decidir que decirle. Quiero que sepa lo que ella nunca aprenderá en clases de parto: Quiero decirle que las heridas físicas por dar a luz un niño sanarán, pero que el volverse madre la dejarán con una herida emocional tan profunda por la cual ella será vulnerable para siempre. Pienso en advertirle que ella nunca leerá de nuevo un periódico sin preguntarse "y si eso le hubiera pasado a mi niño?" Que cada accidente de aviación, cada incendio en una casa la obsesionará. Que cuando vea fotos de niños hambrientos, se preguntará si algo podría ser peor que vivir la muerte de tu niño Yo la miro cuidadosamente, su uñas finamente pintadas y el traje elegante y pienso que no importa cuan sofisticada ella sea, el convertirse en madre la reducirán al nivel primitivo de una osa que protege su cachorro: Que una llamada urgente de "Mamá"! le hará dejar caer un soufflé o su mejor cristal sin vacilar por un momento Siento que debo advertirla que no importa cuántos años ella haya invertido en su carrera, ésta se descarrilará profesionalmente a causa de su maternidad. Ella podrá hacer los arreglos para dejar al niño en casa al cuidado de una niñera, pero un día irá en camino de una reunión de negocios importante y recordará el dulce olor de su bebé, y tendrá que usar cada gramo de su disciplina para no correr a casa, sólo para asegurarse que su bebé está bien. Yo quiero que mi hija sepa que las decisiones cotidianas ya no serán rutina. Que el deseo de un niño de cinco años de ir al baño de hombres y no al de mujeres en McDonald se volverá un dilema mayor. Que justo allí, en medio del ruido de bandejas y niños gritando, los problemas de independencia e identidad de sexo serán sopesados contra la perspectiva de que haya un abusador de niños acechando en ese baño No importa cuan decisiva pueda ser ella en su trabajo, se criticará así misma constantemente en su papel de madre. Mirando a mi hija tan atractiva, quiero asegurarle que en el futuro ella perderá los kilos de más del embarazo, pero nunca se sentirá igual sobre ella misma. Que su vida, ahora tan importante, será de menos valor para ella una vez que tenga un niño. Que ella renunciaría a ésta en un momento por salvar sus hijos, pero que también empezará a desear más años, no para lograr sus propios sueños, sino para ver a sus hijos lograr los suyos. Yo quiero que ella sepa que una cicatriz de cesárea o las estrías se convertirán en insignias de honor. La relación de mi hija con su marido cambiará, pero no de la manera que ella piensa. Deseo que ella pudiera entender cuánto más uno puede amar a un hombre que tiene cuidado para empolvar a su bebé o que nunca duda para jugar con su niño. Yo pienso que ella debería saber que se sentirá de nuevo completamente enamorada de él por razones que ahora encontraría muy poco románticas. Yo deseo que mi hija pudiera darse cuenta del lazo que ella sentirá con mujeres a lo largo de la historia que han intentado detener guerras, discriminación y borrachos al volante. Espero que ella entienda por qué yo puedo pensar racionalmente sobre la mayoría de los problemas, pero ponerme como loca cuando discuto sobre la amenaza que supone una guerra nuclear en el futuro de mis hijos. Yo quiero describir a mi hija la euforia de ver a su niño cuando aprenda a montar una bicicleta. Quiero capturar para ella las carcajadas de un bebé que está tocando la piel suave de un perro o un gato por primera vez. Quiero que saboree la dicha que es tan real, que de hecho duele. La mirada interrogativa de mi hija me hace caer en cuenta de las lágrimas que se han formado en mis ojos. "Nunca te arrepentirás de ello," digo finalmente. Entonces alcanzo la mano de mi hija y la aprieto y ofrezco una oración silenciosa por ella, y por mi, y por todas las mujeres que tropezaron en su camino hacia las más maravillosa de todas las profesiones. Este regalo bendito de Dios... el hecho de ser Madre.
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sábado, 23 de febrero de 2013
El contestador
-Perfecto, aquí tiene, esta copia es para usted . -Solo una pregunta, ¿tiene contestador automático? -Sí, un momento… -contestó el operario y manipuló el teléfono-. Ya está, activado. Tiene el mensaje estándar. Si quieres cambiarlo basta con que descuelgue, marque uno y siga las instrucciones. La instalación de la línea telefónica daba por finalizada mi mudanza. Despedí al instalador, cogí una cerveza y me senté en el sillón. Tomé un sorbo, cerré los ojos y volví a abrirlos. Por fin solo, en mi casa soñada. Al día siguiente al volver del trabajo vi una luz parpadeando en el teléfono. Algún mensaje. Descolgué el auricular y la voz grabada me comunicó mi acierto y que se trataba de tan solo uno. Pulsé para oírlo. Una voz de mujer que me resultó desconocida comenzó a oírse por el auricular: “Hola Fran… Hace mucho que te fuiste… y… te echo de menos… Sé que llamarte es una estupidez… La culpa fue mía y nunca volverás. Necesitaba hablarte, decirte que no te olvido… A menudo recuerdo nuestros buenos ratos juntos, como cuando nos conocimos, en la universidad ¿te acuerdas? Cuando estabas sentado a mi lado en un examen y no parabas de mirarme y te dije que dejaras de copiarte y cuando terminó el examen me dijiste que no estabas copiando, que el tiempo es efímero y no sabías si alguna vez volverías a encontrarte conmigo y preferías utilizar ese tiempo en mirarme que malgastarlo en rellenar un examen. Yo me puse roja y me fui sin abrir la boca. Y como al día siguiente apareciste en la puerta de mi clase y me confesaste que sí habías copiado algo, mi nombre y habías buscado en qué clase estaba para invitarme a tomar algo a la cafetería. Pasamos muchos momentos buenos y fuimos muy felices, al menos yo lo fui. No puedo negar que también tuvimos nuestros problemas y nuestras discusiones, que quizá la mayoría fueron por mi carácter y por mis celos y por mi miedo a perderte… Y al final te perdí. Cuánto daría porque volvieras a estar conmigo… Aunque sé que no me contestarás, necesitaba hablarte… Te quiero…” Una equivocación. Me sentí mal por escuchar hasta el final, era como violar la intimidad de esa mujer que confesaba sus sentimientos. Busqué en el teléfono el número de la llamada pero aparecía oculto. No podría avisarla, así que esperaba que hubiese sido una equivocación al marcar el número. Al día siguiente al volver a casa, inconscientemente miré hacia el teléfono. De nuevo la luz me avisaba de mensajes en el contestador. Otra vez uno y de la misma mujer. Pensé en colgar por cierto sentimiento impúdico, pero disculpé a mi curiosidad con el argumento de que quizá me diese algún dato para localizarla. “Hola Fran. Hoy es nuestro aniversario, ¿recuerdas? El día que me besaste por primera vez. Bueno por segunda vez. Ya sé que para ti el aniversario era el día en que me diste el primer beso, pero para mí nunca valió. ¿Te acuerdas? Cuando me invitaste en la cafetería y me dijiste que me apostabas diez euros a que me besabas sin tocarme y yo acepté segura de mi victoria y tú me besaste y ante mi mirada de sorpresa me dijiste: “He perdido, los diez euros son tuyos”. Y luego la camarera te dijo que ya era hora de que innovaras un poco y yo te di un tortazo y me fui de allí odiando a la camarera, odiando el haber perdido, odiando que no fuese la única con quien habías utilizado ese truco y odiando el desear que me dieras más besos como aquel. Pero aquel no fue el beso que empezó nuestra cuenta de aniversarios. ¿Lo recuerdas? Después del día de la cafetería cada día me buscabas e insistías en que saliera contigo. Un mes estuve rechazándote por orgullo y comiéndome las ganas de decirte que sí. Encima ya me había informado de tu fama de don Juan y no estaba dispuesta a ser una conquista más. Pero al fin un mes después te dije que sí, y me aproveché para ir gratis al concierto de Alejandro Sanz. No me quitabas ojo a pesar de que el concierto estaba lleno de chicas guapísimas y más de una se te acercaba. Pero tú estuviste todo el rato pendiente de mí, aprovechando alguna canción para pasar tu brazo por mi hombro, haciéndome derretir, pero te lo quitaba de inmediato. Cuando terminó y me acompañaste a mi casa y te dije que no me pegaba nada que te gustase Alejandro Sanz, tú me respondiste: “He disfrutado tanto como un fakir en una cama de látex”. No pude evitar reír y lanzarme a tus labios. Y ya han pasado diez años, llenos de cosas buenas y malas. Y un año separados… Cuánto daría porque respondieras a mi llamada… Te quiero” De nuevo el número aparecía oculto y la probabilidad de una equivocación al marcar dos días seguidos era baja. O el paso del tiempo le habían hecho distorsionar el recuerdo del número de teléfono o el antiguo abonado de mi nuevo número era ese tal Fran. El día siguiente, era viernes y en la oficina se me hizo el tiempo eterno. Deseaba volver a casa para comprobar si de nuevo tenía un mensaje de aquella desconocida. Así fue: “Hola Fran. Ayer me encontré con tu hermana. ¿Recuerdas la bronca que te monté cuando te vi abrazado a ella antes de saber que era tu hermana? No la veía desde que tú te fuiste. La vi feliz. Me dijo que se iba a casar, pero las dos evitamos hablar de ti. Durante el tiempo que estuvimos juntos siempre viví obsesionada con que me engañabas. Tú tan atractivo, tan dinámico, tan juerguista y yo tan poquita cosa, poco más que una empollona escondida detrás de mis gafas. Me decías que me querías y que ya no existía para ti ninguna otra mujer que no fuese yo. Pero no te creía y ahora lo lamento. Encima tú siempre negándote a que viviéramos juntos a pesar de que la mayoría de las noches las pasábamos en mi casa. Cada noche sin ti en mi cuarto me encelaba por dónde estarías y te llamaba de madrugada a tu casa, como ahora, para saber qué hacías. No podía evitarlo, temía tanto perderte… y al final te he perdido… Te quiero”. Ese día decliné todos mis compromisos y pasé la noche oyendo las cintas una y otra vez. Estaba enganchado a la historia de Fran y la mujer desconocida y no veía el momento de tener la continuación. Entonces me di cuenta que el día siguiente era sábado y no trabajaba. Consulté las horas de las llamadas. Todas ellas eran entre las doce y las doce y cuarto del mediodía. El sábado estaría en casa y podría contestar a la llamada y avisar a la mujer de su equivocación. Ese pensamiento me produjo cierta desazón. Era lo correcto, pero no podía evitar sentir cierta desilusión por poner fin a mi película privada. Un número oculto hizo sonar el teléfono en la mañana del sábado. Descolgué sabedor de lo que debía hacer. Pero al empezar a hablar se cortó la comunicación. El teléfono no volvió a sonar durante el sábado, ni tampoco el domingo. Una parte de mi se sentía contento de no haber finalizado la historia, pero otra temía que no volviera a haber llamadas. Pero el lunes encontré otro mensaje en el contestador, al igual que al día siguiente y el siguiente y así de lunes a viernes, descubriendo un nuevo capítulo de la historia de Fran y la desconocida, sus viajes, sus peleas, sus momentos más románticos, los celos de ella y el amor que todavía sentía por él. Me dio pena. Ella no era consciente que todo su esfuerzo por recuperarle se almacenaba inútilmente en mi contestador. Pero no sabía qué hacer para avisarla. El lunes siguiente la gripe me impidió abandonar la cama e ir al trabajo. En mi cabeza embotada me pareció oír una llamada. Con las fuerzas que tenía fui al teléfono. Número oculto. Sí, tenía que ser ella. Era el momento de poner fin a todo aquello. -¿Hola? ¿Hola?… Nadie contestaba. Pero me pareció sentir su respiración, esa respiración grabada en mi mente desde sus mensajes en el contestador. -Disculpa pero… -continué. Se cortó la comunicación. Seguramente pensaría que se había equivocado al marcar y volvería a hacerlo. Pero no lo hizo. Ni tampoco al día siguiente. Pensé que se habría dado cuenta de su error y no volvería a llamar. Ya me había acostumbrado a la voz de aquella mujer y a los relatos de su vida y los echaría de menos y sobre todo me daba rabia no conocer cómo acabó todo, qué es lo que hizo que Fran se fuera. Pero el viernes al volver a casa la luz del teléfono me llenó de alegría. Corrí a descolgarlo Era un nuevo mensaje de ella que terminaba con su llanto. “Hola Fran. Llevo varios días sin llamarte. Pensé que era lo mejor, que no tenía sentido seguir haciéndolo porque tú nunca volverás ni me llamarás. Pero tenía que hablarte, sentía la necesidad de hablarte. Sé que todas mis llamadas tan solo ocultaban la necesidad de pedirte perdón. Perdóname Fran, perdóname… Te quiero.” Durante el fin de semana estuve aun más obsesionado con aquella historia. La pobre mujer lo estaba pasando muy mal y se notaba que realmente amaba a Fran. No sabía que sería aquello tan grave que había hecho que él se fuera dejándola sin ninguna esperanza de que volviera ni de que ni siquiera quisiera hablar con ella. Pensaba que ella merecía una oportunidad y el anonimato de mi contestador se la estaba quitando. Pensé qué hacer, hasta que el domingo de madrugada me desperté con una idea. Descolgué el teléfono, marqué la tecla del uno y seguí las instrucciones para cambiar el mensaje del contestador. Después de la señal empecé a hablar: “No cuelgues, espera, no te has equivocado. Esto… me avergüenza reconocerlo, pero todo este tiempo has llamado a mi casa. No sé cómo te llamas, pero este número ya no es de Fran, ni tampoco le conozco… He intentado avisarte pero… no sabía cómo. Yo…. yo… lo siento.” El mensaje no era
muy profesional y cualquiera que llamase pensaría que estaba loco, pero estaba seguro que así la desconocida podría empezar su búsqueda. Al día siguiente al llegar a casa volvió a recibirme la luz del teléfono. Dos mensajes. Me dispuse a oír el primero. Silencio. Tan solo aquella respiración. Seguro que era ella. A los pocos segundos la grabación se detenía. Al fin lo sabría y podría buscar a Fran de otra manera, pedirle perdón y confesarle cuanto le amaba. Mis pensamientos se interrumpieron por el segundo mensaje: “Hola Fran… Ya hace mucho tiempo desde que te fuiste. Desde aquella noche en que cerraste la puerta y no volví a verte más. ¿Lo recuerdas? Estábamos en mi casa y yo me había enfadado porque habías llegado tarde. Tu parecías no saber darme una excusa convincente y yo te acusé una vez más de que me engañabas con otra. Al fin tú claudicaste y me confesaste que tu retraso se debía a que habías pasado la tarde guardando tus cosas en la maleta para sorprenderme al día siguiente, en nuestro aniversario, el del segundo beso, viniendo a vivir conmigo definitivamente. Yo no me lo podía creer, estaba loca de contenta y te pedí que no esperaras hasta el día siguiente. Tú me besaste y saliste por la puerta cerrándola tras de ti. Yo me quedé dormida esperándote y me despertó el timbre de la puerta. Tu hermana me dijo que habías tenido un accidente y habías muerto. En ese momento mi corazón se saltó un latido. No volví a verte, no tuve fuerzas ni para ver tu cadáver. Te había perdido para siempre. Desde entonces cada día he llamado al número de tu casa, hasta que hace unos días, un año después de que te fueras, saltó un contestador y por fin pude hablarte, recordar nuestra vida juntos y pedirte perdón, perdón por mis celos que me impidieron tantas veces disfrutar de ti y perdón por mi impaciencia por vivir contigo que te obligó a salir de noche en busca de tu maleta para no volver jamás. Y para decirte que te quiero…”
Y tras unos segundo concluyó: … Mi nombre es Marta”.
Jorge Moreno
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viernes, 22 de febrero de 2013
Cielo e Infierno
Según escojas tu pensamientos podrás crearte el cielo o el infierno en la tierra.... Hay una antigua leyenda acerca de tres hombres, cada uno de los cuales, cargaba 2 sacos, sujetos a sus cuellos, uno al frente y el otro a sus espaldas. Cuando al primero de ellos le preguntaron que había en sus sacos, el dijo: "Todo cuanto de bueno me han dado mis amigos se halla en el saco de atrás, ahí fuera de la vista, y al poco tiempo olvidado." El saco de enfrente contiene todas las cosas desagradables que me han acontecido y, en mi andar, me detengo con frecuencia, saco esas cosas y las examino desde todos los ángulos posibles. Me concentro en ellas y las estudio. Y dirijo todos mis sentimientos y pensamientos hacia ellas. En consecuencia, como el primer hombre siempre se estaba deteniendo para reflexionar sobre las cosas desafortunadas que le habían sucedido en el pasado, lo que lograba avanzar era muy poco. Cuando al segundo hombre le preguntaron qué era lo que llevaba en sus dos sacos, el respondió: - "En el saco de enfrente, están todas las buenas acciones que he hecho. Las llevo delante de mí y contínuamente las saco y las exhibo para que todo mundo las vea. Mientras que el saco que llevo atrás, contiene todos mis errores. Los llevo consigo a dondequiera que voy. Es mucho lo que pesan y no me permiten avanzar con rapidez, pero por alguna razón, no puedo desprenderme de ellos." Al preguntarle al tercer hombre sobre sus sacos, él contestó: - "El saco que llevo al frente, está lleno de maravillosos pensamientos acerca de la gente, los actos bondadosos que han realizado y todo cuanto de bueno he tenido en mi vida. Es un saco muy grande y está lleno, pero no pesa mucho. Su peso es como las velas de un barco, lejos de ser una carga, me ayudan a avanzar. Por su parte, el saco que llevo a mis espaldas está vacío, pues le he hecho un gran orificio en el fondo. En ese saco, puse todo lo malo que escuché de los demás así como todo lo malo que a veces pienso acerca de mí mismo. Esas cosas se fueron saliendo por el agujero y se perdieron para siempre, de modo que ya no hay peso que me haga más penoso el trayecto." De vez en vez, conforme cada uno de nosotros avanzamos por el sendero de la vida, debemos examinar qué es lo que llevamos cargando. ¿Nos abruma el peso de los pensamientos negativos, que tenemos de nosotros mismos, o bien se trata de todo un fardo de temores que nos dicen que no estamos a la altura de cierto estándar artificial; acaso una serie de escudos protectores y armaduras psicológicas que nos impiden relacionarnos con los demás de manera libre y sincera? ¿Llevamos a cuestas todo el peso de las malas acciones que hemos recibido de parte de amigos y familiares, y que nos han afligido en el pasado? ¿O bien el peso de todas esas falsas lecciones que nos enseñan a detectar cualidades indeseables en los demás y luego darle la espalda a la persona en cuestión una vez que identificamos una de tales características? Cada uno de nosotros nace con la libertad de seleccionar aquellos pensamientos que habrán de dirigir nuestras vidas. Nosotros elegimos la senda que queremos recorrer. Y tenemos la capacidad de elegir lo que hemos de llevar en el trayecto. Los pensamientos y actitudes negativas nos abruman, hacen que nuestra travesía por la vida, resulte más difícil. Todo pensamiento que alojamos en nuestra mente, afecta los razonamientos, sentimientos y acciones que manifestamos. Si alimentamos pensamientos negativos, nuestras acciones van a ser negativas y, a su vez, resultados negativos serán los que obtendremos a cambio. Sin embargo los pensamientos positivos, propician resultados positivos y la vida se vuelve una aventura feliz, motivante, en la que podemos vernos y ver a los demás a la luz de lo que verdaderamente somos en realidad. De pronto nos damos cuenta de que cada uno de nosotros es una expresión maravillosa, mágica y misteriosa de la vida.
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jueves, 21 de febrero de 2013
El secreto de la felicidad
Cierto mercader envió a su hijo para aprender el secreto de la felicidad con el más sabio de todos los hombres. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta llegar a un hermoso castillo en lo alto de una montaña. Ahí vivía el sabio que buscaba. Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre sabio, nuestro héroe entró en una sala, y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas hasta que le llegara el turno de ser atendido. El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le pidió que diese un paseo por el palacio y regresara dos horas más tarde. - Pero quiero pedirte un favor -dijo el sabio, entregándole una cucharita de té, en la que dejó caer dos gotas de aceite. Mientras estés caminando, llévate esta cucharita cuidando de que el aceite no se derrame. El joven empezó a subir y bajar las escalinatas del palacio, manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas dos horas, retornó a la presencia del sabio. - ¿Qué tal? -preguntó el sabio-. ¿Viste los tapetes de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el maestro de los jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca? El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el sabio le había confiado. - Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el sabio-. No puedes confiar en un hombre, si no conoces su casa. Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató todo lo que había visto. - ¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el sabio-. El joven miró la cuchara y se dio cuenta que las había derramado. - Pues es el único consejo que tengo para darte -le dijo el sabio de los sabios-. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo pero nunca olvidarse de las dos gotas de aceite en la cuchara.
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martes, 19 de febrero de 2013
La pequeña granja y la vaca
Un filósofo paseaba por un bosque con un discípulo conversando sobre la importancia de los encuentros inesperados. Según el maestro, todo lo que está delante de nosotros nos ofrece una oportunidad de aprender o enseñar. En este momento cruzaban el portal de una granja que, aunque muy bien situada en un hermoso paraje, tenía una apariencia miserable. Llamaron a la puerta y fueron recibidos por los moradores: un matrimonio y tres hijos, con las ropas sucias y rotas. - Usted está en medio de este bosque y no hay ningún comercio en los alrededores- dijo el maestro al padre de familia - ¿Cómo sobreviven aquí? - Y el hombre, calmadamente respondió: - Amigo mío, tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte de ese producto la vendemos o la cambiamos en la ciudad vecina por otros tipos de alimento: con la otra parte producimos queso, cuajada y mantequilla para nuestro consumo. Y así vamos sobreviviendo - El filósofo agradeció la información, contempló el lugar durante algunos instantes y se marchó, En mitad del camino dijo al discípulo: - Busca esa vaca, llévala hasta ese precipicio que tenemos enfrente y tírala abajo. - - ¡Pero si es el único medio de sustento de aquella familia! - El filósofo permaneció mudo. Sin otra alternativa, el muchacho hizo lo que le habían ordenado y la vaca murió en la caída. La escena quedó grabada en su memoria. Pasados muchos años, cuando ya era un exitoso empresario, decidió volver al mismo lugar, confesar todo a la familia, pedirles perdón y ayudarlos financieramente. Cuál no fue su sorpresa al ver el lugar transformado en una bella finca, con árboles floridos, coche en el porche y algunos niños jugando en el jardín. Se desesperó al pensar que aquella humilde familia había tenido que vender la propiedad para sobrevivir. Apresuró el paso y fue recibido por un casero muy simpático. ¿A dónde fue la familia que vivía aquí hace diez años?. Preguntó. Continúan siendo los dueños, fue la respuesta. Asombrado, entró corriendo en la casa, y el propietario lo reconoció. Le preguntó cómo estaba el filósofo, pero el joven estaba ansioso por saber cómo había conseguido mejorar la granja y situarse tan bien en la vida: Bien, nosotros teníamos una vaca, pero se cayó al precipicio y murió, dijo el hombre. Entonces, para mantener a mi familia, tuve que plantar verduras y legumbres. Las plantas tardaban en crecer, así que comencé a cortar madera para su venta. Al hacer esto, tuve que replantar los árboles, y necesité comprar semilla. Al comprarlas, me acordé de las ropas de mis hijos y pensé que tal vez podía cultivar algodón. Pasé un año difícil, pero cuando la cosecha llegó, yo ya estaba exportando legumbres, algodón, y hierbas aromáticas. Nunca me había dado cuenta de todo mi potencial aquí. ¡Fue una suerte que aquella vaca muriera!
Paulo Coelho
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jueves, 14 de febrero de 2013
El destino que eligió Hércules
Todos nosotros ya hemos oído hablar de Hércules, el famoso héroe de la antigua Grecia. El texto siguiente es una adaptación hecha por el escritor americano James Baldwin sobre uno de los episodios que marcaron la juventud de aquel que, según la mitología, realizaría doce trabajos en nombre de la justicia. Hércules era joven e inexperto; tenía una larga vida, pero su corazón vivía insatisfecho. Miraba a su alrededor y veía que la mayor parte de sus amigos pasaban casi todo el tiempo divirtiéndose, bebiendo y saliendo con chicas, mientras que él trabajaba. Un día su padrastro le pidió que comprara levadura de pan. Hércules obedeció. Al llegar a una encrucijada no supo qué dirección tomar. El camino de la derecha era accidentado y lleno de piedras, carente de cualquier belleza natural, pero Hércules notó que conducía hacia una hermosa cordillera de montañas azules en el horizonte. El camino de la izquierda era ancho y llano; estaba bordeado por un río de aguas claras, contorneaba una plantación de árboles frutales y había pájaros cantando en toda su extensión. Sin embargo, una bruma matinal no permitía ver a dónde iba a dar. Mientras el joven meditaba, procurando descubrir la mejor decisión para cumplir la misión encomendada, notó que dos bellas mujeres se aproximaban, cada una por un camino. La que venía por la vereda arbolada llegó primero, ya que el trayecto era más fácil de recorrer; Hércules notó que tenía el rostro dorado por el sol, los ojos brillantes, y se dirigió a él con voz dulce y persuasiva: -¡Hola, muchacho de inmensa fuerza y actitud correcta!, dijo. Sígueme y te conduciré por lugares amenos, donde no hay tormentas para castigar tu cuerpo, ni problemas para entristecer tu alma. Vivirás como tus amigos, en una ronda incesante de música y alegría, y nada te faltará: ni el vino que refresca, ni las camas confortables, ni las más bellas mozas de la región. Ven conmigo y tu vida será un sueño. A esta altura, la otra mujer –que venía por el sendero de la montaña– también había llegado a la encrucijada. Y dijo a Hércules: -No puedo prometerte nada de eso. Todo lo que encontrarás en mi camino es aquello que puedas conseguir con tu fuerza y tu voluntad. El sendero por donde te conduciré es irregular y asustador, a veces con subidas muy inclinadas, a veces con valles donde los rayos del sol nunca consiguen entrar. Los paisajes que verás pueden ser majestuosos e imponentes, o solitarios y aterradores. Sin embargo, este es el camino que conduce hasta las montañas azules de la fama y de la conquista, que puedes ver a distancia. No puedes llegar a ellas sin esfuerzo, y todo lo que desees debe ser fruto de tu trabajo. Si quieres comer, tendrás que plantar. Si quisieras amor, es preciso amar. Si quisieras el Cielo, debes ser digno de entrar por sus portones. Si quisieras ser recordado, debes estar preparado para luchar cada minuto de tu vida. -¿Cómo te llamas? –dijo Hércules. -Algunos me llaman Trabajo, respondió la mujer, pero otros me llaman Virtud, y yo prefiero este último nombre. Hércules entonces se dirigió hacia la otra mujer. -¿Y cuál es tu nombre? -Algunos me llaman Placer, dijo la que venía del camino florido, pero prefiero ser llamada Suerte. -Placer, no puedo ver hasta dónde conduce el sendero para el cual me convidas, comentó Hércules.-Por otro lado, la Virtud me muestra las montañas en el horizonte y donde puedo llegar con el resultado de mis esfuerzos. Y tomando a la Virtud de la mano, entró con ella en el camino que conducía hacia su propio destino.
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El sueño
Soñé que tenía superpoderes. Soñé que surcaba el cielo volando más rápido que el sonido, sin sentir el frío helador en mi piel impenetrable. Soñé que podía atravesar montañas de roca como un clavo caliente atravesaría una tarrina de mantequilla. Que mis ojos lanzaban rayos de calor tan potentes que convertían en líquido el acero. Soñé que las balas no podían herirme, que podía escucharlo todo, verlo todo, incluso ver más allá de las estrellas y a través de las cosas. Y soñé que te conocía. A ti, a la única persona entre todas que miraba más allá de mi fachada y penetraba en mi interior sin necesidad de visión de rayos X. A la que se enamoraba del hombre y no del súper. A la que siempre estaba ahí para salvarme; salvarme a mí, a quien se supone que podía salvar a cualquiera. Pero ahí estabas tú, tan humana, tan frágil. Y tan indestructible. Mi heroína. Mi amor. Soñé que volábamos juntos por todo el mundo. Tomabas mi mano y el cielo era nuestro hogar; las nubes, nuestro abrigo; los pájaros, nuestros compañeros de viaje. No era necesario hablar. Tu presencia y tu compañía me llenaban. Me hacían sentir el hombre más poderoso del mundo. A mí, que podía levantar continentes. Y eras tú mi fuerza, mi poder, mi energía. Me desperté como siempre, temprano para acudir a mi rutinario trabajo. Ya no había superpoderes. No podía volar, ni era extremadamente fuerte, ni en absoluto invulnerable. Mis ojos no despedían calor, y hasta debo llevar gafas para ver bien. Pero ahí estabas tú, a mi lado, en la cama. Como cada mañana desde hace muchos años. La única parte de mi sueño de fantasía que sí es una realidad. Tú, cálida y dormida. Te miro y no me da pena haber despertado de ese sueño en el que podía cruzar el mundo en un segundo, porque tú sigues ahí, convirtiendo cada día en un sueño cumplido. Soñé que tenía superpoderes. Pero ¿quién los necesita si tú estás a mi lado?
Javier Olivares Tolosa
Javier Olivares Tolosa
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miércoles, 13 de febrero de 2013
Tumbado boca arriba
Tumbado boca arriba, mirando el techo, me levanto, camino, me siento, me miro las manos, secas, ásperas, ausentes de caricias recibidas o entregadas, desdibujadas las líneas de la vida, a base de frotarlas en un intento vano de apaciguar el rugido interno, que llega como resaca al centro del pecho, donde dicen que el alma ríe y sufre, aunque yo no escucho risas hace mucho tiempo. Me asomo a la ventana, demasiado alta para percibir el sonido de las conversaciones, pero no lo suficiente para que pueda ver el sol oculto detrás de los edificios cercanos, total, es noviembre, hace frío. Miro el salón, busco, agarro con la mirada el revistero, pero desisto, no hay nada dentro que no haya leído, ningún artículo que me haya dejado para después, ninguna foto que no haya escudriñado en busca de algo nuevo, conozco lo que me ofrecen las hojas impresas, el rugido de la resaca se acentúa, necesito callarlo y no con textos viejos. Tengo hambre, abro la nevera y el frío de dentro se mete debajo de mi jersey, comida que no me apetece o que habría que preparar, tengo hambre, pero no me veo haciendo un guiso, el rugido de mis entrañas no admite demoras, comer me calmará, pensar en combinar más de dos ingredientes para construir algo comestible, se me antoja inalcanzable, podría bajar y pedir algo de comer, pero odio comer en un restaurante yo solo, podría buscar algo de comida rápida, para llevar, pero no quiero deambular en un barrio que desconozco, sin saber dónde voy, solo, tratando de evitar la mirada de la gente, no quiero que lean el rugido de mi interior. Miro el móvil, inerte, silencioso, lo cojo, reviso las llamadas, nada, voy a contactos, busco una idea, un motivo, una excusa para iniciar una llamada que acalle el rugido del hambre, de la desazón, contactos caducados, lejanos, ausentes, inapropiados. Dejo el móvil, por qué no habré contratado internet, internet me ayudaría, no tengo internet. Me levanto con demasiada vehemencia, el rugido ha acabado agarrándome del estómago y desatando mi ira, que me impulsa a través de la habitación, me siento con fuerza de enfrentarme a la calle y sus desconocidos, a caminar solo y a que me miren, la ira me empuja dándome razones y argumentos, recojo la chaqueta, la cartera, abro la puerta, se enciende la luz de un automático, el pasillo huele a moqueta húmeda, una luz falla, se oye una risa. El rugido golpea mis oídos, respiro fuerte, agarrando la puerta, ahora ya no me parece tan mala idea un sándwich de atún de lata..cierro la puerta y me doy la vuelta, la habitación del hotel tiembla, se humedece, caen lágrimas de mis ojos mojando mis manos, ásperas, incapaces de contener tanta desesperación..
José Manuel Camarero
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martes, 12 de febrero de 2013
Proceso a un beso
-¡Protesto, señoría! -Pero ¿qué protesta? Si lo único que ha pasado es que el abogado defensor le ha besado en los morros. -Pues eso -dijo mientras frotaba su boca con la mano con gesto de asco-. Protesto que este tío me haya besado. ¿Pero tú de qué vas? -Lo siento. no podía más -dijo el besador abogado defensor. -Pero, ¿están liados? -preguntó el juez-. Que conste que no tengo nada en contra, pero esto es un tribunal y no voy a tolerar ciertas manifestaciones de afecto entre abogados. -¡Pero qué liados ni qué liados! Yo soy muy hombre, me gustan las mujeres de verdad -replicó el abogado de la acusación. -Sí, claro. No finjas, que estas cosas las notamos entre nosotros. Deberías salir del armario -apuntillo el defensor. -Pero serás… Yo te mato, ¡Dudar de mi hombría! -y se encaminó hacia su colega. -¡Orden, orden en la sala! -mandó el juez-. Modérese abogado. A ver, ¿qué le ha hecho intuir la homosexualidad de su colega? -¡Protesto señoría! -dijo el abogado de la acusación. -Está bien, está bien, ¿qué le ha hecho intuir la presunta homosexualidad de su colega? -¡Protesto…! -Denegada. Y se calla. Conteste abogado. -Se le ve a la legua. Lo primero la forma de vestir. Su elegancia y su modernidad es excesiva para un hetero. -¡Será posible! Ahora un hombre no puede vestir bien sin que le acusen de maricón. Además la elige mi madre y me la deja preparada todos los días. -¡Silencio! No es su turno. Continúe. -Lo de que su madre le compra la ropa, se la elige y se la prepara diariamente nos indica que, a su edad, todavía vive con ella. -Ahí tiene razón -dijo el juez girando la vista hacia el abogado de la acusación. -Eh… bueno… estoy pensando en mudarme… Es que el sueldo de abogado es una mierda. -Prosiga -dijo el juez, mientras hacía unas anotaciones. -Salta a la legua su abuso de las cremas corporales y el perfume. -Sí, sí, eso ya lo había notado yo también. Debería contenerse un poco abogado -apostilló el juez. -Pero… Es que me gusta oler bien. -Y por último lo más determinante es que, aquí mi colega, hace unos minutos, al terminar su interrogatorio a mi testigo, se ha girado hacia mí y me ha guiñado un ojo. -¡¡¡¿¿¿Qué???!!! ¡¡¡¿¿¿Yo???!!! -No lo niegues. Y ahí me has derretido, bandido. -Yo…, no, que no, que era a la buenorra de detrás -adujo mientras inspeccionaba los asientos posteriores-. Esa, esa, la rubia de las tetas gordas. -Señorita, por favor, levántese -dijo el juez-. Diga su nombre y profesión. -Manuel Gutiérrez y trabajo de bailarina en un club de striptease, disculpe que me presente así vestido, pero es que vengo a declarar en el siguiente juicio y luego tengo que ir a trabajar y voy con el tiempo justo -dijo la mujer, con voz grave. -Bien Manuel, ¿es cierto, como dice el abogado de la acusación, que anteriormente le ha guiñado el ojo? -Bueno puede ser, yo pensé que era al otro abogado, pero quizá fuese a mí. -Lo ve, lo ve, era a ella, a ella. -Abogado -continuó el juez- ¿desde cuándo siente esa atracción hacia los travestidos? -Que no, que no, que no me gustan. Joder, que engañan, pero mírela.. lo…, Parece una tía, está buenísima. -Suficiente -dijo el juez mientras el abogado de la defensa asentía y sonreía-. A ver letrado, está usted seguro de que no es gay. No pasa nada por reconocerlo. -Que no joder, que no. Me gustan las tías. Además me encanta el fútbol, no me pierdo ni un partido. Cristiano, Piqué, Casillas, me vuelve loco verlos correr en el campo -Hagamos una cosa -dijo al fin el juez rompiendo un tenso y prolongado silencio en la sala-. Y si prueba a besar al abogado otra vez, a ver si le gusta. -¡Pero tú estás gilipollas! -¡Protesto! -gritó el juez-. Retírelo o le acuso de desacato. -Perdón, perdón. Lo retiro, pero es que qué cosas dice, señoría. -Pero ¿qué tiene que temer? Pruebe, olvide sus prejuicios. Aquí el abogado defensor tampoco está mal. Incluso es guapo, elegante y no abusa del perfume.. -¡Se me rompió el frasco vale, se me rompió el frasco mientras me lo echaba! -Vale, vale, pero pruebe hombre. -No sé… -Esa es la actitud. No se cierre. Vamos, bésense. -Está bien, pero solo porque lo dice usted. Pero nada de lengua, que antes el tío cerdo me quería meter todo el filetón. -Está bien, sin lengua -sentenció el juez- Acérquense, vamos, sin timidez. Si hasta hacen buena pareja. No ponga esa cara de asco y adelante. Los dos abogados juntaron sus labios, con resolución el abogado defensor y con el gesto compungido el de la acusación. Tras unos segundos de tensión el rostro del presunto homosexual se relajó y empezó a meter su lengua en la boca de su colega, agarrándole la cara con sus manos y desatando la pasión, mientras la sala del juzgado rompía en vítores y aplausos. -Caso cerrado -dijo su señoría. Una vez terminada la jornada, ambos abogados se acercaron hasta el juez cogidos de la mano: -Señoría -dijo el expresunto- nos preguntábamos si luego querría venir a cenar con nosotros. -Me encantaría, pero no puedo. Lo siento, ya he quedado con el señor Manuel Gutiérrez.
Jorge Moreno
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domingo, 10 de febrero de 2013
La Revolución
“En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa. Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí. Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver. Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable. Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista. La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida. Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedó más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio. Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista. Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese ‘cierto tiempo’. Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución. Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna. Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez ‘cierto tiempo’ también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo. De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama. Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba. Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario”.
La revolución, de Sławomir Mrożek. Perteneciente a la obra La vida para principiantes
La revolución, de Sławomir Mrożek. Perteneciente a la obra La vida para principiantes
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sábado, 9 de febrero de 2013
La caja de Besos
Hace ya algún tiempo un hombre castigó a su pequeña hija de tres años por desperdiciar un rollo de papel dorado para envoltura. El dinero le era escaso en esos días, por lo que explotó en furia cuando vio a la niña tratando de envolver una caja. A la mañana siguiente, la niña regaló a su padre la caja envuelta y le dijo: “Esto es para ti, papito”. Él se sintió avergonzado, pero cuando abrió la caja y la encontró vacía, otra vez gritó con ira: “¿acaso no sabes que cuando se le da un regalo a alguien se supone que tiene que haber algo dentro?” La pequeña volteó hacia arriba el rostro y con lágrimas en los ojos dijo: “¡Oh, papito, no está vacía! Yo soplé un montón de besos dentro de esa caja y todos son para ti”. El padre se sintió morir, rodeó con sus brazos el pequeño cuerpo de su hija y le suplicó que lo perdonara. Dicen que el hombre guardó esa caja dorada cerca de su cama por años y que siempre que se sentía derrumbado, tomaba de ella un beso y recordaba el amor que su hija había depositó ahí. De alguna forma cada uno de nosotros hemos recibido alguna caja llena de amor incondicional y de besos de nuestros hijos, amigos, familia... Nadie poseerá jamás un propiedad más grande.
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viernes, 8 de febrero de 2013
La distancia de los corazones
Un día, Meher Baba preguntó a sus mandalíes: - ¿Por qué las personas se gritan cuando están enojadas? Los hombres pensaron durante unos momentos. - Porque pierden la calma- dijo uno-, por eso se gritan. - Pero, ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? –preguntó Baba-. ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿por qué gritas a una persona cuando estás enojado? Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas satisfacía al maestro Meher Baba. Finalmente, él explicó: - Cuando dos personas están enojadas y discuten, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esta distancia, deben gritar para poder escucharse. Mientras más enojadas estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse la una a la otra a través de esa gran distancia. Luego, Baba preguntó: - ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Pues que no se gritan, sino que se hablan suavemente, ¿por qué?... Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellas es muy pequeña. Los discípulos lo escuchaban absortos y Meher Baba continuó:- Cuando se enamoran más aún, ¿qué sucede? Los enamorados no hablan, sólo susurran y se acercan más en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es, observad lo cerca que están dos personas que se aman. Así pues, cuando discutáis, no dejéis que vuestros corazones se alejen, no digáis palabras que los distancien más. Llegará un día en que la distancia será tanta que ya no encontrareis el camino de regreso.
Extraído de Juntos pero no atados, de Jaime Soler y M. Mercè Conangla
Extraído de Juntos pero no atados, de Jaime Soler y M. Mercè Conangla
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jueves, 7 de febrero de 2013
miércoles, 6 de febrero de 2013
El pescador
En cierta ocasión iba un ejecutivo paseando por una bonita playa vestido con sus bermudas (de marca), sus gafas de sol (también con marca muy visible), su polo (con mucha marca), su gorra (con marca destacada), su reloj (de marca y carísimo), su calzado deportivo (donde todo era marca), su móvil colgado de la cintura (el móvil con marca y la bolsa en la que colgaba, también) y su gomina en el pelo ( sin marca, pero tan abundante que uno podía adivinarla). Eran las dos del mediodía cuando se encontró con un pescador que felizmente recogía sus redes llenas de pescado y amarraba su pequeña barca. El ejecutivo se le acercó… - ¡Ejem! Perdone, pero le he visto llegar con el barco y descargar el pescado… ¿No es muy temprano para volver de faenar? El pescador le miró de reojo y, sonriendo mientras recogía sus redes, le dijo: - ¿Temprano? ¿Por qué lo dices? De hecho yo ya he terminado mi jornada de trabajo y he pescado lo que necesito. - ¿Ya ha terminado hoy de trabajar? ¿A las dos de la tarde? ¿Cómo es eso posible? – dijo incrédulo, el ejecutivo. El pescador, sorprendido por la pregunta, le respondió: -Mire, yo me levanto por la mañana a eso de las nueve, desayuno con mi mujer y mis hijos, luego les acompaño al colegio, y a eso de las diez me subo a mi barca, salgo a pescar, faeno durante cuatro horas y a las dos estoy de vuelta. Con lo que obtengo en esas cuatro horas tengo suficiente para que vivamos mi familia y yo, sin holguras, pero felizmente. Luego voy a casa, como tranquilamente, hago la siesta, voy a recoger a los niños al colegio con mi mujer, paseamos y conversamos con los amigos, volvemos a casa, cenamos y nos metemos en la cama, felices. El ejecutivo intervino llevado por una irrefrenable necesidad de hacer de consultor del pescador: - Verá, si me lo permite, le diré que está usted cometiendo una grave error en la gestión de su negocio y que el “coste de oportunidad” que está pagando es, sin duda, excesivamente alto; está usted renunciando a un pay-back impresionante. ¡Su BAIT podría ser mucho mayor! Y su “umbral de máxima competencia” seguro que está muy lejos de ser alcanzado. El pescador se lo miraba con cara de circunstancias, mostrando una sonrisa socarrona y sin entender exactamente adónde quería llegar aquel hombre de treinta y pico años ni por qué de repente utilizaba palabras que no había oído en su vida. Y el ejecutivo siguió: - Podría sacar muchísimo más rendimiento de su barco si trabajara más horas, por ejemplo, de ocho de la mañana a diez de la noche. El pescador entonces se encogió de hombros y le dijo: - Y eso, ¿para qué? - ¡¿Cómo que para qué?! ¡Obtendría por lo menos el triple de pescado! ¡¿O es que no ha oído hablar de las economías de escala, del rendimiento marginal creciente, de las curvas de productividad ascendentes?! En fin, quiero decir que con los ingresos obtenidos por tal cantidad de pescado, pronto, en menos de un año, podría comprar otro barco mucho más grande y contratar un patrón… El pescador volvió a intervenir: - ¿Otro barco? ¿Y para qué quiero otro barco y además un patrón? - ¿Que para qué lo quiere? ¡¿No lo ve?!
¿No se da cuenta de que con la suma de los dos barcos y doce horas de pesca por barco podría comprar otros dos barcos más en un plazo de tiempo relativamente corto? ¡Quizá dentro de dos años ya tendría cuatro barcos, mucho más pescado cada día y mucho más dinero obtenido en las ventas de su pesca diaria! Y el pescador volvió a preguntar: - Pero todo eso, ¿para qué? - ¡Hombre! ¡¿Pero está ciego o qué?! Porque entonces, en el plazo de unos veinte años y reinvirtiendo todo lo obtenido, tendría una flota de unos ochenta barcos, repito, ¡ochenta barcos! ¡Qué además serían diez veces más grandes que la barcucha que tiene actualmente! Y de nuevo, riendo a carcajadas, el pescador volvió: - ¿Y para qué quiero yo todo eso? Y el ejecutivo, desconcertado por la pregunta y gesticulando exageradamente, le dijo: - ¡Cómo se nota que usted no tiene visión empresarial ni estratégica ni nada de nada! ¿No se da cuenta de que con todos esos barcos tendría suficiente patrimonio y tranquilidad económica como para levantarse tranquilamente por la mañana a eso de las nueve, desayunar con su mujer e hijos, llevarlos al colegio, salir a pescar por placer a eso de las diez y sólo durante cuatro horas, volver a comer a casa, hacer la siesta,…? El pescador respondió: - ¿Y eso no es todo lo que tengo ahora?
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martes, 5 de febrero de 2013
El fabricante de espejos
En un país del norte donde nunca jamás amainaba el frío, vivía Trevor, el mejor fabricante de espejos de todos los tiempos. Desde niño estaba intrigado por descubrir los misterios de la luz y entender por qué su imagen se reflejaba nítida en algunos bloques de hielo. Cuando se hizo mayor mandó construir su casa con ladrillos de cuarzo, para que se pareciesen a esos bloques de agua helada, y diseñó una fábrica con un horno gigantesco y forma de corazón que calentaba la estancia de sus sueños. Al principio fundía en él solamente metales que, muy pulidos, conseguían proyectar su reflejo; pero pronto descubrió cómo hacer vidrio con las sales de una mina cercana y, fundiéndolas, darles forma hasta convertirlas en un cristal transparente y fino como la escarcha. Recorrió todos los orfebres para elegir la plata bruñida de luna que completase sus obras de arte y contrató a los Enanos de las Minas de Oro para bañar y enmarcar sus espejos con una aleación de metales preciosos que los preservara del paso del tiempo. Obsesionado con descubrir el método de mejorar sus espejos y convertirlos en auténticas joyas pidió al Mago de las Simas Negras la Pintura Oscura que reflejaba, mejor que ninguna otra, la belleza. Para que la Pintura Oscura refleje las cosas bellas – le dijo el mago – debes llenarla primero, como un alquimista, de todas las maravillas que quieras reproducir. Por ensalmo, si la Pintura Oscura ha absorbido suficiente belleza… podrá convertir a cualquier muchacha fea que se mire en tu espejo en la mujer más hermosa. No tengas duda. Ese es el poder de la materia que te entrego. Trevor, siguiendo sus instrucciones, recorrió cientos de países en un carro tirado por ocho mulas y cargado con dos recipientes que contenían el tesoro de la Pintura Oscura de las Simas Negras. Allí donde Trevor encontraba algo bello, se detenía, abría los botes y observaba cómo parte de aquella maravilla se colaba en ellos sin robarle al paisaje su intensidad ni su perfección, intactas tras el trasvase. Así, la Pintura absorbió las explosiones de color de los amaneceres, la seria e impresionante belleza de los acantilados, la frescura del rocío sobre las hojas… la hermosura y la juventud de las muchachas, el verde de las praderas, el blanco de los neveros, el amarillo de los campos de trigo, los rojos del fuego… Todo lo que era digno de ser contemplado hacía detenerse a Trevor para capturar el momento, y atesorar su belleza en aquellos botes mágicos. Tres años tardó en recopilar lo más selecto de la belleza del mundo para llenar los recipientes que le había entregado el mago. Cuando culminó su tarea, volvió a su casa y construyó los tres espejos más increíbles que nunca antes había contemplado ningún ser humano. Los colocó delante del horno, en el centro de la habitación, tapados con terciopelos azules, y rogó a sus tres mejores amigos que se situasen enfrente para verse reflejados. Ante el primer espejo, uno de los Enanos de las Minas. Frente al segundo, el Mago de las Simas Oscuras. Delante del tercero su fiel y cariñosa Milagros, a la que solía llamar de broma y cariñosamente “Mi Ama de todas las Llaves”. Cuando Trevor dejó caer las telas, el enano descubrió en el espejo un alto y apuesto reflejo que se movía como él y tenía sus rasgos, pero sobre unas piernas altas y fuertes. Antes de que le diera tiempo de lanzar un grito de sorpresa, vio crecer su cuerpo hasta parecerse a la imagen como dos gotas de agua. Simultáneamente, el viejo mago se convertía en un apuesto joven; y los rasgos de su ama de llaves se transformaban y en un par de minutos lucían en el más dulce rostro. - ¿Pero qué es esto? – oyó protestar a su amigo minero – ¿Qué me has hecho? No parecía contento ni agradecido y su tono era de enfado. Antes de salir de su asombro y recuperar la capacidad de respuesta su ama de llaves también le increpaba: - ¡No me gusta nada lo que está pasando! ¡¡Quiero recuperar mi cara!!! – exclamaba a punto de echarse a llorar. Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos. - ¿Estáis locos? – terminó por reaccionar Trevor – ¡¡Miraos de nuevo!! ¡¡¡Estáis genial!!!! Sólo el mago parecía encantado con la transformación. El enano se acercó al espejo. Se miró de arriba abajo y decidió que era divertida la sensación de haber cambiado el punto de vista. Ahora miraba las cosas desde arriba. Si era un juego… podía divertirse un rato. - No está mal – se atrevió a reconocer – Si es un truco es muy bueno. Pero antes de salir de aquí quiero volver a mi estado normal. Nunca podría trabajar en la mina con esta altura y mi mujer me echaría a patadas si volviese a casa convertido en un gigante. - Es irreversible – dijo el mago. - ¿Cómo? – preguntó el ama de llaves – ¿Quieres decir que mis nietos no me reconocerán? ¡Con este aspecto voy a parecer la hija de mi hija! ¡¡¡¡Qué calamidad!!! - Así será – reconoció el mago – Para revertir el encantamiento de los espejos habría que romperlos y debería hacerlo su constructor. Sólo él puede quitarle toda la belleza que le otorgó a la Materia Oscura. - ¡Hazlo, Trevor! – exigió la anciana. - ¡De eso nada! – se zafó el fabricante de espejos – Han sido tres años de viaje, noches sin dormir para, pasando frio y calamidades, capturar esa belleza que ahora me despreciáis. ¡No pienso hacer tal cosa! Vendrá gente de todos los países a contemplarse en mis espejos. Cobraré por lo que a vosotros tanto os molesta. ¡Renunciar a tan fantástico éxito! ¡Estáis locos!! - Pues los romperé yo – aseguró el enano blandiendo un candelabro y acercándose a los espejos donde se habían reflejado la mujer y él mismo. - Si lo haces tú no servirá – aseguró el mago – debe romperlo él. Pero ya era tarde para frenarle y los dos espejos estallaron en mil pedazos. Tras el desencanto, una persona muy observadora hubiera apreciado un pequeño cambio de talla en el enano, pero era tan mínimo que apenas era perceptible. - ¡Qué animal eres, Bruno! – se indignó el mago. Y pronunciando un complicado encantamiento: “POCUSFILOCUSMINERUSMÍNIMUSLOCUS”, le devolvió a su tamaño natural. - ¿Por qué no me has dicho que podías hacer esto? - Porque no preguntaste. No puedo hacerte crecer. Devolverte tu tamaño… es fácil. “MILAGROSERESMÁSVIEJAQUEVIEJAERAS” - pronunció para devolver al ama de llaves todas sus arrugas. - Esto está mejor – se tranquilizó la mujer tocándose el rostro por no atreverse a reflejarse en espejo alguno. Trevor no daba crédito. Sólo quedaba intacto uno de sus espejos. - ¡No termino de creer lo que estoy viendo!!! – se indignó - ¡Preferís estar viejos y feos! - ¡Oye, oye, jovencito! – se indignó su ama de llaves - Que yo no me siento fea… ¡y ser viejo no es algo malo! ¡No es un defecto! He vivido y criado cuatro hijas; trabajado y disfrutado… tanto como llorado. Mis arrugas son un mapa de mi vida que no te voy a entregar porque te haya dado por cambiar a los demás según un criterio de belleza que no es el mío. El enano no se atrevió a abrir la boca. El ama de llaves había expresado muy bien unos sentimientos que compartía y, aunque era muy bueno con el pico y la pala, las palabras no eran lo suyo. Se imaginó viviendo con las piernas de ese gigantón desgarbado que había visto en el espejo y un escalofrío le corrió la espina dorsal. - ¡Sois unos desagradecidos! – exclamó Trevor. - Trevor – intentó mediar el mago –
Cada uno tiene un concepto diferente de lo que es la belleza. Por eso, es más importante enseñar a las personas a reconocer todas las cosas bonitas que tienen cuando se miran al espejo… que fabricar espejos que les cambien. A Trevor le costó comprender las palabras del mago y aplicar la lección que le habían dado sus amigos. Conservó el espejo de la belleza en su dormitorio y gracias a él se mantuvo joven muchos años para fabricar espejos mixtos: unos espejos que contenían sólo un pequeño fragmento de Materia Oscura cargada de belleza. Utilizó cada mínimo añico para fundirlo en los espejos que iba creando. Con esa diminuta porción de Materia Oscura no conseguía cambiar a las personas que se miraban en los espejos, pero les ayudaba a descubrir sus rasgos más atractivos y a sentirse orgullosos de ellos. Los espejos de Trevor están hoy por todo el mundo y sólo los que sabemos mirarnos en ellos podemos descubrir cuáles son. Ponte delante del espejo y párate a mirar el color de tu pelo, cómo destellan y brillan tus dientes cuando sonríes, o lo preciosas que son tus manos. Haz el ejercicio de descubrir cuál es esa porción de belleza que ven en ti los demás y te hace único. Esa especialísima y seductora mezcla de cosas que quienes te quieren nunca cambiarían. Si lo consigues enseguida… puede ser que tengas uno de los espejos de Trevor en casa.
Cada uno tiene un concepto diferente de lo que es la belleza. Por eso, es más importante enseñar a las personas a reconocer todas las cosas bonitas que tienen cuando se miran al espejo… que fabricar espejos que les cambien. A Trevor le costó comprender las palabras del mago y aplicar la lección que le habían dado sus amigos. Conservó el espejo de la belleza en su dormitorio y gracias a él se mantuvo joven muchos años para fabricar espejos mixtos: unos espejos que contenían sólo un pequeño fragmento de Materia Oscura cargada de belleza. Utilizó cada mínimo añico para fundirlo en los espejos que iba creando. Con esa diminuta porción de Materia Oscura no conseguía cambiar a las personas que se miraban en los espejos, pero les ayudaba a descubrir sus rasgos más atractivos y a sentirse orgullosos de ellos. Los espejos de Trevor están hoy por todo el mundo y sólo los que sabemos mirarnos en ellos podemos descubrir cuáles son. Ponte delante del espejo y párate a mirar el color de tu pelo, cómo destellan y brillan tus dientes cuando sonríes, o lo preciosas que son tus manos. Haz el ejercicio de descubrir cuál es esa porción de belleza que ven en ti los demás y te hace único. Esa especialísima y seductora mezcla de cosas que quienes te quieren nunca cambiarían. Si lo consigues enseguida… puede ser que tengas uno de los espejos de Trevor en casa.
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