Siempre supo que la amaba más de lo que ella a él. Ella jamás lo engañó. Podía ofrecerle un cariño grande, tal vez algo parecido al amor, pero no ese amor con mayúsculas que él tanto deseaba. A él no le importó. La amaba demasiado como para fijarse en “pequeñeces” y ella se dejó querer. Fueron sinceros desde el comienzo y eso ayudó a una hermosa relación. ¿Por qué está conmigo si bien sé que no soy el amor de su vida? Se preguntó él más de una vez. Jamás encontró la respuesta y nunca se lo preguntó a ella, no fuese cosa que no supiese bien qué hacer con lo que ella le contestase. Como fuere, estaban juntos hacía ya bastante tiempo. Tenían una hermosa familia y una vida armoniosa. De todos modos, él siempre sintió que en ese bote en el que ambos navegaban la vida, él remaba más y con más fuerza. Sorteaba vientos y tempestades y en esos momentos -los más difíciles- él redoblaba su fuerza y el bote no se había hundido jamás. Nunca zozobraron porque su amor era tan grande que alcanzaba para llevar el bote a destino, más allá de las aguas furiosas y los vientos impiadosos que la vida suele ofrecer. ¿Y ella? Ella se dejaba llevar. Disfrutaba de ese viaje en bote muchas veces como espectadora, muchas otras sabiendo que por algo, ése era su lugar en la vida. No todos los amores son iguales, tampoco todos expresamos el amor de la misma manera, ni remamos con la misma fuerza o entusiasmo. Cierto día, las fuerzas de él se debilitaron y algo parecido al cansancio lo invadió. Su amor no había mermado, pero ¡hacía tanto tiempo que sentía que remaba solo…! Los años pueden no hacer mella en el amor, pero sí en la energía y en la manera de encararlo. Y comenzó a remar más despacito, tal vez por primera vez en su vida preguntándose si tanto esfuerzo puesto en ese bote había valido la pena. Y ella se dio cuenta de su lentitud, pero también se dio cuenta que ese viaje calmo que él le había ofrecido como vida, había sido hermoso. Y fue entonces, cuando ella supo que era su turno de remar, que él le había ofrecido una vida feliz y por sobre todo, un amor incondicional. Fue entonces cuando reafirmó que, por algo, su lugar en la vida era con él y lo defendió. Ahora el bote dependía de ella y no zozobrarían tampoco esta vez. Ella remó con todas sus fuerzas y esta vez, él se dejó llevar un poquito. Y así, equilibraron sus fuerzas, ella remó más, él remó un poco menos, sólo un poquito y el bote, nunca, jamás navegó más tranquilo. Él supo que sí había valido la pena remar solo hasta esa instancia y ella corroboró que ese bote era su lugar en el mundo. Porque no hay dos amores iguales, ni dos personas que lo demuestren de la misma manera, así como no hay dos botes que naveguen igual las aguas de la vida.
Liana Castello
Liana Castello