lunes, 21 de enero de 2013
Cruzando el río
Un anciano Maestro Zen y dos discípulos caminan en silencio a lo largo de un sendero. De pronto, al llegar a un riachuelo, descubren a una hermosa muchacha que, sentada en una orilla, contempla provocativa y sonriente a los tres caminantes que se acercan. No hay que estar ciego para reconocer la perturbación que la joven ejerce en los dos discípulos que, en seguida, se percatan del radiante atractivo de su cuerpo y del brillo chispeante de su mirada. "¿Quién de los dos jóvenes me tomaría para ayudarme a cruzar el río?" pregunta ella con frescura y seducción provocadora. Los dos discípulos se miran entre sí, y a continuación dirigen un gesto interrogante al maestro que todo observa. Éste, mira con profundidad a cada uno de ellos, sin desvelar palabra. Tras un largo y tenso minuto de contradicción y duda, uno de los discípulos avanza y tomando en los brazos a la muchacha, cruza el río entre caricias y sonrisas delicadas. Al llegar a la otra orilla, se regalan un cálido beso y se despiden con ardiente mirada. Al momento, el joven da media vuelta y se reintegra sonriente al grupo que de nuevo, camina adelante por la senda. 31 El rostro del discípulo que ha permanecido junto al Maestro se muestra turbado, no cesando de proyectar interrogadoras miradas al impasible y silencioso anciano que tan sólo observa. Pasan las horas mientras el grupo avanza silencioso por entre montañas y valles, pero la mente y el corazón del discípulo que no ha cruzado el río, siguen enganchados y obsesionados por el deseo hacia la bella muchacha que lo obsesiona. Al parecer, no se siente capaz de romper su voto de silencio, como tampoco de liberarse del deseo y del recuerdo que lo encadena. Al anochecer, sus movimientos no parecen habituales, ya que se quema con el fuego que enciende, derrama el té de su cuenco y, además, tropieza con la raíz de un árbol haciendo gala de su desatención y torpeza. Tras cada error, su mirada siempre encuentra el rostro impasible y ecuánime del anciano que le observa sin juicios ni palabras. De pronto, la tensión llega a ser tan atormentadora que rompiendo un silencio de semanas, interpela al maestro diciendo con rabia: "¿Por qué no has reprendido a mi hermano que rompiendo las reglas de la sagrada sobriedad, ha encendido el fuego de su erotismo con la muchacha del río? ¿Por qué? ¿Por qué no le has dicho nada? ¡No me digas que la respuesta está en mi interior porque ya ni oigo ni veo nada con claridad! ¡Necesito entender! Dame una respuesta", suplica. El anciano dedicándole una mirada integral de rigor y benevolencia, responde con serenidad y contundencia: "Tu hermano tomó a la mujer en una orilla y la dejó en la otra. Mientras que tu tomaste a la mujer en una orilla y: NO LA HAS DEJADO TODAVÍA".
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