Llueve. Gotas de olvido tratan de limpiar todo el caos que dejamos entre nosotros. Escombros de una vida proyectada que ya nunca tendrá futuro. Tú lo rompiste.
No dejaste piedra en pie. Fue tan fuerte el portazo que tu salida de mi vida aún resuena en las paredes de mi corazón. Tiembla. Tiene grietas allí donde nunca pensé que nadie sería capaz de doler así. Mucho menos, tú.
Y ahora llueve en mí todo lo que pensé viviría contigo. Cada gota es un recuerdo roto, un plan olvidado, un mundo a medio hacer que se cae a pedazos. Supongo que ya lo sabes. Antes de ti también hubo otras tormentas. Sin embargo, de todas aquellas tú fuiste el sol que se abrió camino entre las nubes grises que me asediaban el alma y, ahora que te vas, te escondes detrás de todo aquello de lo que un día prometiste protegerme.
Mentías, una vez más.
Ahora veo que no eres tormenta, sino huracán. Nunca me había tenido que enfrentar a algo así. Lo que yo creía era tu luz, en realidad eran rayos que pronosticaban este final. Y me engañé a mí mismo, los truenos estaban demasiado lejos como para pensar que eran tuyos, más aún cuando jamás imaginé que tú pudieras llegar a doler así.
En el fondo, esto es culpa mía por no querer ver tu realidad.
Alejandro Ordóñez