Ella tenía 16 años y él 29. Ambos se querían y respetaban, pero la sociedad a ellos no. Caminaban uno junto al otro. Reían. Se entendían. Sus manos apenas se entrelazaban. Sus labios apenas se rozaban. Los días se antojaban minutos y el siguiente, una eternidad. Ella lo quería como a nadie. A pesar de su temprana edad, su madurez creció junto a él. Los ojos de él brillaban como la luna en la noche oscura cuando la miraba a la cara. Ella era feliz por fuera y por dentro y lo exteriorizaba a cada momento. Sin embargo, él, solo lo era por fuera, por dentro le consumía la idea de tener que dejarla ir. En varias ocasiones soñaban con irse lejos, sin equipaje, sin darle al tiempo motivos para dudar, solo ellos y sus sentimientos. Pero él sabía que aquello era una locura transitoria.
Una tarde de Noviembre, parte de sus vidas se apagaron. Ella no quiso entenderlo pero él le prometió que le esperaría dos años, tan solo un par de años, hasta que ella cumpliera los 18 y todo fuera más fácil. Las lágrimas amargas de ella se mezclaban con las impotentes de él. Quiso ser fuerte pero la pena le venció. Sus manos acariciaban la espalda del otro. Ella insistió en verse clandestinamente pero él se negó alegando que eso sería prolongar más la tristeza. Ella lo llamó cobarde y él calló. Desapareció entre las sombras de aquellos arboles otoñales, las hojas caían a su paso, movidas por un viento silencioso.
Los días pasaron pero ninguno supo del otro. Él la recordaba en aquel café de mañana y se removía entre las sabanas nocturnas recordando su sonrisa adolescente. A ella las lágrimas le brotaban sin cesar. Al cabo de un año, cada uno lo llevaba a su manera, él, refugiado en el trabajo y las novelas de misterio y ella en las clases y las fiestas con sus amigas.
Cuando llego el año siguiente, él, sentado en un banco del parque donde todo terminó devoraba las ultimas hojas de un libro policíaco cuando de repente escuchó una risa que hacía tiempo no escuchaba, una risa que una vez más le hizo sonreír. Levanto la mirada del libro y allí la vio, más guapa aún si cabía. Quiso ir a comerla a besos delante de todos, pero la vio tan radiante que solo exteriorizó una sonrisa. Vislumbró como un chico la sorprendía por detrás y seguidamente la besaba en los labios y una lágrima se le atrancó en la garganta. Antes de poder apartar la vista de aquello, sus miradas se cruzaron después de dos años. El semblante de la muchacha cambio por completo, se quedo petrificada en mitad del parque. Cuando pudo reaccionar le saludo con un movimiento de cabeza y él respondió de igual manera. Y así fue como los sentimientos que en su día sintieron, quedaron en el más profundo recuerdo.
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