lunes, 25 de diciembre de 2017
sábado, 7 de octubre de 2017
Esto también pasará
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
-Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos. Podrían haber escrito grandes tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total…Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre. La madre del rey murió pronto y éste sirviente cuidó de él; por tanto, lo trataba como si fuera de la familia.
El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también le consultó. Y éste le dijo:
-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje. Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico. Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje – el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló, y se lo dio al rey-. Pero no lo leas- le dijo- mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación.
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida: enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin. Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar el trotar de los caballos. No podía seguir hacia delante, y no había ningún otro camino…
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso. Simplemente decía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.
Mientras leía “esto también pasará”, sintió que se cernía sobre él un gran silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas palabras habían resultado milagrosas. Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.
El día que entraba victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes…y él se sentía orgulloso de sí mismo. El anciano estaba a su lado y le dijo:
-Este momento también es adecuado. Vuelve a mirar el mensaje.
-¿Qué quieres decir? – preguntó el rey-. Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
-Escucha- dijo el anciano- este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras. No es sólo para cuando estas derrotado, también es para cuando te sientes victorioso. No es sólo para cuando eres el último, también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba; el orgullo, el ego, había desaparecido.
El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había iluminado.
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domingo, 24 de septiembre de 2017
martes, 5 de septiembre de 2017
Recuérdame que te quiero ( Capítulo 3 )
Me compró el Iphone, aquella máquina era maravillosa, la investigue hasta saberla
manejar, llamé a mis amigas y les dije lo que había podido ver de Italia, hasta que
Carlos me recordó mi verdadera intención diciendo:
¿Y sabes ya porque tu padre se fue a Italia y no a otro lado, de donde saco el
dinero y por qué no se pasó a despedirse de tu madre?
Aquello me recordó a que debía acercarme a él y preguntárselo.
Salí de la casa que efectivamente estaba a primera línea de playa, él estaba
sentado en la orilla del mar, tirando conchas al agua mientras lloraba.
Me acerqué le cogí la mano y pensé que en aquel momento debía llamarle papá,
así que le dije:
Papá… ¿Qué te ocurre?
Se secó las lágrimas, me acarició la cara y dijo:
Por favor Sara, llámame Marcus, no merezco ser tu padre.
Le mire y le dije:
No te entiendo… ¿Qué quieres decir?
Miro para la tierra, luego al cielo, tomó aire, me miró y me dijo:
No te he dicho toda la verdad, y sé que tu madre tampoco te la habrá
contado… era un hombre que se pasaba los días y las noches en un bar, con un
montón de amigos míos, apenas pisaba la casa, apenas me interesaba por ti o por
mamá, ni siquiera fingía mi interés por vosotras, aquella situación llevaba que tu
madre comenzase a meterse en la droga, hasta que conoció a Mikel, un hombre
fantástico, mejor que yo, la sacó de la droga, empezó a cuidarte, a daros el cariño
que yo os debía, aquella situación me llevo a mí a la desesperación, todos los días
discutía con tu madre cuando tu dormías, alguna vez le alcé la mano, claro… nunca
llegué a tocarla, aquello sería motivo de mi suicidio, a pesar de que no lo
demostrase ni lo hiciese ver, erais importantes en mí, os amaba con todo mi
corazón, un día tu madre te cogió y se fue de casa contigo hacía la de Mikel, en el
distrito número diez, me dejo solo, con un frigorífico vacío, con un corazón roto,
con un cuadro en el que salíamos todos nosotros, te tenía en brazo, ese cuadro aún
lo conservo, a pocas semanas recibí una carta, era la hoja del divorcio, y una carta
que decía que si realmente quería tu felicidad, quería hacer algo bueno para todos
nosotros debía firmar aquel papel. Lo firmé, acepté no volver a verte por tu
felicidad, a cambio tu madre te hablaría de mí, de lo positivo, de mis victorias, de
mis errores… de mí en general, cogí todos los ahorros que tenía para tu
universidad, yo quería que estudiases derecho como hizo tu tía Grecia, mujer que
también quiso olvidarse de mí, arruiné el contacto familiar, los recuerdos, todo…
arruiné tu vida incluso estando lejos de ti… no debería ser tu padre Sara, fui un
error que cometió tu madre, no supe corregir mi error, no supe ser persona, no fui
sabio.
Tras aquello quedé en silencio, me tiré para él y le di un abrazo duradero, cuando
acabe le dije:
Nunca es tarde para asumir un error, lo has hecho… y te daré el mérito que
tiene hacerlo delante de mí, era lo que quería saber papá, porque aunque no me
cuidases no fue tu culpa… eres persona, tienes adicciones, cometes errores… pero
me querías, ¿no es eso importante en un padre?
Me sonrió, y me dijo:
Mi niña, no derrochare ni un minuto, te compraré lo que nunca te he
comprado, y te dejaré lo que quieras.
Tras aquello por su rostro recorrían algunas lágrimas que estaban deseosas de
salir correteando por sus oscuros ojos hasta la arena de la playa.
De repente aquel momento fue interrumpido por Jorge, un chico de dieciocho años,
trabajaba para mi padre, trabajaba en el taller que mi padre regentaba, nuestras miradas
se cruzaron, aquello mismo me sucedió con Connor, era un recuerdo más.
Jorge era moreno de piel, pelo oscuro, llevaba una cresta, sus ojos eran claros,
eran verdes como el olivo de mi recordada Sevilla.
Me sonrió, sus dientes eran perfectos, aquel chico… aquel chico consiguió dar
sombra a todos los recuerdos con Connor.
Entonces mi padre dijo:
Jorge… ¿Qué quieres?
A la vez que me miraba le decía a mi padre:
Era para decirle que un cliente ha venido quejándose de que su rueda de
repuestos se ha pinchado y se la vendimos nosotros, pide hablar con usted.
Nos miró y le dijo a Jorge:
Está pendiente de ella Jorge, no iros muy lejos, no sé qué sería de mí si
perdiese a mi única hija.
Mi padre se marchó rápidamente, me dejo allí sola con Jorge, me sonrió y me
dijo:
Bueno… ¿Ycómo te llamas?
Me reí y le dije:
Sara, me llamo Sara García. ¿Ytú?
Me sonrió y me dijo:
Creo que lo has escuchado de tu padre… me llamo Jorge.
Me miró sonriendo en todo momento y me dijo:
¿Yqué estudias?
Le miré y le dije algo seria:
Nada, deje el instituto, mis notas comenzaron a bajar y bueno… pues decidí
marcharme, sin embargo tú trabajas en un taller… ¿o también estudias?
Me sonrió y me dijo:
Este año he entrado en la universidad, estudio Marketing y Publicidad.
Le mire sorprendida y le dije:
¡Guau! Ósea eres un chico inteligente…
Comenzó a reírse y me dijo:
No hace falta ser inteligente, todo es querer, si quieres algo puedes
conseguirlo, pero puedo juzgarte yo a ti como una persona divertida.
Comencé a reírme, era un chico muy despierto, era un chico sabio y responsable.
Comenzamos a dar un paseo por la orilla del mar, había allí una roca, tropecé y me
caí en el agua, Jorge que iba junto a mi tropezó conmigo y se cayó al lado, comenzamos
a reírnos, entonces una llamada lo interrumpió todo, era la exnovia de Jorge, Victoria,
una chica de quince años, todo el mundo decía que era una joven muy educada,
responsable, divertida y muy guapa, Jorge cogió la llamada y dijo:
Hola Victoria, dime…
No sabía lo que ella le estaría diciendo pero las respuestas que Jorge le daba
parecía una quedada hasta que finalmente la última respuesta lo confirmo todo,
sonriendo dijo:
Pues a las siete y veinte voy para allá y te llevo eso, besos.
Le mire y le dije:
¿Tu novia?
Se rió y me dijo:
¡No!, fue mi novia, era demasiado responsable para mi… lo tenía todo
controlado, y a mí me gusta las improvisaciones, me gustan las chicas con el
carácter que tú me estas demostrando tener.
Comencé a reírme y le dije:
Que sabrás tú de mi… ni siquiera me conoces.
Me miró y dijo:
Muchas veces una mirada dice más que mil palabras.
Le sonreí, sentí algo… era diferente a todo lo que he podido sentir con Connor,
eran mariposas en mi barriga, un cosquilleo interior que conseguía hacerme reír, quizás
me estaba enamorando, quizás Italia no era lo que pensaba, era el momento de empezar
mi vida de nuevo, desde 0, sería algo diferente, más aventurera, más hermosa… mejor.
Me cogió de la mano y me dijo:
Una mirada vacía es como un bosque sin árboles, sin embargo una mirada
cargada de sentimientos, sean cuales sean, es como un inmenso mar, nunca acaba
de decirte cómo eres realmente, sin embargo una palabra puedes trucarla, puedes
mentir. Todos sabemos mentir.
Le miré, y mire al mar, no me soltaba de la mano, seguimos nuestra ruta
improvisada, cogí una concha, blanca, tenía una mancha marrón, esa mancha conseguía
hacerla diferente del resto de conchas.
La tiré al mar, le salpico agua a Jorge, este riéndose empezó a tirarme agua con los
pies y con las manos, comenzamos una batalla de agua, en la que el uno al otro nos
tirábamos el agua del mar como si fuésemos niños chicos jugando.
Acabamos cansados, nos sentamos en la orilla, me eche sobre la tierra, el tras
echarme yo se echó junto a mí y sosteniéndome de nuevo la mano me dijo:
Sabes que… bueno mejor nada.
Le mire y riéndome le dije:
No… ¿Qué ibas a decir? ¿Si se el que? Venga Jorge, dímelo.
Me miró sus oscuros ojos me mostraban un sentimiento cálido, algo hermoso, me
sonrió y me dijo:
Te he conocido hoy, y sin embargo este rato que estamos pasando juntos nunca
lo he pasado con otra niña o mujer, nunca he jugado con el agua como contigo, ni
me he manchado la ropa de tierra, tampoco he dedicado palabras que diesen algún
tipo de consejo o aprendizaje, sin embargo, contigo es todo tan diferente, tan
contrario a mí, y no puedo evitarlo, quiero conseguirlo pero…
Le mire sonrojada, me encantaba aquello que mis oídos escuchaban le dije:
¿Pero qué?
De repente sin ni siquiera haber dado tiempo de pensar nada Jorge me beso en los
labios, aquel beso era el definitivo.
Aquel joven, aquella persona era la concha que tire al mar, era diferente a los
demás.
Nos apartamos, comencé a reírme, le contagie la risa a Jorge y este me dijo:
De que te ríes.
Le miré y yo le robe otro beso.
Tras esto le volví a mirar a los ojos y le dije:
Que contigo todo para mí es diferente, quiero que se pare el mundo, que las
horas se congelen, que este momento se viva una y otra vez, quiero estar contigo,
reír y llorar junto a ti, poder ser feliz. Eres diferente muy diferente, has
conseguido que me olvide de todos mis problemas, que me olvide de quien soy
ahora mismo, solo quiero ser como tú y quiero estar contigo.
Me miro y mientras me sonreía me dijo:
¿Yquién ha dicho que no puedas estar conmigo?
Le miré y le dije:
Lo digo yo, Jorge eres un chico muy responsable, tu eres muy diferente a mí
en todos los aspectos, quieres un futuro, ese futuro que todas las madres quieres
para sus hijos, la universidad, estudios, un futuro limpio y perfecto, no quiero ser yo
quien te lo estropee, no acabe ni siquiera mis estudios, no quiero echar a perder
todo tu futuro.
Me sonrío y me dijo:
No lo estropearías, conseguirías que fuera más limpio, que yo fuese más feliz,
conseguirías que todas las mañanas tenga una razón por la que sonreír.
Aquello me hizo sentirme bien, feliz de ser yo misma, pero aun así terminaría de
estudiar, no solo por mí, sino por el amor que le tenía a él.
Mercedes Cornejo Huertas
Mercedes Cornejo Huertas
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jueves, 3 de agosto de 2017
martes, 13 de junio de 2017
¿Cuestión de edad?
Ella tenía 16 años y él 29. Ambos se querían y respetaban, pero la sociedad a ellos no. Caminaban uno junto al otro. Reían. Se entendían. Sus manos apenas se entrelazaban. Sus labios apenas se rozaban. Los días se antojaban minutos y el siguiente, una eternidad. Ella lo quería como a nadie. A pesar de su temprana edad, su madurez creció junto a él. Los ojos de él brillaban como la luna en la noche oscura cuando la miraba a la cara. Ella era feliz por fuera y por dentro y lo exteriorizaba a cada momento. Sin embargo, él, solo lo era por fuera, por dentro le consumía la idea de tener que dejarla ir. En varias ocasiones soñaban con irse lejos, sin equipaje, sin darle al tiempo motivos para dudar, solo ellos y sus sentimientos. Pero él sabía que aquello era una locura transitoria.
Una tarde de Noviembre, parte de sus vidas se apagaron. Ella no quiso entenderlo pero él le prometió que le esperaría dos años, tan solo un par de años, hasta que ella cumpliera los 18 y todo fuera más fácil. Las lágrimas amargas de ella se mezclaban con las impotentes de él. Quiso ser fuerte pero la pena le venció. Sus manos acariciaban la espalda del otro. Ella insistió en verse clandestinamente pero él se negó alegando que eso sería prolongar más la tristeza. Ella lo llamó cobarde y él calló. Desapareció entre las sombras de aquellos arboles otoñales, las hojas caían a su paso, movidas por un viento silencioso.
Los días pasaron pero ninguno supo del otro. Él la recordaba en aquel café de mañana y se removía entre las sabanas nocturnas recordando su sonrisa adolescente. A ella las lágrimas le brotaban sin cesar. Al cabo de un año, cada uno lo llevaba a su manera, él, refugiado en el trabajo y las novelas de misterio y ella en las clases y las fiestas con sus amigas.
Cuando llego el año siguiente, él, sentado en un banco del parque donde todo terminó devoraba las ultimas hojas de un libro policíaco cuando de repente escuchó una risa que hacía tiempo no escuchaba, una risa que una vez más le hizo sonreír. Levanto la mirada del libro y allí la vio, más guapa aún si cabía. Quiso ir a comerla a besos delante de todos, pero la vio tan radiante que solo exteriorizó una sonrisa. Vislumbró como un chico la sorprendía por detrás y seguidamente la besaba en los labios y una lágrima se le atrancó en la garganta. Antes de poder apartar la vista de aquello, sus miradas se cruzaron después de dos años. El semblante de la muchacha cambio por completo, se quedo petrificada en mitad del parque. Cuando pudo reaccionar le saludo con un movimiento de cabeza y él respondió de igual manera. Y así fue como los sentimientos que en su día sintieron, quedaron en el más profundo recuerdo.
DVN
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jueves, 11 de mayo de 2017
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