Mi luz, apenas perceptible, aporta un toque de romanticismo al rinconcito del establecimiento. Las finísimas paredes de cristal que me rodean, dejan al desnudo el leve tintineo de mi llama, permitiendo, que desde cualquier ángulo, pueda verse su frágil equilibrio.
Unas manos ateridas de frío, tratan de calentarse inútilmente sobre mi, su propietaria, las frota con el mismo gesto como si estuviera frente a una gran chimenea, con resultados, obviamente, muy diferentes.
Frente a ella, un hombre la observa con detenimiento, repasando todas y cada una de sus facciones, los pliegues de su pelo, sus ojos, sus labios, sin perder detalle, con calma, disfrutando en silencio de su perfección, imaginando el tacto de su piel, la suavidad de su boca, la dulzura de sus labios, el olor de su cuerpo, el sonido de sus gemidos.
Ella, por fin, ha dejado de mover sus manos por encima de mi cabeza, la verdad es que era algo molesto sentir su revoloteo, ahora están sobre la mesa, una sobre a otra, inmóviles. Su mirada coqueta, va y viene, unas veces insinúa, otras se muestra esquiva, distante, fría. La mujer consciente de estar siendo objeto de deseo, deja, displicente, que su compañero se regodee en su voluptuoso cuerpo.
La conversación, intrascendente, es la excusa perfecta para poder tenerla cerca y dejar que su imaginación vuele. Ella, aburrida, busca con su mirada al camarero para dar por terminado el encuentro. El hombre la insiste en tomar otra copa, a regañadientes, decide prolongar la agonía de ambos.
Un último intento, es lo que él piensa, ahora o nunca. Inesperadamente sus manos se posan sobre las de ella, se acerca lo más que puede a la mujer buscando sus labios, susurrando un cálido "Te quiero". Asombrada se deja besar, sin que sus labios le correspondan. Él siente su gélida respuesta, y resignado vuelve a su asiento.
Solícito el barman se presenta con las dos bebidas, él se lo agradece con un gesto y le pide a ella que le deje pagar, ella acepta. La conversación continúa como si nada hubiera pasado.
El hombre apenas puede mirarla, y la mayor parte del tiempo sus ojos se centran en mi transparente alma, sus manos cayeron debajo de la tabla, es ella quien habla y él se limita a asentir con la cabeza, sin intervenir en lo que se ha convertido en un monólogo. Su mente está centrada en asestarle con una batería de reproches, insultos y descalificaciones.
La mujer empieza a sentir el sabor de su boca, el calor de sus labios, la sinceridad de su declaración, y después de todo parece no desagradarle del todo. Sus ojos buscan un defecto, una excusa, algo en lo que basar su reacción, pero lejos de encontrarla, se da cuenta que algo había en aquel hombre que le llamaba la atención, aunque absurdamente no hacía más que negárselo a sí misma.
Cansado de su fracaso el hombre saca la cartera y se acerca al mostrador, paga la cuenta y se acerca para despedirse, en ese momento ella se levanta, y en un acto irreflexivo, le ofrece con generosidad sus labios, él, tras una décima de segundo de confusión, se auto convence "ya lo intentaste, y mira lo que pasó, no quiere que la beses, no lo quiere", apartó su boca, besó sus mejillas, bajó la cabeza y se despidió.
Ella desolada volvió al asiento, sus ojos se tornan rojos, una lágrima cayó sobre el tablero de madera, y tal como pasó hace un año, un mes, una semana, un día, vuelve solitaria a su casa.
Yo la sigo esperando.